Marcelo Morán: Coquibacoa

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A mediados del 2000, el folclorista e investigador cabimense Víctor Vegas aseguró en un artículo publicado en la web, que el nombre Coquibacoa derivaba de “Coquimbo”, una palabra con la cual se designaba un remoto lugar en Chile. No sé, qué razones llevaron a este avezado cronista a buscar tan lejos, a la tierra de Pablo Neruda, cuando el origen estaba a dos horas y al norte de Cabimas.

Desde la secundaria me intrigó el significado de este topónimo vinculado con el lago, una parroquia de Maracaibo y un grupo gaitero de Cabimas. Durante un tiempo consulté enciclopedias, libros de historias y profesores buscando pistas esclarecedoras, pero el resultado fue en vano. Era como si nadie lo hubiese inventado alguna vez. Entonces decidí olvidarlo.

Un domingo de 1985 visité a mi tío José Antonio Polanco en su granjita ubicada muy cerca de La Concepción al oeste de Maracaibo. Lo conseguí reparando un equipo de sonidos y al que trataba de probar con un casete de Alí Primera. Así sin buscarlo y después de escuchar el tema “Coquivacoa” del que era fanático, volvió a encenderse la chispa que pesaba sobre esa singular palabra.

Mi tío vivió en Caracas en la década de los cincuenta y uno de sus trabajos consistió en recopilar para el Boletín Indigenista (una publicación mensual del Ministerio de Justicia) muchas de las tradiciones del universo wayuu desconocidas para esa época por la cultura occidental. Esa labor de escritura quedó condensada en la sección: “Noticias Guajiras por un guajiro”, que estuvo vigente desde 1950 hasta 1963.
Después de escuchar la danza de Alí primera, le pedí a Polanco que me explicara el significado del vocablo “Coquivacoa”, si es que lo conocía.
Él hizo reproducir por segunda vez el tema y quedó como cortina a lo largo de nuestra conversación. Él aseguró que estaba vinculado con un jayeechi (canto épico wayuu). Lo oyó en su niñez a finales de los años treinta del siglo pasado cuando acompañaba a su abuelo Virgilio por un rincón de Jarara en busca de ganado vacuno. El cantor del jayeechi era un hombre cercano a los cincuenta años, y se llamaba Yoní Apushana.
—El nombre Coquibacoa, se escribe con B larga y era el nombre distorsionado de un cacique wayuu que expulsó de la península Guajira a don Alonso de Ojeda en 1499 —dijo Polanco al cuestionar cómo estaba escrito el título de la canción en la carátula del casete.—. Coquibacoa es una expresión compuesta de dos palabras. La primera está asociada con la avispa, y la segunda con un grito de alarma muy arraigado en la tradición wayuu. Los europeos estropeaban todo. Mira lo que hicieron con la palabra Karrouya, que significa Tierra de los espejos, y convirtieron en los primero textos de historia en Garabulla; un disparate, que distaba mucho de ser pronunciado por un hablante de nuestra tierra.

Esto se desprende —según Polanco— en que los nativos al advertir la llegada de extranjeros barbudos y vestidos de hierro a bordo de un barco alado y del tamaño de una montaña, vociferaron a su líder llamado Kooiwei, usando el término “koo” al final del nombre para que resonara en la distancia como un grito impetuoso de socorro o alarma. Ese rugido de auxilio fue escuchado por los europeos con desconcierto y dio lugar después al nombre “Coquibacoa”, según las anotaciones que Alonso de Ojeda dejara en una suerte de diario y es hoy patrimonio de la Armada española. Esta última información la obtuvo después revisar en bibliotecas documentos relacionados con La Guajira. A finales de esa década (1959), conoció en Caracas al historiador zuliano Manuel Matos Romero, quien no solo ya había escudriñado el documento en cuestión sino escuchado la versión en español del jayeechi.

