Las excusas son un refugio cómodo para los gobiernos en crisis. En Venezuela, la narrativa oficial insiste en que la reciente Licencia 41A de la OFAC—que restringe las operaciones de Chevron en el país—es la responsable de la nueva presión inflacionaria y la crisis económica. Según esta visión, si las sanciones desaparecieran, todo volvería a la normalidad.
Pero la realidad es otra. La inflación en Venezuela no nació con las sanciones; es el resultado directo de políticas económicas erradas, adoptadas durante años por el régimen chavista-madurista que ha utilizado la impresión de dinero sin respaldo y el gasto público descontrolado como herramientas de supervivencia. Esta es la verdad que muchos prefieren ignorar.
La falacia de culpar a la OFAC
Para comprender el problema, hagamos un ejercicio sencillo. Imagine que un hombre se encuentra gravemente enfermo debido a años de mala alimentación, sedentarismo y consumo excesivo de alcohol. De repente, recibe un golpe en la pierna y su recuperación se complica. Ahora bien, ¿culparíamos únicamente al golpe por su estado crítico, ignorando todo lo anterior?
Eso es exactamente lo que ocurre con la economía venezolana. Antes de que la OFAC endureciera las restricciones este mes, la inflación ya era un problema crónico. Entre 2017 y 2021, Venezuela sufrió una hiperinflación que alcanzó 132.000% en 2018, mucho antes de las sanciones petroleras más severas. Las cifras son claras: el Banco Central de Venezuela imprimió dinero sin respaldo para financiar déficits fiscales descomunales, que en sus picos alcanzaron 30% del PIB.
Mientras otros países sancionados, como Irán y Rusia, han implementado políticas fiscales estrictas para contener la inflación, en Venezuela el régimen de Nicolás Maduro ha seguido un modelo insostenible: gastar más de lo que tiene y cubrir la diferencia con emisión monetaria. Es un manual de instrucciones para la catástrofe.
Las reformas que no llegan
El problema de fondo es que el chavismo-madurismo nunca ha corregido su modelo económico. Durante el auge petrolero de principios de siglo, el país desperdició la oportunidad de diversificar su economía y generar estabilidad fiscal. Se creó una estructura de subsidios insostenible —incluido el absurdo de regalar gasolina a costa de miles de millones de dólares al año— y se destruyó el aparato productivo con expropiaciones y controles.
Hoy, en lugar de asumir responsabilidad, el régimen prefiere culpar a factores externos. Y lo más grave es que algunos economistas le siguen el juego, promoviendo la idea de que la Licencia General 41A es la causa principal de la inflación. Esta visión no solo es equivocada, sino que también impide abordar las reformas urgentes que necesita el país: disciplina fiscal, eliminación de subsidios irracionales y un Banco Central independiente.
El espejismo del crecimiento reciente
Algunos argumentan que Venezuela está en camino a la recuperación. Se habla de un repunte del PIB desde el colapso de 2020, pero lo que no se dice es que seguimos siendo una economía devastada. Para ponerlo en perspectiva, el PIB venezolano pasó de 352.000 millones de dólares en 2012 a apenas 120.000 millones en 2024. Es como si un hombre que pesaba 100 kilos se redujera a 30: no está recuperado, solo dejó de perder peso a una velocidad alarmante.
Mientras tanto, el PIB per cápita de 4.020 dólares nos ubica al nivel de 1999, con una pobreza que ronda 80% y una emigración de más de 7 millones de personas. Decir que la economía está mejor solo porque ya no cae a la velocidad de años anteriores es como aplaudir porque un enfermo terminal dejó de perder peso: sigue desnutrido, sigue en peligro.
Mirar la verdad de frente
Aceptar la realidad económica venezolana es incómodo, pero necesario. La inflación no se resolverá con más ingresos petroleros si el régimen sigue gastando sin control. Las sanciones de la OFAC son un problema adicional, pero no el origen de la crisis. Mientras sigamos buscando culpables externos en lugar de exigir reformas internas, el país seguirá atrapado en un ciclo de colapso y falsas esperanzas.
La pregunta que debemos hacernos no es si la Licencia General 41A agrava la situación, sino por qué Venezuela sigue dependiendo de factores externos para sostener una economía que, en teoría, debería ser soberana. Sin reformas estructurales, sin disciplina fiscal y sin reconocer que el problema es interno, la inflación persistirá, con o sin Chevron, con o sin OFAC.
El autoengaño es un lujo que ya no podemos darnos.
@antdelacruz_