Daniel Castro: La humanidad luego del 7 de octubre

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Hace un año, un grupo de hombre armados, unos fanáticos convencidos de su superioridad religiosa y racial, convencidos de ser guerreros santos de los últimos tiempos, dispararon contra muchachas que bailaban en una fiesta y las violaron. Alegremente, decapitaron bebés, asesinaron hijos frente a sus padres, violaron soldadas solo por ser judías, quemaron gente mientras gritaban. Mientras, secuestraron tres centenas de personas, las metieron en túneles financiados por la ayuda internacional y la caridad musulmana, y lo grabaron todo con orgullo y fiesta.

Vimos entonces a Israel actuar y allí se certificó por enésima vez que la estrategia perfecta de esos “santos guerreros” era disparar y esconderse de hospitales, escuelas, residencias populosas, para aumentar las bajas civiles y crear un sanguinolento escándalo. Esto produjo un número hasta hoy indeterminado de bajas civiles, producto de la ofensiva israelí, que algunos analistas calculan como de 1.4 civiles por cada “santo guerrero”. La estrategia de la turba fanática era simple: usar el sentimentalismo occidental, y matar de balas y hambre a su pueblo, pues Di’s hablaba, según ellos, por boca de ellos. Les robaron la comida a la gente, les impidieron entrar en los túneles para protegerse de los ataques, y utilizaron facilidades de organismos internacionales (con su plácida anuencia) para continuar y prolongar el terror.

Los medios se inundaron de fuentes y citas improbables de víctimas civiles y entonces todo se convirtió en una masa amarillista, donde habían más mentiras y deseos de manipulación, que verdades saludables. Los informes especializados que aseguraban ausencia de crisis alimentaria fueron olímpicamente ignorados. Los informes del estado de salud de los civiles fueron redactados por los mismos agresores y jamás fueron confirmados. Como toda guerra, sobre todo urbana, los costos de sangre fueron altos y dolorosos, pero no hubo genocidio, tal como se establece en el tipo penal que lo define. Aun así, “genocidio”, esto es, la mentira, se hizo la consigna. Vimos a una vergonzosa fila de intelectuales, académicos y políticos tratar de justificar esas atrocidades. Vimos a la Corte Penal Internacional, confirmado por una jueza del mismo tribunal, atropellar la defensa de la única parte que presentó pruebas y un sistema judicial probo y, a pesar de ello, condenar a ese país que se defendía “para no dañar la legitimidad política de la acusación”.

No es posible decir que esto solo es una guerra más. Cualquier buen analista que tiene los ojos abiertos verá que asistimos a un cambio de camiseta en todos los equipos del mundo. Es un quiebre de todo lo que pensábamos que aun había de academia, derecho internacional, la sagrada protección de los civiles y de decencia. El nuevo libelo de sangre, a la manera de turbas con antorchas encendidas, se dispusieron a matar al nuevo Frankestein, cambiando todas las reglas del siglo XX.

No importa la sofisticación de sus espurios discursos, o sus ropas de Calvin Klein, ellas son turbas. Las mismas de Hitler, las comunistas, las zaristas, las cosacas, las de la Inquisición, las babilónicas o las egipcias. Turbas furiosas, masas irracionales convencidas de que el odio es la respuesta. Y con eso, han triturado lo que con tanto dolor le costó parir a la humanidad: la modernidad y los Derechos Humanos. Ahí, por obra de la ambición y de la elevación de odios y maldiciones incesantes, hoy neocomunistas, islamistas, chinos y nacionalistas de cualquier tipo, están juntos para triturar a la democracia, a la modernidad, y a los pueblos “metiches”: los judíos, las víctimas árabes, a los civiles libaneses, los venezolanos, los Yazires, y a todos los demás pueblos del mundo que, algún día, queden mal parados en el camino de los políticos.

Pero, Israel respondió. No esta vez, como le gusta a la turba, sino con un claro estándar moral. Ese país, la única democracia de la región, cuyos tribunales funcionan, el que regaló Gaza para que fuera próspera y autónoma, el que presentó 3 propuestas de paz y que lo dejaron con la mano tendida, el que no ha dejado de ser asediado por los mismos terroristas que matan a todo el que proponga la paz, respondió. El que no ha cesado de advertir el peligro atómico de Irán, respondió. Respondió ese paisito con solo 9 millones de habitantes, el que tiene una superficie menor que New Jersey y que es la 16ava parte de Venezuela, el que tiene 3 de las mejores 100 universidades del mundo, 14 premios Nobel y que exporta tecnología de punta al mundo. Respondió ese filito de tierra que no tiene petróleo, pero tampoco clases bajas. El que es un desierto, pero es vanguardia en agricultura. El que es aliado de los EEUU, pero tiene uno de los pocos ejemplos eficientes de socialismo. El que tiene una medicina envidiable en el planeta y cura a los mismos terroristas que acaban de disparar a los transeúntes en un metro de Tel Aviv.

Respondió el país que alberga a la misma nación de Marie Curie, Fleming, Einstein, Marx, Freud, Sagan, Rosa Luxemburgo, los hermanos Benacerraf (con el único premio Nobel venezolano), Eduard Bernstein, Leonard Bernstein, Lenny Kravitz, Gal Gadot, Natalie Portman, Chaplin, Ilan Chester, Maimónides, Jesús, Salomón, Moisés y Abraham, entre otros.  

Este mundo es extremadamente incierto. Las profecías, baratas o elevadas, científicas o esotéricas o religiosas, que predijeron nuestros tiempos, coinciden en que serían tiempos confusos y nefastos. Nadie está contento con el curso del mundo. Con más razón, el desenlace de lo que sucederá luego del 7 de octubre del 2023, es incierto.

Pero, sea como fuese, los acontecimientos han puesto claridad en el corazón de muchas personas: ya no puede vencer el mal.

La humanidad no puede ser tan obcecada y llena de odio. El oportunismo no puede ser tan descarado. Aun queda ética en el corazón humano. Aun hay sed de verdad, sed de valores absolutos. Aun sabemos que la vida de una persona vale las vidas de todos. Aun sabemos que mentir, maldecir y odiar es nuestra propia sepultura. Ya no puede vencer el mal.

Nasrallah dejó de maldecir. Por un momento, las tiranías islamofascistas tiemblan. La dictadura venezolana ya no ve todo tan claro y empiez a tener miedo. Macron dice y se desdice. Sánchez empieza a reevaluar sus alianzas. El oportunismo demócrata vuelve a sacar sus cálculos. Hezbollá piensa en su destino. Hamas no tiene más fichas. El Ayatola ve su reloj andar en sentido contrario.

El mal titubea. Por eso, sigamos adelante. Ya no puede vencer el mal.

@danielcastroani