Hugo Delgado: La absurda abstracción

444

En su crítica a la Fenomenología de Edmund Husserl (1859-1938),   Jozef M. Bochenski escribió: “El conocimiento humano es esencialmente abstractivo, capta solo aspectos de lo dado, y no está en condiciones de agotar todo lo que se encuentra en lo dado”. Se entiende lo “dado” como el fenómeno externo que incide en el hombre, la experiencia psíquica que  genera, la visión que él  tendrá sobre lo que coloquialmente se conoce como realidad, contexto o entorno.

La democracia -por su esencia- entró en crisis. Desde su concepción teórica en la Grecia antigua, el hombre ha buscado diversas explicaciones filosóficas para entenderla y practicarla, hasta llegar al siglo XXI.  Dentro de ella se crearon los fantasmas quijotescos contra los que lucha  el individuo y la sociedad cosmopolita de hoy. Esa onda expansiva –obviamente-  afecta al al postmodernismo, al neoliberalismo y al capitalismo.

De esos efectos tampoco se escapa su aparente antítesis: el comunismo.  Hoy la crisis también caracteriza las dictaduras de  Rusia, Cuba, China y Corea del Norte. Porque hay algo que es evidente: la realidad se puede ocultar un tiempo, la mentira puede ser repetida muchas veces pero nunca va a sustituir a la verdad, contradiciendo así al genio de la propaganda Nazi, Joseph Goebbels, sino miren como terminó la aventura de Adolfo Hitler y su imperio de los mil años.

Era lógico que sucediera así porque al estimular la libertad del hombre (económica, política, social y cultural),  el conflicto entre la tesis y antítesis (-por ejemplo- lo viejo y lo nuevo, modernismo y postmodernismo) va a empujar a la humanidad hacia un cambio imperativo. De lo contrario fracasará y morirá, literalmente, porque la experiencia quedará ahí y no se borrará con facilidad. Y es que el hombre del siglo XXI -en esencia-, ha permeado de una u otra forma, en su psique, esa riqueza cultural  acumulada durante siglos de civilización.

Ese gran patrimonio cultural la ha transformado, haciendo que se acorten los tiempos de respuesta cuando afronte los retos naturales, científicos, tecnológicos y sociales. Los efectos son irreversibles en materia de globalización, las comunicaciones y la integración académica, económica y cultural. Contra eso lucha  una China que quiso experimentar un sistema controlado por un ideal hipócritamente llamado comunista, basado en un capitalismo salvaje, y al que luego de anexarse la antigua  y próspera colonia británica, Hong Kong, se  le profundizó ese sentimiento humano de aspirar a mayores libertades. Que los miembros del Partido Comunista (PCC) lo quieran ocultar es una cosa, pero la realidad la sacará a flote, cuando las grandes mayorías maduren sus ideas y la exijan con mayor fuerza, porque es absurdo que los multimillonarios chinos sean miembros del politburó del PCC y sometan a las mayorías a sus intereses.

Otro punto de analizar esta relacionado con los logros del comunismo. El Muro de Berlín cayó sin disparar una “bala” en 1989 y las consecuencias del sistema orbital soviético, que duró siete décadas, mostró su fracaso rotundo en lo social, económico y político, sus éxitos solo brillaron en el campo policial y militar. Igual legado reflejan las sobrevivientes Cuba y Corea del Norte.  En cambio, los países del sudoeste asiático, luego de experimentar el comunismo durante la guerra fría, terminaron como centros manufactureros del capitalismo globalizado.

En Latinoamérica, las experiencias producto del abstraccionismo erróneo y la influencia reivindicadora cubana, no son la excepción. Como teoría y praxis tomaron la vía de la violencia, el resentimiento y el revanchismo social, impidiendo que sus sociedades progresaran en bienestar, productividad, justicia, igualdad y educación. Por el contrario, el deterioro de la institucionalidad y su incapacidad de renovar o crear otras fracasó, sus avances son inconsistentes y lo más grave es el auge de la corrupción generalizada y la pérdida de oportunidades, producto de su incapacidad gerencial, de diálogo y consenso, que  ese liderazgo político de izquierda ha mostrado cuando les ha tocado gobernar. 

