Hugo Delgado: La zona de nadie

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El régimen vendiendo la idea de la “normalidad” económica, social y política, ordenó –irresponsablemente- el reinició de las clases presenciales en pleno auge mundial de  la pandemia Covid-19. Trata de proyectar un falso control y que los venezolanos como corderos que caminan directamente al patíbulo, le hagan caso porque “el chavismo es el que manda  y todos deben obedecer”.

Por comodidad, cansancio luego de 22 años de locura generalizada, o simplemente aceptar lo aberrante, lo malo, lo ilegal, los colegios están ordenando a sus estudiantes para que asistan a las clases presenciales, sin evaluar el impacto que puede tener un contagiado o asintomático que regresa al núcleo familiar o a su círculo de relaciones amistosas –luego de su obligatoria asistencia- generando un efecto negativo que ni el régimen con su malogrado sistema de salud  y mucho menos la institución educativa, pueden ayudar a subsanar.

Ya las redes sociales comienzan a mostrar casos de muertes o de personas de distintos niveles socio-económicos pidiendo ayuda, porque sus míseros sueldos o pensiones no alcanzan para cubrir los tratamientos, ya que la nueva ola “Ómicron”  no respeta vacuna, ni edad. Esto poco le importa al régimen que ha demostrado el valor que le da a la vida de los venezolanos, cuando miente y manipula con asuntos vitales como los alimentos, los sueldos, la salud y la educación.

Venezuela tiene en Cuba su brazo ejecutor internacional. La Habana ejerce  poder total  sobre Nicolás Maduro y toda la estructura formal del Estado, obedeciendo –lógicamente- a los intereses de Rusia y China. Asesinan a los opositores, cierran medios de comunicación, espían, controlan las redes sociales, destruyen a las instituciones cuestionadoras de su ideología, como es el caso de las universidades y organizaciones civiles, manipulan elecciones y manejan a su antojo los recursos de la nación, sin que nadie se lo impida o sancione.

El chavismo derribó la institucionalidad, mediocrizó al país, quebró los valores y  la ética social, generalizó el uso de la mentira como política del régimen y destruyó el sentido de patria, entregando los intereses soberanos a grupos narcoterroristas, a corruptos  locales e internacionales, y a los rusos, chinos y cubanos. Esas múltiples alianzas  han destruido la moral de Venezuela hasta convertirla en una “zona de nadie”, sin dolientes, y en donde todo lo oscuro es válido.

Venezuela se convirtió en el paraíso de la aberración, con una sociedad que se acostumbró a la irregularidad, a lo malo, a la violación de la norma. Es un país en el que el régimen dice que se venció la hiperinflación y la caída del Producto Interno Bruto (PIB), solo con aceptar la circulación generalizada del dólar, establecer una criptomoneda y un desconfiable bolívar digital, y la aceptación de las remesas y dineros sin origen claro.

Del caos el régimen ha sacado su mejor parte. A esta comparsa se unen los venezolanos y los analistas de todo tipo que solo se alegran porque la “normalidad por fin llegó”, ocultando las tenebrosas cifras de pobreza, la improductividad industrial, la inseguridad y la violación constante del Estado de derecho por parte de quienes ostentan el poder.

Mientras, el inclemente tiempo deja su huella en la  infraestructura de las ciudades, venezolanas, en sus servicios públicos y en el ánimo de sus pobladores. Los analistas y el pueblo sienten que las cosas cambian, porque hay más “calles del hambre”, farmacias, markets con productos importados (sin pago de aranceles) y bodegones con finos licores, todos visitados –mayormente- por enchufados, especuladores y los favorecidos por las remesas; solo una luz que trata de abrirse paso entre tamaña burbuja, como lo es la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida 2021 (Encovi) realizada por la Universidad Católica Andrés Bello,  muestra cifras de pobreza que superan el 90%, contradiciendo abiertamente el positivismo del régimen de Nicolás Maduro y sus asesores españoles de Podemos, encabezados por Juan Carlos Monedero.

El mayor daño del chavismo  no solo fue destruir la institucionalidad democrática, su efecto letal fue acostumbrar a su pueblo a lo malo. A ver la irregularidad como normal, en  el “cobro de peaje” que ocurre en las carreteras o cualquier dependencia pública o privada. Aceptar la impunidad ante el crimen (se estima que más del 90% de los actos delictivos quedan sin castigo). A comprar un litro de gasolina a cualquier precio dolarizado en los mercados “negro o blanco”, sabiendo que el régimen es el que monopoliza su distribución y los funcionarios (Guardia Nacional, policía y ejército) son los responsables de su control.

En Maracaibo durante más de tres meses su población recibió un servicio de agua no apta para el consumo humano, ningún funcionario público asumió responsabilidad alguna, y la gente lo único que decía cuando llegaba el preciado líquido era: “Cómo llegó más o menos sucia”.  Igual ocurre con el impredecible servicio de electricidad cuyo titular, Néstor Reverol, para tapar los errores de la ineficiencia y la corrupción, solo argumenta: Son “atentados de la derecha opositora”, y la población o prende su planta (los que la tienen) o aceptan con resignación la oscuridad.

Con sueldos y pensiones miserables y una inflación dolarizada, la sociedad venezolana marcha a paso de vencedores. Adaptándose a todo lo que viene, disfrutando de su pizza, hamburguesa o cerveza, cuando llega la remesa, sin mirar para el lado, especialmente cuando se acerca cualquier persona a pedir algo de comida  o rebusca alimentos en los innumerables basureros cercanos a supermercados, restaurantes o “calles del hambre” de cualquier ciudad.

La educación pública que impulsó la movilidad social y el desarrollo económico, sobrevive en medio de la mentira. Las universidades son cascarones vacíos o víctima de luchas políticas viscerales y de negocios académicos; irónicamente anuncian con orgullo su productividad científica mientras sus laboratorios, bibliotecas y aulas de clases permanecen semi vacías. Su dirigencia enquistada en pensamientos  e intereses desfasados de las tendencias universales, hace poco por cambiar la situación. Igual, las escuelas y liceos se caen a pedazos y la fuga de profesores y estudiantes es más notoria en una sociedad que no recompensa a quien estudia o ejerce la docencia.

Para 2022, el régimen anuncia el fin de la hiperinflación y el crecimiento de un país cuyo Producto Interno Bruto (PIB) cayó %80 en los últimos siete años,  cuyo aparato industrial desapareció en muchos rubros, mientras otros trabajan a media máquina; lo único que florece –gracias a la dolarización- son las importaciones y las remesas.  Y el pueblo  acostumbrado a lo malo  y aprovechando los dólares de las remesas, toma sol en la playas de la isla de Margarita o de Falcón, en un esfuerzo por sobrevivir en “la zona de nadie”.

@hdelgado10