José Aranguibel: ¡Lago, revolución y mentiras…!

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“El que dice una mentira no sabe que tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera”. Alexander Pope

Cuando en la noche me voy a la cama a dormir y me despierto temprano al amanecer, doy gracias a Dios por la vida, mi familia, los amigos y me encomiendo por un nuevo día que igual a los anteriores no deja de estar lleno de noticias que nos sobresaltan sobre problemas que sin duda afectan, agobian y estresan cada vez que sale y se acuesta el Sol a zulianos y venezolanos.
Uno de ellos es saber una vez más acerca de la lenta muerte del Lago de Maracaibo al enterarnos a través de fotografías de la Agencia Espacial de Norte América, NASA, —enviadas desde algún satélite espía pitiyanqui—que revelan la lenta muerte de nuestro estuario, único en tamaño en América Latina y el mundo, pero especialmente sólo él, ha tenido y tiene debajo de sus aguas petróleo, mucho petróleo que por más de cien años gobiernos, empresas petroleras y la corrupción han sido sus mayores  usufructuarios en nombre del progreso y desarrollo. No estoy descubriendo el agua tibia, pero de verdad no ha dejado de ser hoy una triste noticia convertida en una cachetada a la desvergüenza que desnuda el desinterés que ha habido por evitar o al menos controlar su contaminación cuando, paradójicamente, en los años que el petróleo extraído de su interior ha generado los mayores ingresos al país —superiores a la suma de millones de $ de todos los gobiernos juntos de la IV República— el Lago de Maracaibo ha estado más abandonado, desasistido y contaminado, consumándose la destruccion de su flora y fauna.

Sin el menor descaro obras y acciones han quedado paralizadas, olvidadas o engavetadas durmiendo el sueño de los justos. Nos hemos convertido en una “sociedad de cómplices” como alguna vez lo dijo el desaparecido y polémico parlamentario e historiador, Jorge Olavarría, durante una de sus intervenciones en el antiguo Congreso de la República, a propósito de un debate político del momento. Así de cruda es la verdad del Lago de Maracaibo que todos y cada uno de los zulianos debemos pedir un verdadero milagro al Altísimo para salvarlo de la contaminación, el olvido y la indiferencia del gobierno en su lenta muerte aunque siga siendo inspiración de compositores, poetas y folkloristas y algo así como un cajero automático que ha surtido de millones de dólares a gobiernos en la IV y V República por producción petrolera desde 1914 las 24 horas del día, pero su cuidado, protección y salvación no ha ido al mismo ritmo a pesar que dinero ha existido, legislación ambiental de las mejores del mundo y qué decir de investigadores egresados de las mejores universidades públicas o de ONG ambientalistas serias que han venido advirtiendo desde hace años los peligros que corre el lago de convertirse en una gran charca nauseabunda. Sin embargo, sus gritos han estado como en el desierto, porque no han sido escuchados y más bien se los ha llevado el viento.

Si bien en los gobiernos de Betancourt, Leoni, Caldera, Herrera Campins, Jaime Lusichi o Carlos Andrés Pèrez fueron adelantadas diligencias administrativas y obras civiles para proteger y minimizar los daños originados por la salinización, actividad petrolera y petroquímica, más las descargas de las aguas residuales provenientes de ciudades de Trujillo, Mérida y el Zulia, dragado de ríos, así como la supervisión y sanciones a las operadoras petroleras y la obligación al sector privado ribereño de construir plantas descontaminantes, lo cierto, lo que está a la vista, es que esa fue una práctica de saneamiento sana, importante, que quedó para la historia. La chequera que caminó por América Latina y el mundo financiando a camaradas y panas izquierdistas la agotaron como se agota el tiempo de vida del “Hermoso Lago” que escuchamos cantarle a Gladys Vera Mora, eterna reina de la gaita zuliana.

