Jörg Himmelreich: Putin y las amenazas de guerra contra Ucrania

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La Conferencia de Seguridad de Múnich de este año está dominada por la amenaza tácita de Putin de un ataque militar a Ucrania. Todo el mundo occidental sigue conteniendo la respiración. El despliegue de 150.000 soldados en las fronteras norte, oeste y sur con Ucrania, así como la movilización de medios navales del Mediterráneo oriental al Mar Negro, hablan por sí solos; aunque el presidente ruso, Vladimir Putin, declare que todo es una operación puramente técnica. Todas las noticias rusas sobre supuestas retiradas de tropas no han sido verificadas hasta ahora. Por lo tanto, no deberían conducir a la euforia de distensión respecto a Putin, tan popular en Alemania. Putin puede invadir en cualquier momento.

El hecho de que Putin esté llevando esta escalada hasta este extremo es también una consecuencia de una política alemana hacia Rusia tras el final de la Guerra Fría, que se caracterizó por sus ingenuos errores de apreciación. Ya el 5 de febrero de 1997, George F. Kennan, el decano de la política estadounidense hacia Rusia, advirtió, con motivo de la decisión de admitir a Polonia, la República Checa y Hungría en la OTAN, que esta primera ampliación de la Alianza hacia el este no haría sino alimentar las tendencias nacionalistas, antioccidentales, antidemocráticas y militaristas de la política rusa.

No se reconocieron las necesidades de los rusos
Por supuesto, fue acertado responder al deseo de la inmensa mayoría de estos pueblos de Europa central y oriental de recibir protección de la OTAN, tras décadas de opresión soviética. Su derecho a la soberanía y a elegir libremente su alianza, garantizados por el Acta de Helsinki de la OSCE de 1975 y por la Carta de París, firmada tanto por la URSS como por Rusia, no pueden ser sacrificados en el altar del dolor de una superpotencia desaparecida. Pero la profunda necesidad rusa de suavizar esta expansión de la OTAN ha sido desde entonces completamente mal interpretada, sobre todo en Alemania.

Y esto, a pesar de que hace casi exactamente 15 años, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, Putin dejó inequívocamente claro, a un sorprendido público occidental, que las ampliaciones de la OTAN hacia el este estaban obligando a Rusia a armar su arsenal de misiles con armas «que rompen el sistema estadounidense».

Con motivo de la invasión rusa de Georgia, en agosto de 2008, la política alemana hacia Rusia, a la sombra del entonces presidente francés Nicolás Sarkozy, se sintió aliviada de que Putin no ocupara inmediatamente Tiflis. Sobre todo, porque en el ministerio de Exteriores, bajo el mando del entonces ministro y hoy presidente federal alemán, Frank-Walter Steinmeier, también se consideraba que el entonces presidente georgiano Mikjeíl Saakashvili había provocado esta invasión rusa. Mientras, Steinmeier seguía soñando entonces con una «asociación de modernización» con Rusia.

Juicio erróneo de la persona Putin
La política alemana de glorificación de Rusia también fue sorprendida por la anexión de Crimea en 2014. La debacle de una política basada únicamente en la comprensión de las peculiaridades rusas (por muy ilegales que fueran) se ha basado en un error de apreciación fatal de Putin y su tendencia a utilizar la fuerza para conseguir sus objetivos. Está dispuesto a utilizar todos los medios, incluso los militares, para volver a supeditar el orden de paz europeo tras el fin de la Guerra Fría —y toda la arquitectura de los tratados internacionales que lo garantizan— a la antigua esfera de influencia territorial soviética.

Por cierto, estos medios incluyen también una agresiva política de seguridad energética, que instrumentaliza políticamente la dependencia de las exportaciones de gas ruso. Los Gobiernos federales alemanes también lo han ignorado deliberadamente, al relativizar todos los contratos de suministro con la empresa estatal Gazprom como meros «negocios privados».

La democracia ucraniana como peligro
En cuanto a la actual agresión militar de Putin contra Ucrania, al final no se trata sólo de una amenaza militar imaginaria, ni de satisfacer los sueños de gran potencia poshegemónica como Rusia. A lo que aspira Putin, él personalmente, más que la población rusa, es al fracaso del modelo de Gobierno democrático (por muy imperfecto que aún sea) de Ucrania. Una democracia estable que funcione en la histórica y culturalmente cercana Ucrania amenaza con destruir el apoyo a la dictadura cleptocrática de Putin. No puede aceptarlo..

Los casi ridículos escenarios de amenaza que representarían Ucrania o la OTAN surgen de las viejas fobias rusas de estar constantemente expuestos a una amenaza militar inmediata de las potencias de Occidente. Solo ellos justifican un sistema de Gobierno autocrático que necesita un liderazgo fuerte para eliminar cualquier oposición, con el fin de protegerse de esta amenaza.

Defensa militar y sanciones económicas
Vladimir Putin puede permanecer formalmente en el cargo hasta 2036. Hasta entonces, su agresiva política de presión militar no cesará. Esto solo puede ser contrarrestado por Occidente, especialmente por Alemania, con una inequívoca defensa militar y sanciones económicas. En este caso, la curva de aprendizaje de la política alemana tiene todavía un gran potencial de ascenso. Las concesiones diplomáticas en áreas fundamentales de los valores occidentales, como la idea de una «finlandización» de Ucrania, son completamente erróneas.

Una política exterior guiada por los valores no puede permitir que se revoque el derecho de autodeterminación de Ucrania, sobre todo porque tal concesión solo sería un paso intermedio para Putin, hasta la completa captura política del país. Por ello, el Gobierno alemán debería afirmar también de forma inequívoca que Ucrania tiene el derecho fundamental a ingresar en la OTAN, aunque no esté en estos momentos a debate.

Por supuesto, hay que buscar y utilizar todos los canales de distensión diplomática. Todo el ámbito del control de armas basado en los tratados (ninguno de los tratados centrales sigue en vigor, todos tienen que ser renegociados) se presta a medidas de fomento de la confianza y a la reducción de las amenazas en interés mutuo. De este modo, las fobias de Putin a las amenazas podrían reducirse mediante un tratado, con el que podría demostrar también cuán en serio se toma realmente la seguridad europea y la rusa.

DW/ Jörg Himmelreich, politólogo y profesor afiliado de la Escuela de Negocios ESCP en París y Berlín.