Hugo Delgado: La izquierda embustera

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Que la izquierda mundial mienta ya no sorprende, lograron que la comunidad internacional los acepte porque se apropiaron de todas las posibles causas de las desigualdades. Saben bañarse en todos los chorritos que sacuden a las sociedades democráticas, porque eso no es necesario en Cuba, las cuestionadas España y Nicaragua, Corea del Norte, China y la camaleónica Rusia de Vladimir Putin. Y también evaden la justicia con gran facilidad, como lo hace el vicepresidente español; Pablo Iglesias, acusado de recibir tajadas del chavismo, financiamiento ilegal iraní e intentar socavar el Estado de Derecho de su país.

La democracia con la intención de integrar a todas las corrientes de pensamientos flexibilizaron la búsqueda de la verdad a través de la razón, para justificar cuanta causa surja de cualquier injusticia histórica o actual, a la cual puedan manipular y controlar –obviamente-, para  luego venderse como sus defensores, que aunadas al resentimiento hace atractiva cualquier crítica a este mundo en donde predominan diferentes formas de exclusión.

Atrapan temas diversos relacionados con el racismo, el ambiente, la desigualdad social y de género, étnico o de derechos humanos. Sucede en España-por ejemplo-, en la Europa que intenta salir del trauma de sus grandes guerras del siglo XX, Estados Unidos, Latinoamérica, principalmente, en donde la historia está salpicada por injusticias, choques culturales, imposiciones ideológicas; pero resulta que las soluciones con la izquierda han sido tan negativas como las mismas causas por las cuales supuestamente luchan.

En nombre de la pobreza y la lucha contra oligarquía liberal, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), el M-19 y el Ejército de Liberación  Nacional (ELN), aupadas por el cáncer cubano de Fidel Castro, desataron una  sangrienta lucha por causas que se diluyeron en el negocio del narcotráfico, hasta convertirse en un poderoso cártel que solo mantiene la máscara social -porque viven  de los narco dólares y financian sus campañas políticas-, pues sus asuntos nobles se esfumaron; y ahora gracias a las bondades de la democracia, en plena crisis por su replanteamiento institucional e ideológico, penetran –vía representatividad- sus raíces para desde adentro generar el caos y cumplir con su objetivo: Destruir el sistema.

Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina, Nicaragua, España, son ejemplos evidentes del trabajo realizado desde Cuba, Rusia y un poco de China -más empeñada en sus negocios económicos y sus intereses geopolíticos-. Sus primeras acciones buscan modificar el imperio de la ley para garantizar su perpetuación en el poder, el control de las instituciones democráticas y su impunidad, escudando así sus irregularidades, violaciones a la confianza social y derechos humanos, sus mentiras y su corrupción (una gran cantidad de sus líderes que han desempeñado cargos son denunciados por aprovecharse del erario público y tráfico de influencias, el escándalo más sobresaliente es el de la brasilera Odebrecht).

Estos países, liderados por Cuba y el Foro de Sao Pablo, intervienen en los asuntos internos de cualquier país que les interese, ofenden, utilizan mágicamente  instancias internacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o la Corte Internacional,  acusan sin fundamento hasta convertir sus denuncias en “fakes news”  y  lugares comunes; se han convertido en  una red de cómplices mundial como el caso del corrupto del chavismo, Alex Saab, detenido en Cabo Verde con posibilidades de extradición a petición de Estados Unidos, en la cual entran en juego el bufete del ex fiscal ibérico, Baltazar Garzón, quien intentó meter en prisión al general Augusto Pinochet, la comunidad africana, el régimen de Nicolás Maduro, Turquía, Irán y Rusia.

El caso Ecuador es la última expresión  de esa injerencia. Todos sus miembros se unen para defender a su aliado Rafael Correa, acusado de corrupción,  cuyo delfín, Andrés Arauz, fue acusado por la Fiscalía General de Colombia de recibir financiamiento de la narco guerrilla del ELN, luego de la muerte de su comandante “Uriel”. Inmediatamente salen los escuderos encabezados por el oligarca ex presidente neogranadino, Ernesto Samper, cuestionado por el proceso 8000 (financiamiento del narcotráfico),  el inepto y corrupto ex alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, el cuestionado ex mandatario de Bolivia, Evo Morales, el dictador disfrazado, Daniel Ortega, y obviamente Nicolás Maduro. El argumento (un lugar común en sus declaraciones) contra el escrito de revista Semana (30-01-2021):“Son una infamia y forman parte de un juego sucio que están orquestando, desde Colombia, los sectores radicales de derecha”.

El gran motor de la izquierda populista es el resentimiento social. Sus líderes están claros en sus efectos sociales y los réditos que generan los temores, para sacar al máximo sus expresiones de violencia, destrucción y dependencia de las  prebendas económicas y políticas, aliados éstos que garantizan apoyos, así sus gestiones sean cortoplacistas, corruptas y generen sumisiones enfermizas que los inmoviliza socialmente, sin posibilidad de evolucionar hacia otras esferas superiores de mejoramiento en su calidad de vida. Es el caso de Venezuela en donde las clases más afectadas por la pobreza se atan al  bono, pensiones o cajas de Clap que el régimen promociona con bombos y platillos como la gran panacea, pero cuyos efectos se desdibujan en un ámbito hiperinflacionario (3000% en 2020), reflejado en 80% de pobreza y 20% de niños desnutridos.

Luego de expropiar 1300 empresas ahora el régimen previendo un efecto “pelota de goma” (por su rebote)  se alía con empresarios chinos, iraníes, rusos y enchufados rojitos o camaleónicos, para repartir dadivosamente las 700 salvables que quedan, en un movimiento estratégico para sobrevivir, mientras los fríos analistas aplauden la maniobra que salvará de la decadencia a un país que navega a la deriva, con una dirigencia inepta cuyo objetivo es mantenerse en el poder  a cualquier costo. Ese aparente éxito, el mentiroso Nicolás lo vende como una muestra de rectificación, ocultando que el movimiento es para tapar 21 años perdidos, diluidos en escándalos, saqueo del erario público y la destrucción del país.

Mientras el país navega en el mar del desastre, el régimen muestra su fría capacidad sociópata ante un país devastado,  ofreciendo oxigeno a Brasil, comida a Bolivia, gas a México, en Venezuela  esos productos brillan por su ausencia. Un contraste que ahora se vende como el éxito de la revolución, reflejado en restaurantes que ofrecen las mejores bebidas y comidas mundiales, a donde solo asiste la élite “vampírica” política y económica, así como también lo hacen a bodegones y tiendas de lujo, con un mercado dolarizado a la fuerza, privilegiado y excluyente, que está sacando lo peor de los venezolanos, expresados en su arrogancia y divorcio con la realidad.

Pero el mal de las democracias iberoamericanas no es novedoso, la filósofa, Lindsey Porter dice en su entrevista a la BBCmundo de Londres (6-02-2021), cuando analiza la obra de Platón: “El gobierno del pueblo- como proceso para decidir qué hacer-, era poco favorable. Incluso votar por un líder le parecía arriesgado pues los electores eran fácilmente influenciados por características irrelevantes, como la apariencia de los candidatos; no se daban cuenta de que se requieren calificaciones para gobernar, así como para navegar. Al analizar el impacto de la libertad advierte  que su ilimitada dimensión “degenera en histeria colectiva. Es entonces cuando la fe en la autoridad se atrofia, la gente se inquieta y cede a un demagogo estafador que cultiva sus miedos y se posiciona como protector”. Una vieja advertencia que se remonta a 2400 años atrás, pero cuya vigencia se siente en el convulsionado siglo XXI.