José Aranguibel: ¡¡Medallas de dignidad!!

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“Nunca olvides que los grandes logros requieren tiempo y paciencia”. Juan Miguel Ávalos

No son de oro, plata o bronce sino de dignidad las medallas que cada día ganamos los venezolanos llevando sobre nuestros hombros, —cada vez más doloroso— el peso de una crisis política, económica y social que ha cambiado la vida de millones de hombres y mujeres, no precisamente por vivir en un paraíso lleno de oportunidades o que una buena calidad de vida haya evitado que hijos, hermanos, amigos o conocidos huyeran del país a tierras desconocidas por la mala, pésima y desafortunada tragedia que comenzó en 1999 con la llegada de la Revolución del Siglo XXI que sólo ha traído hambre, sangre, sudor y lágrimas que han convertido a Venezuela en el mismísimo infierno terrenal.

La alegría, euforia y conexión que los venezolanos tenemos estos días con las contundentes victorias de los venezolanos Yulimar Rojas, Julio Mayora, Keydomar Vallenilla y Daniel Dhers en las Olimpiadas Tokyo 2020, nos llenan de orgullo y satisfacción por tratarse de jóvenes que, seguramente, a pesar de limitaciones en su preparación y formación han demostrado ser grandes atletas que han unido en un solo grito un sentimiento nacional, independientemente, de preferencias y pensamiento político, porque en honor a la verdad han elevado a lo más alto nuestro gentilicio de ser hijos de la tierra del Libertador Simón Bolívar y representantes de todos los venezolanos y no de un gobierno o parcialidad política. Ellos cuatro tienen bien ganadas sus preseas de oro y plata, mientras que muchos otros jóvenes construyendo un mismo sueño atraviesan penurias en su formación de atletas en destartaladas y abandonadas instalaciones deportivas. En el Zulia, por sólo mencionar un ejemplo, el Complejo Polideportivo —construido por la IV República— que debería ser nido y semillero de campeones es una bofetada a la juventud, hoy convertido, dolorosamente, en territorio desolado, inseguro y de limitadas condiciones para la práctica deportiva. Seguramente, por la fiesta olímpica de Tokyo 2020, no tardaremos en ver o escuchar a voceros del gobierno de la Revolución del Siglo XXI prometiendo el rescate de las instalaciones deportivas del país, pero los venezolanos de mentiras, embustes y promesas incumplidas ya tenemos lleno de trofeos y medallas la vida misma.

Las madres, padres o jefes de familia en la Venezuela de estos tiempos han sido anónimos ganadores de las mejores preseas que les otorga ser verdaderos héroes y campeones para sortear las múltiples carencias y limitaciones del día a día, desde que despunta y se acuesta el Sol que comienza con la nada fácil carrera de obstáculos de procurar la alimentación y garantizar la ingesta de proteínas y carbohidratos en los tres golpes diarios o cuando menos en dos o uno. Armados de valor muchos salen a pedir algo para comer o un medicamento por carecer de dinero para adquirirlos. Otros van al supermercado, expendios de alimentos o a la bodega a mirar y preguntar, buscando productos más económicos y estirando hasta donde lo permite la circunstancia el poco dinero disponible en la tarjeta bancaria o algún efectivo reunido poco a poco tras visitas diarias para sacar un limitado efectivo que ha perdido su valor, muy a pesar, de las reiteradas afirmaciones que teníamos un “Bolívar fuerte” y después un “Bolívar soberano” que en honor a la verdad ha sido otra mentira del tamaño de una catedral. Por allí comienza el calvario que después le sigue, si es que ya no estamos sin servicio eléctrico, hacer uno o muchos viajes a cualquier llenadero a buscar agua para los quehaceres del hogar, debido a que Hidrolago no hace el milagro de enviar el agua por tuberías y cuando llega es preferible evitar su consumo ya que a pesar de promesas y más promesas el líquido sigue llegando con color a papelón muy peligroso para la salud. El cuento de las lluvias a los voceros gubernamentales y de la hidrológica terminó por secárseles, cuando a falta de excusas por incompetencia, las lluvias terminaron por ser señaladas de responsables del desagradable colorante del agua que llega a Maracaibo y otros municipios. ¿Usted no ha notado que el señalamiento contra las lluvias cesó, pero no así el color de este recurso de vida?. Seguramente, la siguiente promesa es que después del 8 de agosto el agua, —¿esta vez de verdad?—, llegará transparente y cristalina, porque por lo pronto están en la hidrológica demasiado atareados, ocupados y distraídos, haciendo patria en el fogueo de las primarias del PSUV. ¡Qué las comunidades y la ciudadanía esperen!, seguro habrá expresado algún responsable, haciendo gala del grito “así, así, así es que se gobierna”.