—No me sorprendió, porque Matos Romero frecuentaba La Guajira e investigó mucho, incluso llegó a publicar varios trabajos —dijo Polanco—. Conocía además, muchas anécdotas de personajes antiguos, como Cachimbo González, José Dolores, Wunúpata. Matos, fue quien llevó al maestro Rómulo Gallegos en 1941 a la Laguna del Pájaro, y de esa experiencia saldría dos años más tarde la novela “Sobre la misma tierra”. Él era amigo del Torito Fernández y del viejo Nemesio Montiel, Wushojolo.
El escritor explicó que abordar el tema Coquibacoa era espinoso, pues se atizaban viejos resquemores de la geopolítica venezolana y colombiana.
—Hubo mucha confusión, pues había mapas en que aparecía el nombre: “Golfo de Venecia”, “Golfo de Maracaibo” de manera alternativa con “Golfo de Coquibacoa”, este último sería usado después por Colombia como argumento para reclamarlo. Y el zaperoco se armó con la separación de Venezuela de la Gran Colombia en 1830. Al parecer, la Capitanía General de Venezuela, que era la figura administrativa que regía los destinos del país antes de la Independencia, no estableció los límites con las otras colonias españolas; se apoyó solo, en un borrador que esbozó Ojeda en su primer Viaje desde El Esequibo hasta El Cabo de la Vela. De modo que el asunto del mapa fue la razón por la que vedaron de la historiografía venezolana y de la memoria universal el nombre de este cacique —subrayó Polanco.

A mediados de 1964, mientras Polanco vivía aún en Caracas, se mudó a dos kilómetros de nuestra propiedad (en Las Parcelas de Mara) una prima lejana de mi madre llamada Dorila González. Su esposo era un alíjuna de Perijá, llamado José Ángel. Era un tipo cordial, pero muy parco. Al cabo de un mes llegó la tía Dorila acompañada de su papá: era un hombre alto, flaco y moreno. Tenía alrededor de sus pupilas aros brillantes causados por la catarata. Usaba sandalias de cuero rústico, sombrero, bastón y se ataviaba con un refajo o faldón de paño. Todos esos elementos le daban a su imagen un aire de profeta bíblico, y rondaba quizás los ochenta años. Su nombre era: Yoní González Apushana. Después de aquella primera visita volvió sin acompañante un par de veces a saludar a mi abuela y de allí, no regresó jamás.

Cuando le conté a Polanco esta anécdota en aquella visita de 1980, no podía creerlo, estaba sorprendido:
—¡Qué pequeño es el mundo!
Transcurrido unos segundos, con más calma agregó:
—Es el mismo que cantó el jayeechi sobre Alonso de Ojeda en 1938. Él era tío materno de mi abuela. Qué vueltas da la vida, ¿no?
—¿Escribirías esa historia, después de cuarenta años?
— No. Es muy cuesta arriba. Mi mente ya no está para esos trotes, aunque la narrativa oral wayuu siempre fue mi pasión, no la abordé en mis escritos. Preferí las tradiciones. Una vez en Caracas, como lector, seguí la narrativa de autores alíjunas que estaban de moda y tuve la dicha de conocer algunos: Gallegos, Uslar Pietri, Pocaterra, Ramón Díaz Sánchez, Otero Silva y los de afuera: Asturias, Carpentier.
—¿Y García Márquez?
—No. Para 1950, García Márquez era un desconocido, incluso en Colombia. Él se proyectó al mundo al final de los sesenta, con Cien años de soledad.

Al atardecer, después de terminar nuestra conversación, me despedí de mi tío y la danza “Coquivacoa” de Alí Primera continuaba sonando en el reproductor reparado.

Treinta años después, en 2015, recibí en mi casa de Ciudad Ojeda la visita de mi paisano el periodista e investigador wayuu Manuel Ramón Fernández, quien venía del municipio Baralt después de cumplir compromisos con algunos patrocinadores del diario intercultural Wayuunaiki del que funge como redactor. La presencia de mi coterráneo de La Guajira siguió dando frutos para dilucidar el misterio que giraba en torno al origen de la palabra Coquibacoa al punto de que nuestra conversación giró allí y sobre las correrías del coronel Reyes.
Román traía en un morral varios ejemplares de ediciones pasadas del diario Wayuunaiki de los cuales me regaló cinco, sobresaliendo uno dedicado al día de la Resistencia Indígena: “¿Qué pasó el 12 de octubre” publicado el 12 de octubre de 2012. En la sección “Héroes de la Gran Nación Wayuu” (página 12) destacaba el título: “Kooki`way primer wayuu que recibió a los españoles en la Guajira”, donde se desglosa en 2905 caracteres, cómo reaccionaron los wayuu ante la venida del primer europeo a la América continental.
De aquellos cinco periódicos de colección apenas conservo uno: edición de junio de 2013, en el que Wayuunaiki es distinguido con el Premio Regional de Periodismo.