Por ser testigo y no porque me lo contaron o dijeron, la democracia representativa que comenzó a enfermarse por los errores de algunos de sus protagonistas y le abrió paso al actual modelo destructivo de gobierno socialista, es justicia decirlo y reconocerlo, construyó y entregó, quizá no lo suficiente, plantas de tratamiento de aguas residuales en Mara, Miranda, Santa Rita, Cabimas, Lagunillas, Valmore Rodríguez, Sur del Lago, Machiques, Rosario de Perijá, Cañada de Urdaneta y en el norte de Maracaibo. ¿Cuál será hoy el estado físico de esas instalaciones? ¿Funcionarán o no? Han sido las últimas obras de infraestructura descontaminantes que fueron construidas durante la gestión de los  expresidentes Jaime Lusinchi y Rafael Caldera Rodríguez, respectivamente.
También ese mérito debe decirse lo tiene ganado el exgobernador Omar Barboza Gutiérrez, además de otras obras llamadas lagunas de oxidación entregadas por la Zona XV de Malariolgía y Saneamiento Ambiental dirigída por ese honesto y gran amigo —fallecido hace pocos meses—ingeniero Orlando Parra. Esa dependencia nacional que también nos libraba en el Zulia del paludismo, roedores y otras plagas nocivas que tuvo en el eminente científico venezolano, Arnoldo José Gabaldón, su mejor promotor, también paradójicamente de un plumazo fue borrada por la Revolución Bonita y hoy entramos otra vez a la estadística mundial de nación en peligro de epidemias erradicadas mucho antes de la célebre frase del “por ahora” que a muchos cautivó y hoy lloran la desgracia de Venezuela.

Otro soporte en la tarea de proporcionar las estrategias y acciones que protejan lo que dejó de ser un gran espejo de aguas cristalinas, nació de la idea de crear el Instituto para el Control y Protección de la Cuenca del Lago de Maracaibo, Iclam, que vio vida un 28 de diciembre de 1981 como ente rector de las políticas públicas en defensa del hoy contaminado lago. Si existe o no el Iclam no es la relevante. Si no más bien preguntarle a quienes lo han dirigido qué han hecho en 22 años del “proceso revolucionario” por proteger a la razón de ser de este organismo que cuando fue dirigido por quien fuera una gran ambientalista, Nerio Adrianza Rosales, hasta los niños en edad escolarizada sabían que había un organismo con hombres y mujeres, profesionales e investigadores universitarios, preocupados y diligentes. Quien esto escribe por más que trata de recordar buenas noticias de la etapa revolucionaria del Iclam, encuentra que fue noticia cuando un tipo de flora llamada Lemna —planta acuática— que cubrió extensiones del maltratado lago mantuvo en el tapete noticioso a este organismo adscrito desde sus inicios al Ministerio del Ambiente.

En esos días de expectante curiosidad de hombres, mujeres, jóvenes, niños y hasta los más entrados en edad seguían las noticias que llamaban la atención casi unánime de voltear nuestra mirada al lago contaminado donde muchas especies han desaparecido, entre ellos, los mismos pescadores que ya no pueden contarse por cientos sino que son pocos cada vez, ya que si no es la contaminación que termina de enviarlos a sus casas por la escasez de pescado, la razón es la delincuencia desatada en cualquier espacio del Coquivacoa donde han sembrado muerte llevándose por delante a humildes padres y jefes de familia. La Lemna llegó, creció, extendió sus dominios y hasta compraron una barcaza para recogerla. Un “revolucionario” que estuvo en la Alcaldía, recordado porque vendió unos camiones del aseo urbano de Maracaibo que han hecho mucha falta, no despreció el centimetraje que la notoriedad de la Lemna brindaba en esos días a políticos sabelotodo y a cualquier  mortal que manejara el tema, pero al final de casi convertirse el tema en una leyenda urbana, la pregunta es ¿dónde está y qué hace el Iclam por el lago? ¿Y la barcaza adónde iría a parar? ¿Tendrá acaso el Iclam algo que ver que cada 28 de diciembre es el Día de los Santos Inocentes?

En todo caso el adagio popular dice que las esperanzas son las últimas que se pierden. Ojalá eso sea cierto, pero la realidad es otra y deseos no empreñan viendo el destino que tienen otras bellezas naturales nacionales donde la vorágine del “desarrollo revolucionario” ya tiene huella de destrucción por la minería en Guayana, deterioro de parques nacionales o lo último que asombra y deja atónitos a caraqueños de planes “revolucionarios” de construir en el parque El Ávila, —pulmón de la ciudad—, una llamada ciudad comunal sin atender legislación protectora y el rechazo de naturalistas y defensores del ambiente.

José Aranguibel Carrasco