Hugo Delgado: Advertencia de vieja data

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Es más difícil  librar una nación de la servidumbre que esclavizar a una sociedad libre”(Carlos Montesquieu citado en 1815 por Simón Bolívar)

“El 31 de diciembre de 1958, García Márquez y Mercedes habían asistido a una fiesta que daba un miembro de la familia Capriles. Cuando volvieron a casa, a las tres de la mañana, el ascensor estaba averiado… Cuando abrieron la puerta de su apartamento, oyeron propagarse por la ciudad un auténtico pandemonio, entre vítores de la gente y los bocinazos de los coches; las campanas repicaban en las iglesias y aullaban las sirenas de las fábricas ¿Otra revolución en Venezuela?…La portera, una mujer portuguesa, les dijo que no se trataba de Venezuela: ¡Batista había caído en Cuba!”.

El fragmento es de la obra Gabriel García Márquez, Una vida, de Gerald Martin, (Londres 1944) un catedrático de lenguas modernas y estudios caribeños de las universidades de Pittsburgh y la Metropolitana de Londres, quien durante 18 años se dedicó a escudriñar la vida del escritor colombiano, Premio Nobel de Literatura y autor de Cien Años de Soledad; íntimo amigo del dictador cubano, Fidel Castro, razón política que le generó fuertes críticas por sus vínculos con uno de los personajes que ha impregnado de sangre el suelo latinoamericano.

El relato inicial es del segmento de la vida del Nobel de Literatura durante su paso por Caracas-Venezuela, entre el 23 de diciembre de 1957 y 1959. Venía de Londres y en Maiquetía lo recibió su amigo Plinio Mendoza, quien luego lo trasladó a la urbanización San Bernardino, en donde se alojó sólo en una residencia. Luego con su esposa, Mercedes Barcha, vivió en el edificio Roraima. Trabajó inicialmente en la revista Momento, del editor Carlos García MacGregor y luego con Elite, del Grupo Editorial Capriles, razón por la cual, fue testigo de la celebración.

Los venezolanos celebraron con fervor la llegada de quien con el tiempo se convirtió en su propio verdugo: Fidel Castro. Era lógico, Venezuela también vivía las inclemencias de las dictaduras militares que dominaron la mitad de su vida en el siglo XX. Era el legado militarista de la lucha independentista tan criticado por el historiador de la Universidad del Zulia, Ángel Lombardi Boscán, y por el psiquiatra y novelista, Francisco Herrera Luque. Perversa herencia que en pleno siglo XXI todavía marca su vida política.

A finales de la década de los 50 y principios de los 60, las ideas revolucionarias sacudían a Latinoamérica, básicamente por la escalada de la guerra fría, liderada por la Unión Soviética y sus aliados, y las férreas dictaduras militaristas de derecha, que acentuaban las desigualdades sociales, la corrupción y la violación de los derechos humanos. En medio de esa ebullición reivindicativa, la generación del 28, encabezada, entre otros por Rómulo Betancourt, visualizó el devenir político, e impulsó el ideal de la democracia como el modelo a seguir, y advirtió sobre los devastadores efectos que tendría la experiencia cubana en el continente.

En marzo de 1964, el escritor venezolano Mariano Picón Salas (revista Política No 32), narraba las vivencias de Rómulo Betancourt: “…Le conocí por su develada actividad hace ya treinta y cuatro años, en 1929, cuando él era un muchacho de veinte. Con precocidad muy criolla ya había dirigido mítines y escrito manifiestos;… fue preso y desterrado, organizó grupos contra la dictadura de Gómez en Colombia y en los países del Caribe”. Un ejemplo para los jóvenes y políticos de hoy, llamados a tomar las riendas del país, en estos momentos de angustia.

Picón Salas refería en aquella época cómo los jóvenes venezolanos se iban al exterior a soñar lejos el país que “parecía un potrero rural donde engordaban, mordían pasto y procreaban los sementales amasados por la dictadura gomecista”. No descartaban “la vaga esperanza que el Dictador caería por el peso de los años”, por revolucioncitas de caudillos que habían constituido una “forma vernácula de alterabilidad republicana. Y guardaban la oportunidad del golpe o de la sucesión… Eran los últimos intérpretes de una Venezuela provincial y demasiado aldeana, frente a la otra más compleja y problemática, que pareció emerger con los primeros pozos petroleros”.

Al referirse a su accionar escribía: “Logró convertir en hechos sus pensamientos y palabras, por su constancia, su fe, el coraje y la suma rapidez en el obrar”, Picón Salas lo calificaba como un político que peregrinó por varios países de América a los que inducía a predicar, organizar y configurar un cambio social y democrático profundo que rompiera las ataduras del viejo colonialismo económico y del nuevo imperialismo inhumano y cruel de los comunistas. Defendió el mundo de la ley como símbolo de la libertad. Luchó contra la subversión comunista de Cuba exportada a Sur América, “… Venezuela parecía el pivote ideal de la conjura, podía pagar los trastos rotos de la caótica experiencia cubana y aún transmitir el desorden a otros países del continente”.

El historiador norteamericano Arthur Schlesinger Jr. (Revista Política No.32, marzo 1964) al analizar su gestión presidencial escribió: “Betancourt vio que la democracia no podía existir sin dirección… No aceptó ni la demora ni el desaliento ante los grandes obstáculos que se oponen al desarrollo democrático…. Además, agregó: “Su presidencia quedará registrada como una categórica respuesta al pesimismo que durante tanto tiempo ha considerado que la democracia es para los latinoamericanos una vaga esperanza y un ejercicio inútil”.

Aquel diciembre de 1958, los caraqueños no presagiaron lo que les vendría. Estaban apoyando a su futuro verdugo: Fidel Castro. Betancourt sí fue enfático en su apreciación, Cuba podría convertir a Venezuela en su pivote para transmitir a Latinoamérica su desorden, su violencia y su fracaso como modelo económico y social. Como buen visionario no se equivocó; en su larga experiencia política dejó un mensaje de esperanza ejemplar con su profunda fe en la democracia y el rechazo al totalitarismo, como fuente que vincula el pasado con el futuro de estos sufridos pueblos y que solo incurren en el error de reafirmar las viejas tesis caudillistas y de las dictaduras militares.

La dominación cubana en Venezuela se mantendrá hasta el fin de los tiempos. Total no han invertido nada, obteniendo los mayores beneficios en su improductiva historia, sin riesgo alguno, con la gracia más importante: mantener la dictadura comunista de los Castro en el poder. La génesis y debacle del chavismo, le dio la razón histórica a Betancourt. Su vida está impregnada de lecciones y luchas en momentos difíciles y cruciales, de buscar las alianzas externas necesarias para apoyar sus objetivos. Sin duda, su legado central es el que mantiene viva la llama de la libertad en el país: la democracia.

@hdelgado10