Del otro lado, sus representantes también han sido incapaces de renovar  los ideales liberales y democráticos, permitiendo -con sus prácticas- que fracasen en materia de humanización de los mercados, igualdad, disminución de la pobreza y en la aplicación de una justicia equitativa, caldo de cultivo para que la opción violenta se imponga. Han sido incapaces,  como escribe el filósofo, Michael Sandel (El  País 18 -10-2018), de “construir herramientas prácticas” para manejarse en “un mundo en permanente cambio”.

El caso Venezuela es ejemplo de la experiencia izquierdista.  El momento de la bonanza se desaprovechó totalmente y los problemas estructurales no se resolvieron y se profundizaron. El abstraccionismo del chavismo repercutió en la formación de  una visión totalmente tergiversada y nefasta para el futuro de la nación. Los resultados son evidentes, no hay renglón económico, social, político o cultural, en el que no se refleje su fracaso.

La sociedad venezolana ha degenerado en un estado de pre barbarie,  en la que predomina -de forma generalizada y con aceptación social-, la corrupción, la impunidad, la inexistencia de solidaridad y sensatez, el fatalismo y la prevalencia del mal sobre el bien. El país no tiene rumbo, la dirigencia política alternativa es víctima del caos generalizado y la represión desatada por el régimen, que se mantiene en el poder gracias a la sociedad fallida agudizada, durante los últimos 20 años, por la dádiva generada por una obsoleta cultura petrolera, que financió su inmovilidad y su ceguera ante la realidad evidente.

En esta época de pandemia, el régimen engrandeció su condición de maldad, mostrando su desprecio total al humanismo y a  la sociedad. Mientras los casos de muerte y contagio crecen, aparentan control sobre la situación, critican a otros desacertados países, como todo un regente moralista, y muestran una realidad inexistente. El venezolano vive a la deriva, y  contagiados por la indolencia de muchas naciones, ahora dejan la responsabilidad de la  prevención  en sus manos, luego de su fracaso, flexibilizando la cuarentena para reducir la presión económica y social.

Mientras el dólar hace estragos y la hiperinflación y la estanflación hacen de las suyas, con la venía autócrata, ahora llaman a clases para activar los centros de votación, y  mostrar una macabra normalidad en medio de los peores indicadores del Covid-19 chino. Preparan la farsa electoral para legalizarse totalmente. Liberan -parcialmente- a notables presos políticos a quienes torturaron y le violaron sus derechos, para facilitar la trampa. Muestran con orgullo una inexistente política pública de salud y proyectan, con la propaganda oficial, el éxito de un sistema que -todos saben- no funciona hace más de una década.  En medio de la angustia, su guardia pretoriana se aprovecha extorsionando a productores, comerciantes y ciudadanos necesitados, – por ejemplo- de gasolina.

Lo lamentable, escribía recientemente Laureano Márquez, es que el fenómeno de la Antifragilidad se afianza, mostrando un ilegítimo gobierno controlador, corrupto, arrogante, incierto, fortalecido por los oscuros intereses de los narcoterroristas, cubanos, rusos, chinos e iraníes. En otras latitudes, un régimen como el chavista se hubiera hundido en sus pestilencias, pero en Venezuela la lección es contraria, advierte Márquez: “Parece que la ausencia de ingresos lo hace más fuerte en otras formas de dominación. Cada desastre brinda a la oligarquía gobernante nuevas oportunidades para  afianzar su poder… Los propios errores terminan convirtiéndose en una gran ventaja”. Lo más grave es que las cosas están sucediendo y los venezolanos y la comunidad internacional no terminan de verlas o no les importa.

@hdelgado10