Ángel Lombardi Boscán: Lady Macbeth

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“En la mitología griega, la Esfinge era un demonio de destrucción y mala suerte, que se representaba con rostro de mujer, cuerpo de león y alas de ave”. “Lady Macbeth” del director William Oldroyd es brutal, hecho éste remarcado por su cadencia teatral, parsimoniosa e hierática. No es una película complaciente en términos del cine al que estamos acostumbrados a ver. “Lady Macbeth” es realismo descarnado desnudando la maldad, o lo que es peor, haciéndola parecer normal.

                “Lady Macbeth” se inicia como una reivindicación feminista por parte de su protagonista confinada a un deber conyugal opresivo. Es una mujer modelada para la sumisión más estricta aunque dispuesta a la rebelión. Qué importa que te tengan miedo o te quieran: lo esencial es que te obedezcan: premisa conyugal ésta aún en boga.

                No hay duda que esta película se inspira en un personaje femenino de la obra teatral “Macbeth” (1606) de William Shakespeare (1564-1616), sólo que aquí el ambiente es la Inglaterra rural del año 1865. De la simpatía inicial hacia la protagonista víctima pasamos a su más completa repulsión. Lo que creíamos que era un amor apasionado y libertario terminó siendo demencia. “Lady Macbeth”, su protagonista, Florence Pugh, es el retrato de una psicópata fría, una analfabeta emocional, mimetizada con el ambiente gélido en que transita la historia. No hay nada que reprochar a este retrato inhumano de una humanidad caída.

                El pecado es el mal por el mal. Y la ausencia de culpa es la filosofía del Diablo. “Dios no permitirá jamás que el justo caiga”. Salmo 54,23. No obstante con qué rutinaria facilidad siempre caemos ya sea porque la carne es débil o porqué nuestro cuerpo moral es irresoluto y su mecanismo preferido es el autoengaño. Emanuel Swedenborg  (1688-1772) en “Un teólogo en la muerte” sostiene la tesis de que sin convicción no hay salvación, derivando todo en la justificación por la fe. La fe conlleva un epicentro moral que la maldad no tiene.

                La armonía es compleja y misteriosa aunque cuando se trata de los humanos es sólo una aspiración aristocrática o en todo caso una ilusión. “La muerte siempre suele acabar llegando a causa de la ausencia del amor” nos dice el poeta Antonio Colinas. En “Lady Macbeth” la malignidad impone respeto, y miedo, sobre todo esto último. Bajo el disfraz de una fragilidad femenina muy bien disimulada el mal habita como venganza contra la misoginia ancestral derivada del patriarcalismo. Para los griegos de la época de Pericles, la mujer y sus pasiones irrefrenables, constituían una amenaza a la racionalidad masculina. Desde entonces, Eva lleva sobre sí, el principal peso de la culpa de nuestra expulsión del Paraíso.

                “Lady Macbeth” cuestiona a W.B. Yeats (1865-1939) cuando sostiene: “Donde no hay nada, allí está Dios”.

@lombardiboscan