Hace varios años referí a la tendencia política de Latinoamérica de ir, durante un período, hacia gobiernos de derecha y luego hacia otros de izquierda. Mientras los primeros demostraban agotamientos en sus propuestas liberales y democráticas, los segundos se encargaban de explotar los resentimientos históricos, tratando de tomar las banderas de la desigualdad y
distribuir la riqueza existente, pero demostrando una gran incapacidad para generar los recursos necesarios para financiar las dádivas oficiales y esa compleja propuesta, muy utilizada en Europa, del Estado de Bienestar.
La izquierda capitaliza circunstancialmente los resentimientos, pero sus medidas, más centradas en el control presente y futuro del poder, se diluye hasta el punto de reproducir los males a los cuales pretenden combatir: Injusticias, ineptitud y corrupción.
Durante la primera década el siglo XXI de las vacas gordas, generadas por los buenos precios de las materias primas, el agotamiento de los gobiernos de centro derecha permitió que llegarán los pupilos del Foro de Sao Pablo con el firme propósito de reivindicar al trasnochado comunismo, que había fracasado durante siete décadas en la Unión Soviética, China, Cuba, Indochina y Corea del Norte.
Tomando las banderas del fracaso era obvio que su destino estaba escrito. Los mismos factores retrógradas se evidenciaron en los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Russeff (Brasil), Rafael Correa (Ecuador), Hugo Chávez y Nicolás Maduro (Venezuela), Néstor y Cristina Kirchner (Argentina), Gabriel Boric (Chile), Gustavo Petro (Colombia). Las conclusiones están ahí: Javier Milei, María Corina Machado (MCM) y Nayib Bukele.
Algunos analistas toman como una sorpresa la reciente victoria con el 30.1% de Javier Milei (movimiento Libertad Avanza), en las Primarias Abiertas, Simultaneas y Obligatorias (PASO 13-agosto-2023) argentinas, pero si se analiza el cuadro actual del país, dominado por el kirchnerismo en las últimas dos décadas, los factores del triunfo eran evidentes. Según Antonio de la Cruz (15-agosto-2023), las razones del voto son heterogéneas (protesta, anti partidos, rabia, etc) y en el fondo buscan un cambio de la cultura decadente generada por quienes han gobernado al país.
Su discurso está sincronizado con su pensamiento demócrata, libertario y antisistema. Ha entrado en sintonía con quienes critican la situación de Argentina y la incapacidad de una dirigencia corrupta, inepta, dadivosa y mala administradora, que solo ha fortalecido la red clientelar para garantizar su saqueo, la complicidad de su nomenclatura y los votos para mantenerse en el poder. Esa distorsión es criticada por Milei, con un verbo que genera temores en los adeptos a las dádivas y esperanza en quienes creen en un país libre, trabajador, justo y creativo.
Una tendencia que no solo ocurre en Argentina, la forma de gobernar de la izquierda en las últimas dos décadas es tan aberrante como los de derecha que fueron incapaces de responder a las demandas de los ciudadanos y las tendencias de la humanidad (tecnología, educación, globalización, ambiente).
El predominio de gobernantes afiliados al Foro de Sao Pablo (FDS) no revirtió ese proceso decadente, y es obvio que la derecha responda agresivamente a esas nefastas gestiones empobrecedoras. Ese cambio de preferencias ha provocado que ese desplazado liderazgo ahora tome como sus armas a la violencia, el caos y la anarquía, en abierta contradicción con los intereses de las mayorías que solo buscan construir su esperanza sobre las bases de un país próspero y justo.
Ese cuadro se diferencia poco de lo sucedido en la Venezuela chavista, diezmada, empobrecida y corrupta, que aún con su riqueza petrolera, solo ve a través de los escándalos internacionales, como su nomenclatura se robó miles de millones de dólares, mientras su población huye, padeciendo humillaciones y el dolor de la ruptura de sus lazos familiares, sin que eso le importe a Nicolás Maduro y sus séquitos.
Esa inclinación hacia la derecha no es fortuita. Nayib Bukele se colocó sus “gríngolas” y centró sus estrategias y acciones en resolver dos asuntos claves que han causado polémica, pero han traído paz y estabilidad a El Salvador: Combates a la inseguridad y la corrupción. El resultado se refleja en su alto porcentaje de aceptación, no sin antes fijar posiciones firmes ante los organismos internacionales humanitarios que ahora salen a defender a las temibles Maras, que lo azotaron con su extorsión, sicariato y el narcotráfico, pero no defendieron a sus víctimas.
Caso similar ocurrió en Colombia cuando emerge Álvaro Uribe y aplica su política de seguridad democrática, cuyo objetivo fue recuperar la institucionalidad y combatir la guerrilla (Ejército de Liberación Nacional y Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia apoyadas por Cuba y Venezuela), el paramilitarismo y el narcotráfico. Con mano férrea aplicó sus acciones que le permitieron estabilizar al país.
El péndulo de la política latinoamericana muestra una historia fluctuante entre la derecha y la izquierda. Lo preocupante de este movimiento cíclico es que sus sociedades muestran tal grado de inmadurez y resentimiento, que es incapaz de evaluar las opciones pertinentes cuando de escoger sus mandatarios se trata. Ocurrió con Gustavo Petro en Colombia, Gabriel Boric en Chile, Pedro Castillo en Perú, y Alejandro López Obrador en México, entre otros.
La falla de la izquierda fue tomar como bandera de lucha las bases del resentimiento y la desigualdad histórica de la población, sin considerar los avances y experiencias que la democracia ha construido en su larga y compleja vida. Responder con los preceptos inviables del marxismo resultó un fracaso y ahora a su caos ( como el que está ocurriendo en Ecuador provocado por Rafael Correa) le van a responder figuras como Milei, Bukele y MCM.
Las erradas respuestas de la izquierda ahora se reducen a estrategias violentas y delictivas como las denunciadas recientemente por el Observatorio Geopolítico de América Latina (19-agosto-2023), relacionadas con la expansión del narcotráfico mexicano, el auge criminal expresado en la extorsión, la corrupción, lavado de dinero, ciberdelitos, trata de blancas, tráfico de armas, minería ilegal y la impunidad, más cuando la debilidad institucional de las democracias es incapaz de enfrentar estos males.
El discurso antisistema de Milei surge en un ambiente en el que la sociedad clama por la estabilidad, la condena al criminal y al corrupto, el rescate de los valores familiares diluidos por sectores que ven en el consumo de las drogas y las prácticas inmorales algo común porque ellos, como sociópatas, extrapolan sus enfermedades psicológicas y hacen víctimas de ellas a las sociedades que gobiernan.
Los extremismos son negativos porque desvirtúan la verdad y se pierde la capacidad objetiva para detectar los problemas, analizarlos y definir las acciones para resolver los asuntos de todos. Ese es el peligroso camino al que condujo el radicalismo de la izquierda a Latinoamérica, trayendo como consecuencia la aparición de líderes con visiones que buscarán corregir losentuertos y fortalecer institucionalmente a la democracia.
@hdelgado10