Hugo Delgado: El momento de la democracia

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Las distintas formas históricas de la democracia, son reflejo de su capacidad de asimilación de los cambios que la han nutrido, manteniéndola vigente en el tiempo y el espacio.  Ese rol importante como modelo de gobernanza y convivencia humana hace que sea el más acogido por la humanidad, porque su esquema de ser un proceso y no un proyecto concluido, ni definitivo, le ha permitido  acoger buenas y malas experiencias, para luego retroalimentarse y crecer.

Esa característica de flexibilidad, desde sus preceptos y amenazas propuestos por Platón hace 2400 años, la han convertido en el sistema con mayor aceptación en el siglo XXI. La experiencia comunista no fue positiva, sus secuelas represivas y destructivas con el ambiente, durante los 70 años que estuvo vigente hasta 1989-1990 en la fenecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviética (URSS)  así lo evidencia; igual sucedió en China que tuvo que crear un modelo mixto con el capitalismo, pero manteniendo un férreo control policial y represivo;  otro ejemplo es Cuba con sus 60 años de dictadura castrista; el espejo del fracaso se evidencia también en los regímenes del sudoeste asiático que viven una hipócrita mezcla capitalista y autoritaria. Otro caso es Corea del Norte que muestra un régimen de terror, que fabrica armas atómicas y amenaza al mundo cuando su pueblo se muere de hambre.

El mundo está experimentando cambios que van a transformar las relaciones de sus sistemas sociales, culturales, económicos, políticos, es decir, de su vida. No es simple metamorfosis, ahora que la Inteligencia Artificial obliga a pensar para crear el nuevo andamiaje  que regule y potencie los avances de la humanidad. El temor creado en una contexto acostumbrado a vivir cómodamente es una constante, dada la injerencia de los modeladores de las ideologías que rigen al hombre (religión, doctrinas políticas y filosóficas); sin embargo, al borde de la crisis, él ha demostrado que genera respuestas teóricas y prácticas que le permiten desplazarse hacia estadios superiores.

Las ventajas de la democracia y el capitalismo como modelaje de la humanidad, aún con las advertencias de Platón hace 2400 años, representan la mejor experiencia vivida por el hombre. Han superado distintos escollos y generado propuestas de cambio interesantes. No dejan de haber problemas por resolver, especialmente en lo referente  al poder, su monopolio y desviaciones, la relación intereses de las élites y sus representados, las crecientes necesidades generadas por el fenómeno urbano, controles sobre los instrumentos de comunicación que se generan al  interior de su ecosistema digital  que han permitido la integración técnica y la globalización, pero que aún están en deuda con el fortalecimiento de núcleos humanos de importancia como la familia y las relaciones individuo-entorno.

Con al afianzamiento del capitalismo como instrumento estimulador de la creatividad y el emprendimiento del individuo, se generaron retos humanistas que obligan a sus defensores a reducir los intereses egoístas de quienes monopolizan la renta, la riqueza y el poder, una desigualdad que  dicho por el premio Nobel de Economía, Joseph Stigliz (2012), y Zia Qureshi (2019) se acentuó con la tecnología, que afecta la relación individuo-trabajo y el desarrollo de las empresas y la sociedad, y eso se evidenció con la crisis provocada por la pandemia Covid 19, cuando los grandes grupos tecnológicos se hicieron “más ricos y aumentaron su control sobre la economía”.

Esa gran concentración de capitales y de rentas y de los datos, también generó que esas compañías tecnológicas tomaran la delantera en el desarrollo de nuevos avances en el mundo digital, creando nuevas amenazas, controles y retos. El mundo camina hacia formas novedosas de “cultura de vida”, es -por tanto- de obligatorio compromiso construir sus bases, eso implica que los grupos que componen los sistemas asuman papeles activos, estimulando los catalizadores de la democracia relacionados con la iniciativa individual, el emprendimiento generalizado y la participación activa  del hombre en la toma de decisiones.

Esa participación activa implica el aprovechamiento del conocimiento y las herramientas teórico-prácticas, técnicas y tecnológicas disponibles en el  siglo XXI, para no relegarse sujetándose a modelos de pensamiento revanchistas cargados de resentimiento e  inútiles, que desperdicien el momento e impidan construir los nuevos escenarios y sistemas articuladores de los grupos que los integran. Esa es la oportunidad del capitalismo y la democracia para humanizar las relaciones de producción  y el bienestar de sus individuos.

Es inconcebible que el empresario del siglo XXI no entienda la necesidad de humanizar las relaciones en sus empresas, de entender que los empleados necesitan mejorar sus condiciones de vida y que el pago mínimo e injusto de su trabajo no crea las condiciones de bienestar y de consumo, que al final del cuento lo beneficia a él.

Por otra parte, los gobiernos democráticos, más que desarrollar políticas de subvención para garantizar apoyos electorales, deben impulsar el Estado de Derecho justo, reducir la impunidad, castigar implacablemente la corrupción, estimular la iniciativa del individuo, propiciando la participación ciudadana activa, dándole oportunidades de formación y adquisición de instrumentos de mejoramiento de vida (vivienda, salud, ropa, comida), impulsar el emprendimiento no solo como instrumento económico sino como cultura de vida que lo beneficie a él y la sociedad.

La modernización de la administración pública implica el uso de las tecnologías y los datos para impulsar el desarrollo de la sociedad. Su profesionalización obliga a ir más allá de la tecnocracia y más bien profundice la comprensión humana; esa combinación posibilita el desarrollo integral del hombre y potencia sus capacidades individuales y ciudadanas.

Los regímenes totalitarios y los autócratas obsesionados con el poder demostraron sus fracasos. Sus resultados sirven para entender sus errores y evitarlos en el  futuro. Quienes pregonan la decadencia de la democracia liberal  y el capitalismo se convierten en “eunucos mentales”, y contrario a lo  que pregonan sus fundamentos, no aprovechan el potencial de los conocimientos  acumulados por la humanidad ( cultura greco-romana, las revoluciones Francesa e Industrial, sociedad del conocimiento y la Transformación Digital) para encarar los nuevos retos.

La obsesión por los resultados cortoplacistas, electoreros y tecnócratas, limitan los efectos sociales y, en especial, la búsqueda de la felicidad del humana, tal como lo planteó John Stuart Mill, con sus respectivas advertencias en el siglo XVIII. El miedo paraliza, decía Abraham Lincoln (1809-1865), pero también potencia la creatividad del individuo. En esta época de vertiginosos cambios y temores, se demanda de líderes y equipos de trabajo capaces de utilizar los avances para mantener vigente el pensamiento democrático y el de un capitalismo, que mire más allá de la simple concentración de la riqueza y beneficie al hombre, a la sociedad y a su medio ambiente. 

@hdelgado10