Hay un adagio popular que dice: “La mentira con la velocidad que sube, baja”. Lo grave del asunto es cuando las élites pensantes las asumen como verdades y la justifican, en especial aquellas que se declaran revisionistas o post modernistas, y buscan subterfugios en la historia y el resentimiento social, para avalar sus pseudo estudios y verdades, para luego proponer la destrucción de las instituciones, la protesta violenta, la creación de contradictorias leyes que resultan más excluyentes que sus antecesoras, o impulsan sociedades improductivas y dependientes de la dádiva político-electoral que terminan más empobrecidas.
Otra frase apropiada indica: “Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Claro está, quien no aprende de la experiencia repite sus errores. En el mundo, el ejercicio por el poder económico, político e ideológico se convirtió en una lucha permanente de las sociedades y sus élites en la cual hacen cosas correctas o incorrectas, relacionadas con los derechos humanos, el medio ambiente o simplemente con el “deber ser”. La diferencia es que en unas naciones funciona el imperio de la ley y la sanción se aplica, y en otras el autoritarismo, el miedo y la mentira generan impunidad.
Por ejemplo, para los revisionistas e izquierdistas es criticable lo que hicieron las dictaduras del Cono Sur, o Estados Unidos en Centroamérica, Vietnam o Irak, pero justifican con su silencio los millones de muertos de José Stalin en la Unión Soviética, Pol Pot en Camboya o la revolución cultural de Mao Tse Tun en China. En ese error cayeron innumerables intelectuales de la talla de Jean Paul Sartre y Gabriel García Márquez, quien incluso, luego de su visita a los países de la “cortina de hierro”, justificó el atraso de Berlín Oriental frente a su homóloga Occidental, al considerar la prosperidad de la segunda como un simple acto propagandístico del capitalismo para desprestigiar al comunismo.
De ese equívoco histórico no se escapa Venezuela, cuya endeble historia ha sido distorsionada por la mentirosa visión militarista y una amplia irresponsabilidad social ante los diversos hechos, potenciadas en los siglos XX y XXI por la injerencia de la cultura petrolera, hasta convertirla en una sociedad altamente burocratizada y con un Estado todopoderoso, que degeneró -gracias a los petrodólares, en corrupto y fatalmente ineficiente, desdibujando el concepto de nación y provocando la peor crisis de su vida republicana.
En esa convulsa situación entró en acción una élite castrense, intelectual y política con una tendencia revisionista, altamente resentida, con más sed de venganza que intenciones de construir una sociedad más igualitaria y correctora de las desviaciones provocadas por quienes ejercieron la antecedieron en el poder. Una mezcla socialista y militarista -por sintetizar su predominancia ideológica-, emprendió un camino hacia una fracasada “revolución”, con una clara visión de destruir lo existente y construir sus propuestas sobre los escombros, obviando las lecciones históricas, utilizando la violencia, la corrupción, la coerción, la mentira y el miedo, como herramientas de imposición.
Vistos los resultados de la descomposición social, política, económica y cultural, luego de 21 años de experimento, es inevitable comprender que Venezuela necesitará una revisión total de sus sistemas, funciones y procesos, para construir la estructura que responderá a los parámetros y necesidades de su sociedad. Una gran interrogante es cómo desmontar el complejo andamiaje de impunidad, corrupción y mentira que se instauró hace varias décadas y se acentuó con el chavismo.
Desde el punto de vista económico, personajes reconocidos, como el profesor de la Universidad de Harvard, Ricardo Hausmann, el ex presidente de Petróleos de Venezuela, Luis Giusti, o el equipo de investigadores del Proyecto Pobreza de la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab), u otros muchos especialistas, pueden tener propuestas de rescate macro económico o sociales, sabrán qué hacer, pero, ¿serán suficientes esas ideas para sacar al país adelante? Pues no.
Caer en este error significará obviar los factores institucionales y culturales, que también fueron impactados por la crisis y son fundamentales para el buen funcionamiento de la nación, ya que rigen el comportamiento humano y garantizan la vigencia del imperio de la ley. El caso Venezuela no es solo de recursos económicos, leyes y alianzas nacionales e internacionales, es un asunto de conducta humana, de lo contrario la sociedad continuará arrastrando los errores que provocaron la crítica situación.
No es fácil construir una solución integral para Venezuela, dado el grado de deterioro y destrucción de sus instituciones democráticas. Tamaña empresa implica un gran esfuerzo formativo para crear las condiciones de una cultura ciudadana, responsable ante el hecho público y diametralmente opuesta al “simple rol de ver” y ser cómplice de los desmanes de sus gobernantes, la violación de los derechos humanos, la corrupción e incluso de aplaudir y justificar las aberraciones, de acuerdo con la ideología que se tenga. Sería pertinente que la academia crítica sobreviviente y la sociedad civil ejercitaran su creatividad y capacidad de reflexión para buscar respuestas a los retos que vienen, porque es evidente que el chavismo como modelo fracasó.
Técnicamente el chavismo está caído, pero ¿cómo el régimen se mantiene en el poder? Con el apoyo y asesoría de Cuba, ahora afianzado con la alianza china y rusa, el control de la estructura formal del Estados, más el respaldo del sector castrense, políticos radicales o tarifados, y una sociedad civil cómplice, cómoda o atemorizada, lo cual ha creado un escenario de supervivencia y de larga agonía que impide el cierre del ciclo rentista y militarista.
El chavismo no reconocerá sus errores. Como buenos izquierdistas siempre buscarán excusas para justificarlos. Pero –del otro lado-, ¿tendrán los sectores económico, político y social adversos, la capacidad de reflexionar sobre sus fallas y dejar atrás sus ambiciones, prácticas corruptas, irresponsabilidades y sus mentiras, que tanto daño han hecho a la sociedad que confío en ellos? Particularmente y visto el comportamiento de los adversarios internos y externos, especialmente de quienes viven en Estados Unidos, la respuesta es “no”. Los vicios legados de la experiencia democrática, acentuados en los últimos 21 años, dejan dudas sobre su capacidad para superar los problemas que generaron la crisis actual, cuyas consecuencias negativas son irreversibles.
@hdelgado10