Desde siempre se ha dicho que el Estado venezolano es un estado fuerte.
Esa expresión se adecuaba a su poderío económico, dueño de la renta petrolera se convirtió en un Estado que era empresario, propietario de más de cuatrocientas empresas, que iban desde el enlatado de sardinas Pica-Pica hasta la producción de producto petroquímicos, pasando por la conversión del petróleo en un montón de productos derivados, minerales estratégicos y preciosos también entraban en su dominio y hasta las carreras de caballo y las loterías. Parecía dominarlo todo.
Nunca faltaron las críticas de la manera como la corrupción organizaba todo aquel andamiaje institucional. Pero, digan lo que digan, ciertamente había un Estado nacional, soberano e irresistible hacia adentro, aun cuando, como en toda América Latina, vulnerable hacia afuera: La forma de Estado que asumió la república civil desde 1959 hasta 1998 era el referente identitario de todos sus ciudadanos, como referencia banal diré que todos teníamos cedula de identidad y nada nos impedía obtener un pasaporte que nos acreditaba como ciudadanos venezolanos, a pesar de haber perdido grandes extensiones de territorio había una política de fronteras que nos daba plena soberanía de nuestro territorio.
Esta soberanía se extendía hacia nuestros tribunales con respecto a la intromisión extranjera igual que sobre nuestras notarías y registros cuyos jefes eran funcionarios venezolanos, la FAN era una institución respetada sometida a la constitución, no deliberante y sin tutelas extranjeras. Había una estructura partidaria, que desarrolló defectos y vicios pero que durante un largo período fue una referencia ideológica y un elemento importante en la construcción de aspectos importantes de la cultura política venezolana.
Pero la crítica esgrimida por las elites políticas, culturales, sociales y económicas construyó la narrativa que todo había sido un desperdicio de cuarenta años y que era necesario construir lo que nunca se había construido y que podía ser resumido en un Estado verdaderamente fuerte que diera por término la corrupción y los privilegios de la clase política.
Paradoja, el resultado fue, con el concurso de esas mismas elites, instalación de una dictadura y el Estado que se ha organizado, si bien ha desarrollado una fuerte vocación represiva como nunca en la historia del país, ha sido más débil que nunca que ha alimentado más que cualquier régimen del pasado la corrupción y los privilegios de la nueva elite que se quedó con el poder, pero además y /o como consecuencia de ello, se ha diluido el “Estado Nacional”, así: ha dejado de ocupar todo el territorio, cediendo soberanía que ahora es ocupada por grupos irregulares de toda ralea a quien sirve, por medio incluso de la FAN, con cierta eficacia que todos extrañamos para los asuntos cotidianos de su gobernanza, La política del Estado no llega a la frontera, no cubre a toda la población puesto que una parte significativa de la población carece hasta de su cédula de identidad, la justicia intervenida por mafias de partido gobernante y sus notarias, registros y cuerpos de seguridad del Estado intervenido por un Estado foráneo. De tal manera que ahora si podemos decir que carecemos de un Estado Nacional.
Ello se expresa con toda nitidez como grupos criminales y delictivos rebasan el ámbito d validez de la acción del Estado y sus propios cuerpos represivos que si bien son efectivos persiguiendo a la disidencia política esa efectividad se desvanece cuando de enfrentar a los grupos delictivos se trata. Ejemplo, el delincuente conocido como “El Coqui” quien acoquina al gobierno cada cierto tiempo cuando le da por incursionar incluso en áreas donde se supone que el Estado tiene presencia: las avenidas de la capital.
La paradoja es que quienes hablan hasta la náusea de soberanía, el régimen chavista-madurista ha rebajado el Estado real a una simple franquicia de los grandes grupos irregulares que hoy se han apropiado de una parte sustancial del país.
@enderarenas