Augusto Rey: Emilio Lovera y el temor a la «mamazon de gallo»

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Siempre he entendido que el humor es una de las estaciones más elevadas de la inteligencia. Pocas personas nacen con ese don que suele esconderse en la gracia para despertar la conciencia del ciudadano común que anda por la vida pensando que nada es de su incumbencia pero que, cuando le tocan la tecla, explota así sea de risa. La primera vez que me detuve a pensar en este tema, fue durante mi estadía en la universidad, a propósito de haberme tropezado con un ejemplar de la revista Fantoche, editada en la década de los años 20 por Leoncio Martínez Leo y Job Pin, quienes libraron una batalla encarnizada contra el general Juan Vicente Gómez. Para mi fue un enorme descubrimiento ya que entendí que cuando se lucha contra una dictadura o cualquier régimen sostenido por la fuerza, hay que hacerlo con todas las herramientas, sin olvidar ni dejar a un lado la única que los opresores no entienden y por lo tanto no pueden utilizar: El Humor.


Mi historia con los Fantoches fue mi larga por lo que intentaré resumirla para después detenerme en un tema de actualidad. Supe mediante una ardua investigación, ya que no existía ni google ni wikipedia, que Leoncio Martínez había estado detenido varias veces en la Rotunda (versión antigua del Helicoide), debido a sus caricaturas publicadas en El Cojo Ilustrado y en Fantoche, en las que dejaba colar los horrores de la dictadura. En principio me parecía absurdo que un régimen tan temido y lleno de fuerza se sintiera amenazado por la portada de un semanario o una revista que a los sumos editaban un máximo de cinco mil ejemplares. Luego entendí dos cosas, que los dictadores son cobardes por naturaleza ante cualquier amenaza y que además, no toleran el buen humor porque los hace ver tal como son.


Para mi, Leoncio Martínez se convirtió desde entonces en un símbolo de irreverencia, pero sobre todo de valentía por haber decidido enfrentar una fuerza tan poderosa y temida, con un arma tan sutil y alegre como el humor.


Algo parecido ha estado pasando en la Venezuela de hoy en día, cuando una simple presentación de un humorista como Emilio Lovera, que viene de superar un cáncer de Colon (que no es cualquier cosa), recibe la arremetida de un organismo como el Seniat, conocido no solo por su capacidad de recaudar impuestos, sino por todo lo que la gente ya sabe y que no viene al caso mencionar en esta oportunidad. Suponiendo que la evasión hubiese sido verdadera (que estamos seguro no lo es), con una simple multa y el llamado a pasar por caja el próximo día laborable, hubiese sido suficiente en cualquier país democrático para dar por finiquitado el problema. La lógica te indica que la pérdida económica de la suspensión no solo afecta al humorista y al promotor, también perjudica al Estado por el Impuesto al Valor Agregado que el Seniat deja de percibir, simplemente porque no hay actividad económica que pechar.


Hay muchas frases populares en Venezuela que pueden resumir esta inquietante acción de fuerza, tanto por su desproporción como por el hecho de que lo único que está en juego es la posibilidad de morirse de la risa.


Es por ello que la única frase que se me viene a la mente es la que todos en mi barrio afloraban en casos similares: no duele tanto lo que eres sino «La mamazon de gallo».