En esa extendida plática Román me aseguró que había consultado un documento (el mismo del que hacía referencia Polanco y había leído también Matos Romero) y constituía una suerte de diario de Alonso de Ojeda en la que apuntaba con detalles su arribo a la tierra de un tal Quoquibacoa, que dio soporte para él bautizar el sitio con el nombre de península de Coquibacoa. Este documento hace además una descripción tipo retrato del cacique, que recoge Román de manera textual en su artículo: “… Tenía brazaletes de oro, un collar en su pecho con simbología india que nos hace suponer era el símbolo de tribu de indio, con su típico traje de cuero, en sus piernas usaba hicos, era alto, de espalda ancha. Se asemejaba a un faraón egipcio, por los adornos que llevaba sobre su cuerpo…”. Así mismo en el artículo, Román precisa que el cacique Coquibacoa pertenecía al clan Epinayú, que tiene como tótem, el burro.

Aunado a lo anterior, Román contó que en un viaje emprendido a la Alta Guajira en busca de motivos para nutrir sus crónicas y dejar bien informados los oyentes de su programa radial en Fe y Alegría, se topó con un juglar muy simpático y entrado en años. El paisano cantó un jayeechi que daba tumbos por La Guajira desde hacía cinco siglos en busca de compilador y halló a Román en el momento y lugar justo para conseguirlo. El investigador nativo de Guarero, absorto por lo que acababa de escuchar, tomó nota y lo grabó en dos cintas magnetofónicas y se convirtió más adelante en insumo para completar el referido artículo.

El testimonio de Polanco coincide con el de Román salvo en una variación del término Kooiwei (apariencia de avispa) a Kookiway. Román condensa en su artículo parte de las anotaciones de Alonso de Ojeda y el punto de vista de los wayuu sobre aquel inusual encuentro (recogido en el jayeechi) constituyendo hoy, el documento más esclarecedor que se haya conocido sobre la existencia de Coquibacoa.

En junio de 2019 viaje a Uribia (Guajira colombiana) para contactar a los hijos de mi tío Néstor Polanco Epinayú. Buscaba en ellos solidaridad para paliar la situación en que me hallaba producto de la crisis humanitaria que hoy sigue asolando Venezuela. El apoyo que recibí de mis familiares, fue Grande. Allá, en la acogedora enramada de mi tía Elodia, conocí también al viejo Yuca Epinayú, quien es primo hermano de mi tío y pasaba de los setenta años. El viejo cuando supo de mi procedencia dijo en tono jocoso en wayuunaiki:
—¿Nipirrin piá Malüla? (¿A tí también te hizo correr Maduro?)
—Sí —le contesté.
En la conversación le pregunté a Yuca si había escuchado un jayeechi sobre el cacique Kookiwai o Koowei Epinayú o si él era de su linaje. Él respondió después de empinarse en una totumita rebosante de chirrinchi el equivalente a dos tragos:
—No escuché el canto. Pero sí oí sobre él hace mucho tiempo, en mi infancia. Era un tipo antiguo, pero muy valiente. Su mujer se llamaba Palairra y era del clan Jinnu. Quizás era el abuelo de todos nuestros abuelos. Los Epinayú somos poco, pero nos hacemos sentir siempre —dijo orgulloso.

Al margen de controversias y el más escandaloso silencio, Coquibacoa es patrimonio de la Gran Nación Wayuu y debe erigírsele —como reparación histórica— un monumento en la Alta Guajira, en el centro de la línea fronteriza sobre un alto pedestal, tan elevado como el ardor de su legado, que convirtió La Guajira en un lugar inexpugnable durante más de quinientos años. Los artistas, escultores que acometan el proyecto, ya tienen el trabajo adelantado: Ojeda —como caso curioso—dejó en sus notas un retrato descriptivo del cacique al compararlo con la estampa de un faraón egipcio.

A partir de ahora los habitantes de la parroquia Coquibacoa de Maracaibo, los seguidores del tema “Coquivacoa” de Alí Primera, el propio Neguito Borjas, director del grupo gaitero “El Gran Coquivaoa”, cuando les pregunten por el origen del topónimo, deben responder con orgullo: “Coquibacoa era el nombre de un cacique wayuu, que vivió en el siglo XVI y tuvo el arresto de expulsar de La Guajira al primer gobernador impuesto por un imperio europeo en América”.

Marcelo Morán / Maracaibo