“Nada es más despreciable que el respeto basado en el miedo”. Albert Camus
La crisis de los partidos políticos venezolanos que venía aflorando desde la década de los años 80 del siglo pasado como consecuencia de un liderazgo extraviado en las redes de los antivalores, dió lugar al advenimiento de un gobierno tumultuario a finales de la década de los años noventa, que permitió a un personaje audaz, populachero y resentido, junto a un grupo de advenedizos cargados de odio, sed de venganza y buena dosis de soberbia, apoderarse de los poderes e instituciones del Estado para su usufructo personal y la búsqueda de alianzas internacionales con otros personajes de igual o peor calaña, tratando de afianzar un viejo modelo fracasado con un nuevo y estrecho ropaje denominado Socialismo del siglo XXI.
Su característica esencial ha sido el engaño, la mentira, la demostración de incondicionalidad irreflexiva y la aceptación de un pensamiento único que lo encarna un caudillo, retrotrayéndonos a épocas que ya considerábamos superadas, dando lugar a una narrativa que describe muy bien Ana Teresa Torres cuando expresa que “el orígen de la creencia en la refundación de la Patria como paso final de la patria mítica, se explica a partir del mito de la revolución inconclusa.”
Observamos con tristeza que Venezuela no ha traspasado la etapa del caudillismo. El pueblo, en su gran mayoría considera que la aparición de un caudillo vendrá a ser la solución de sus problemas. Lo más lamentable es que la mayoría de los dirigentes políticos piensa igual y hasta estimula esa consigna. Los ciudadanos no, es decir, aquella parte de la población consciente de sus derechos y deberes cree firmemente que nuestro país no necesita caudillos, que éstos deben ser una referencia histórica.
Venezuela lo que necesita es un liderazgo transparente, íntegro, decente y bien formado e instruido, que genere confianza y se pueda creer en él, que su respeto está basado en su autoridad moral. Un liderazgo que asuma con convicción política que la unidad es el instrumento eficaz que permitirá no solo el fortalecimiento de la democracia, sino el de las propias organizaciones políticas que son sus pilares fundamentales. Un liderazgo que entienda que la unidad no es una meta sino un camino.
Lo que se quiere hacer aparecer como un problema de la democracia es por lo contrario una verdadera fortaleza. La pluralidad, el disenso, las negociaciones y los acuerdos son propios de una vida en democracia. La verdadera tragedia está del lado de los regímenes totalitarios que lamentablemente arrastra a las sociedades con ellas, cuando aparece el caudillismo con su carga de mesianismo y exagerado culto a la personalidad.Es el producto de un liderazgo mediocre que en lugar de formar, deforma y provoca miedo conscientemente.
En la democracia los líderes no piden que los sigan, sino que los acompañen. Toman decisiones correctas, pertinentes y oportunas, que beneficien a las grandes mayorías, no a su cuenta personal, que es el comportamiento común de los caudillos.
Neuro J. Villalobos Rincón