En la misma dirección, ¿qué decir del vía crucis de los pensionados y jubilados para sobrevivir? La realidad es que hoy cuando usted lee esto, 8 de cada 10 de estos venezolanos no comen bien debido a los bajos ingresos por las miserables pensiones que cobran, según revela la organización de estudios de la tercera edad CONVITE. No obstante, no todos sino un mínimo porcentaje, tiene la suerte que más allá de las fronteras un familiar o amigo envía cuando puede algo de dinero para evitar que su pariente muera de hambre o que la falta de medicamentos lo adelante a la otra vida. Triste es decirlo, pero jubilados y pensionados soportan el peor trato en este rico-pobre país, donde el jefe de Miraflores, Nicolás Maduro Moros, recuerda casi a ratos en sus discursos que él es un “presidente obrero”, cosa que poco o nada le ha servido de mucho a pensionados, jubilados o a los trabajadores venezolanos.

Otro relevo —no en la pista de carrera sino en alguna cola— obliga a hombres y mujeres sin distinción de edades a madrugar y a llenarse de paciencia para irse al llenadero de bombonas para cocinar. Es este otro dolor de cabeza del venezolano desde que PDVSA, asfixiada y quebrada, dejó de producir en cantidades suficientes este energético aliado de las amas de casa. Esto, lógicamente, ha provocado desabastecimiento, escasez y especulación de este carburante que ha obligado a muchas familias a abastecerse de leña —buena parte del país carece de este servicio por tubería—cuando irónicamente poseemos grandes yacimientos de gas en mar y tierra. Es como decir que tenemos mucho, mucho gas, pero no contamos con él. Otra verdad es que entre las familias la modalidad del sobretrabajo sin sueldo que la Revolución Bonita ha distribuido en cada hogar venezolano, sin sectarismo y bien diversificado, rompe teorías económicas inéditas, porque mientras uno sale a comprar alimentos, otro la bombona y un tercero a buscar agua, ya desde la noche anterior el padre o el hermano mayor tienen ojeras por el trasnocho sufrido para poder surtir gasolina, cosa que no parece tener cuando llegará a su fin, muy a pesar de que el ministro, Tarek El Aisami, ofreció que al término del mes de junio, —que ya pasó hace rato—, las colas para proveerse de combustible terminarían.

Muy buen sentido del humor ha demostrado ese alto funcionario con la paciencia de los conductores venezolanos. Por eso el comerciante que viene desde Los Andes llevando la carga de verduras, hortalizas y frutas a Caracas, Maracaibo, Valencia o Maracay tiene bien ganada su “Medalla de la Dignidad” que comparte con el que traslada otros cargas de alimentos, medicinas y cualquier variedad de envíos para garantizar el abastecimiento de productos y servicios. Similar odisea de trasnocho viven conductores de vehículos particulares expuestos a ser presas del hamponato o de la matraca de algún uniformado o funcionario civil que gusta y se ha acostumbrado a adelantar la llegada de sus aguinaldos o usando la clásica frase de bajar de la mula a cualquiera con algo “pa’ los frescos” en ciudades y alcabalas, alegando cualquier excusa que revela y reta a las instancias del Estado venezolano de qué lado están las autoridades y las leyes. Y no por ser en la noche, madrugada o en el día la distribución de las “Medallas de Dignidad” la tenemos ganadas cada uno en nuestros hogares, cuando somos víctimas de prolongados, sin previo aviso y sólo conociendo cuándo se va, pero no cuando regresa el servicio eléctrico que castiga a los venezolanos desde 2009 y que tuvo su climax en marzo de 2019 cuando Venezuela quedó a oscuras por cinco días continuos. Esa verdad de deficiencia descarada que el gobierno ha querido atribuir al “bloqueo gringo”, acciones terroristas y hasta a respetables especies del reino animal, desde iguanas a rabipelaos, agotó el discurso oficial y desnudó una realidad de ausencia o desvío de inversiones en este sector o asignación de presupuestos que fueron a parar en cuentas y bolsillos de algunos vivos y otros que aumentaron su patrimonio personal, no con el sudor de su frente, sino con obras canceladas pero jamás ejecutadas y otras sin concluir adscritas a Corpoelec. En el Zulia tenemos más de un cementerio de este tipo de obras no entregadas y, también permanentes, continuos y prolongados apagones o cortes de “administración de carga” que cada día qué pasa deterioran y envejecen la salud y tranquilidad de venezolanos y zulianos. Todos tenemos más que ganada una “Medalla de Dignidad”.

José Aranguibel Carrasco