Debo confesar que los eventos del 9 de enero me produjeron momentos de depresión. No porque no se lograran los supuestos objetivos que se habían trazado que, en suma, no era otro que la restauración de la república civil. De hecho, lo tenía racionalizado, mediante las múltiples posibilidades que ese día estaban abiertas. Entre ellas, estaba precisamente esa que se desarrolló, es decir, que no ocurriera, lo que se había planteado. Yo, ya había escrito varias notas que habían sido publicadas y que describía los diferentes escenarios que podrían producirse.
¿Entonces? De dónde venía ese estado de ánimo que me costó poder respirar con tranquilidad toda una semana y la que ya está muriendo.
Bueno, creo presumir, que ese estado de ánimo, deriva de varias cuestiones, algunas muy personales que no vale la pena exponerlas aquí y hay otras que están íntimamente ligadas a la dinámica política desarrollada posterior a la convocatoria realizada por MCM para salir a la calle ese 9 de enero.
Muchos, analistas, opinadores y observadores de la política hemos señalado, una y otra vez, que los venezolanos lo hemos intentando todo; cuando digo todo es porque el enfrentamiento contra la dictadura ha ido desde las clásicas marchas de protestas, los enfrentamientos callejeros que han dejado saldo de más de un centenar de muertos, miles de detenidos, un número significativo de desparecidos, torturados, sodomizados, pasando, por actividades totalmente pacíficas, como vigilias, oraciones, etc. El venezolano se ha encomendado a todos los santos y a las diferentes advocaciones de la virgen María, a ratos hemos prescindidos de tales mediaciones y nos hemos dirigidos directamente a dios y al tiempo que él disponga para sacarnos de esta pesadilla y no han faltado espiritistas, ocultistas, médiums, videntes, adivinos y magos. De verdad, qué no hemos hecho.
Pero, este 9 de enero, en honor a la verdad, los venezolanos no salieron con la fuerza y la magnitud que esa hora requería.
Voy hacer algo que realmente detesto, así que disculpen la odiosa acción de auto citarme (tomado de “Un llamado a la rebelión popular”, en Verdades y Rumores y VenezuelaUsa.org, 04/01): “porque ciertamente si no se produce un movimiento masivo de la gente y la oposición organizada en los partidos sigue jugando al “Sí, pero no”, sobre este movimiento opositor puede recaer una derrota indefinida y el fracaso de la recuperación de la democracia. ¡Ay! si esta fallara, las formas de opresión pueden reforzarse, perfeccionarse y extenderse… hasta cuándo, eso no lo sé”.
Bueno, aquí creo necesario matizar, porque en todo caso, estimo que la dictadura está en un problema irresoluto que no podrá resolver aún con el uso de la fuerza y su crisis es terminal.
Pero, en todo caso, lo evidente, por más que no se admita, es que la gente, el pueblo, no salió en la magnitud que la convocatoria realizada esperaba. Es cierto que los sentimientos del cambio están presentes, que la indignación, de casi todo el país, está presente, que el repudio a Maduro y al régimen sigue intacto, que el liderazgo de MCM y Edmundo Gonzales Urrutia sigue siendo una fortaleza, entonces, ¿Qué pasó?
Creo, como dice Lechner, que, vivimos bajo el síndrome del miedo y ya lo sabemos, desde Montaigne, que el miedo es incompatible con la libertad.
Y es que la arremetida opresora del régimen ha logrado sembrar en la gente la certeza de que se encuentra frente a un “peligro mortal” frente a una amenaza vital que remite a su integridad física (el asesinato, la tortura, el secuestro por parte de los cuerpos de seguridad del Estado, el asalto a los hogares, etc.) y, vuelvo a recordar a N. Lechner, el régimen, sobre todo, ha pretendido sembrar un miedo difuso en “la que se desvanecen las emociones, se apaga la vitalidad y el frío invade los cuerpos”.
Es difícil, movilizarse cuando se tiene la percepción de que, si uno se moviliza corre un peligro de muerte. Hoy, esa es una experiencia masiva que se registra diariamente. El régimen dictatorial pretende consolidar la cultura del miedo. MCM lo sabe, por eso, es que su consigna en la convocatoria de movilización del 9 de enero fue: “Que el miedo nos tenga miedo”.
Realmente es difícil. La idea más acendrada en nuestra psique es la continuidad, la continuidad del ser, la continuidad de la vida y el miedo más profundo es que alguien, o algo, produzca la ruptura de esa continuidad. Eso aterra. Por eso la resistencia es vital y recordar que ser valiente no es que no se tenga miedo, sino que uno es capaz de manejarlo, a pesar de todo.
Ojalá podamos cantar con Sabina aquello de que: “Ser valiente no salga tan caro y ser cobarde no valga la pena”
@enderarenas