
Hay momentos en que la historia se sacude el ropaje diplomático, deja de hablar en lenguaje de fórmulas jurídicas y actúa. Entonces la política se vuelve lo que siempre ha sido en su estado más crudo: un conflicto entre civilización y barbarie.
Eso ocurrió el pasado viernes, cuando Israel bombardeó con precisión quirúrgica instalaciones nucleares y militares en Irán. Pero lo que cayó bajo esas bombas no fue solo concreto armado o uranio enriquecido, se vino abajo una mentira. Una que buena parte de Occidente ha preferido creer durante décadas: la mentira de que el régimen iraní era racional, reformable, contenible.
Durante años, líderes europeos y funcionarios en Washington se han aferrado a ese espejismo, negociando como quien doma un tigre hambriento con promesas de leche. Se hablaba de «acuerdo nuclear», de «ventanas diplomáticas», de «equilibrios delicados», mientras en Teherán la “policía de la moral” arresta y golpea a mujeres por llevar mal puesto el hiyab, se ejecutan opositores y se exportan drones que hoy asesinan a civiles en Ucrania. Y todo ello, envuelto en la hipocresía de una teocracia que ha aprendido a victimizarse para esquivar la sanción moral del mundo libre.
Israel ha roto ese hechizo
En pocos días, el ejército de Israel eliminó a altos mandos iraníes, neutralizó lanzaderas de misiles balísticos y devastó centros de mando estratégico. La reacción iraní ha sido errática: misiles lanzados al azar, sin logística ni inteligencia, mientras el miedo se apodera de las ciudades y miles de civiles huyen. Esta vez, cuando Israel habló en persa y pidió evacuar, la población le creyó.
Lo que está en juego
Porque no se trata solo de bombas, uranio o geopolítica. Se trata del futuro del orden civilizado. Israel ha dicho, con hechos, lo que muchos callan por temor o conveniencia: que no aceptará una bomba nuclear en manos de los ayatolás. Ni que venga envuelta en promesas pacíficas. Y lo ha dicho con la violencia que solo las democracias sitiadas, empujadas al límite, se permiten ejercer.
Se juega aquí algo más íntimo, fundamental. Se juega la idea —tan olvidada en los salones diplomáticos— de que, en este mundo, incluso en el siglo XXI, el principio de realidad se impone al principio de legalidad de las autocracias. Que hay momentos en que esas reglas se obvian, porque el miedo manda. Porque el instinto de supervivencia, en las democracias como en los hombres libres, pesa más que los tratados.
Y eso, lo aceptemos o no, nos concierne a todos.
La caída de la impostura
Durante décadas, el régimen de los ayatolás se ha envuelto en la capa de la invulnerabilidad. Con ayuda de Hezbolá, Hamás y los hutíes, ha financiado guerras por delegación, ha infiltrado sociedades democráticas con propaganda y ha comprado indulgencias con petróleo. El mundo miraba hacia otro lado, confiado en que una firma en Viena bastaría para desactivar una bomba en Isfahán.
Pero ya no. Israel ha respondido no al discurso, sino a la amenaza. Y ha dejado claro que la retórica ya no basta. El régimen iraní se ha quedado sin máscara. Su estrategia de esconderse entre civiles, de llorar ante las cámaras lo que provoca con sus actos, ya no conmueve a nadie. Porque Irán no es una víctima. Es un régimen de opresores.
El clímax de la disuasión
Fordow —una instalación nuclear enterrada a medio kilómetro de profundidad— se convierte ahora en el símbolo del clímax pendiente. Destruirla requeriría una bomba que solo Estados Unidos posee. Y si la administración Trump autoriza su uso, el mensaje será inequívoco: ya no hay refugio posible. Como Hiroshima y Nagasaki lo fueron para Japón, Fordow puede ser el punto de inflexión para Irán.
¿Negociará entonces su rendición nuclear? Quizá. Pero no olvidemos que la mentira es el idioma natural del régimen. Solo una disuasión real —visible, temible— puede frenar una estrategia basada en el engaño.
El deber de mirar la verdad a los ojos
Muchos, como Ben Rhodes —exasesor de Obama—, han dicho que esta guerra perjudica a los inocentes. Es cierto. Pero ignorarla también los mata. Postergar la confrontación ha sido, durante años, la manera más cobarde de perpetuar el sufrimiento.
Lo que el mundo necesita hoy no es estabilidad falsa ni paz retórica, sino una estrategia que combine claridad moral con firmeza estratégica. Israel, con todos sus riesgos y dilemas, ha optado por mirar la verdad a los ojos. Ha entendido que enfrentar al mal no es cuestión de voluntad poética, sino de decisión política.
Quienes prefieran seguir dormidos en el sopor del statu quo, cuando despierten —como tantas veces en la historia— será demasiado tarde.
@antdelacruz_ / Director Ejecutivo de Inter América Trends