El establishment lo decidió y así se hizo. Donald Trump con su irreverencia y populismo tocó muchos intereses juntos: Políticos, económicos y sociales. Se necesitaba un presidente de consenso, menos agresivo, conservador, defensor del statu quo, ese es Joseph Biden Jr. A sus 78 años sus posibilidades de llegar a la presidencia eran pocas, pero el destino le cambió con la pandemia china Covid 19 y la agresiva campaña de los grupos minoritarios racistas y de otras tendencias que llevaron la violencia a las calles, hechos que afectaron negativamente la imagen del mandatario.
El historiador escocés, Niall Ferguson (El País 15-octubre-2020), pronosticó que Biden ganaría “con un margen suficientemente amplio para que no haya esa gran crisis constitucional”, se erró por el margen, que al igual que él, todos proyectaban como holgados, pero no fue así. Estados Unidos posee 330 millones de habitantes, habilitados para votar son 239 millones, y en las elecciones del 6 de noviembre de 2020, ejercieron el voto 158 millones (66%) la más alta en 120 años de historia, de los cuales Biden obtuvo 81,2 millones (51,3%) y Trump 74,2 millones (46,8%), en colegios electorales 306 y 232 respectivamente.
Ese consenso contra Trump se reflejó en los medios, como la cadena de noticias CNN, al igual que los gigantes tecnológicos (Facebook y Google). Por ende, el anuncio de la victoria de Biden lo hicieron los grandes conglomerados de la comunicación. Pero La estrecha diferencia de 43.500 votos distribuidos en tres estados claves para obtener la mayoría en el colegio electoral, mostró márgenes decimales, que apretaron la contienda.
Tras estos fríos números cabe precisar porque se dio la masiva votación y qué reflejó este atípico comportamiento electoral. Cuando el demócrata Barack Obama ganó en 2008, la victoria se interpretó como un refrescamiento de la democracia norteamericana, agotada en sus propuestas político-ideológicas, era de color negro y joven. Esos factores entusiasmaron a sectores de su misma raza, latinos y los tradicionales rebeldes sociales, pero el furor se fue agotando, y en el segundo mandato la frustración aumento por el agotamiento funcional y de los procesos que mueven los sistemas y subsistemas que componen su democracia.
Hace más de 20 años, Neil Howe (BBC Mundo 24 de junio de 2020) predijo que “Estados Unidos viviría una crisis que llegaría a su clímax en el año 2020. Su vaticinio no lo hizo mirando una bola de cristal sino sobre la base de una controvertida teoría que este historiador, economista y demógrafo desarrolló en la década de 1990 junto a su colega William Strauss. Estudiando la historia de EE.UU. desde 1584, estos autores encontraron una serie de patrones que les permitieron explicar la evolución histórica de ese país a partir de los cambios generacionales”.
Aunque el establishment logró aglutinar –alrededor de Biden- gran parte del electorado, vendiendo la idea de “votar en contra del populista Trump” por su irreverencia institucional, sus polémicas declaraciones, el manejo de la pandemia china Covid19 y los efectos de sus medidas (como la suspensión del acuerdo con China) sobre grandes intereses empresariales, comerciales y políticos, hay que destacar que existen asuntos sociales que van más allá de las etiquetas superficiales.
La gran interrogante es porqué surge Trump. No se puede descalificar el apoyo de 74 millones de estadounidenses a su candidatura y su gestión, sin entender el porqué ocurrieron las revueltas institucionales/organizacionales y sus cuestionamientos, en los últimos cuatro años. La derrota del Presidente y la victoria de Biden tienen una explicación que trasciende el simple restablecimiento de la institucionalidad democrática y la reactivación de las relaciones con sus aliados mundiales.
Los cambios se generan por las tensiones que existen dentro del sistema de integración social, dice Karl Deutsh, y la política es parte importante en ese engranaje entre las diversas expectativas de la sociedad. En el proceso de transformación de Estados Unidos es ineludible que sus metas deben revisarse integralmente porque “algo no está funcionando bien” y su dirigencia empresarial, social y política tampoco lo está haciendo adecuadamente, no han construido el qué y el cómo para responder a los retos que la potencia generó con el predominio mundial de la democracia, la expansión de las ideas liberales, la globalización económica y cultural euro y anglo centrista, y la revolución tecnológica.
Ese desfase de intereses demuestra que la cohesión (unión de intereses) y la covarianza (hacer los cambios juntos) están en crisis, reflejando un país dividido, fenómeno que muchos académicos y líderes críticos de Trump lo ven a él como una simple amenaza; sin embargo, otros lo visualizan como un reto histórico más a superar, tal como lo ha hecho la sociedad norteamericana a lo largo de sus más de dos siglos de vida republicana.
Esta necesaria discusión, el establishment demócrata no la tiene clara y Biden –en sus primeras declaraciones- ha mostrado su intención de llevar la nave hacia el mismo puerto y por la misma ruta que Obama propuso. La revisión de los sistemas y subsistemas que garantizan la integración de la nación, puede darse por la vía de una revolución (difícil que se opte) o de la autotransformación -vía reformas o creación de leyes- para mantener ciertos elementos de la estructura institucional, pero reorientando los intereses, procesos y funciones a favor de las recompensas que aspiran obtener los diferentes grupos que componen la sociedad norteamericana.
Sobre la situación anteriormente expuesta, Ferguson dice que hubo una cierta legitimidad en esa victoria electoral de Donald Trump en 2016, pues fue una reacción “contra un establishment demócrata fundamentalmente complaciente. Segundo, el impacto histórico de Trump reside en el hecho de que cambió el curso de la política de Estados Unidos hacia China. Rompió con un consenso sobre China que se remontaba a Kissinger y Nixon. Dirigió al público estadounidense a un marco mental completamente diferente con respecto a China, incluidos los demócratas. Eso es lo más relevante de su presidencia. La segunda guerra fría se puso en marcha…”; a la vez que advierte que los demócratas: “No han comprendido por qué ganó Trump. Y un signo lamentable de ello es que eligieron a Joe Biden como su candidato”, advirtiendo que “la gente en la Administración Obama cree que van a regresar al poder en enero. Lo que me indica que no han entendido por qué perdieron en 2016”.
La generación a la cual debe responderle Biden, y a la cual con sus aciertos y desaciertos Trump intentó hacerlo, ha estructurado un cuerpo de intereses que comienzan a filtrar a una sociedad paquidérmica. Según Howe “los millennials van a cambiar la cara de nuestra vida cívica. Históricamente, durante un «despertar» vemos que la sociedad cambia el mundo interno de valores y la cultura. Pero durante una crisis cambiamos el mundo exterior de la economía, la infraestructura y la política. Creo que ahí es donde los millennials serán mucho más decisivos”. Y su accionar ya se expresó con su participación electoral masiva, una muestra del interés que tienen sobre la toma de decisión pública.
Si Biden vuelve al modelo de gestión de Obama y sus prácticas en política interior y exterior, en 2024 los republicanos volverán a la Casa Blanca. El tiempo será el testigo implacable que dirá quien tiene o no la razón. Se verá –por ejemplo- si la estrategia planteada -por “el buen Jo”-, de diálogo y revisión de las sanciones aplicadas por Trump, serán efectivas en el caso Venezuela y Cuba, esta última acostumbrada a lidiar con las eternas conversaciones que nunca llegan a nada porque la dictadura tiene 60 años. O en el caso chino, defenderá los intereses de las empresas norteamericanas instaladas allá o asumirá una posición más firme ante su amenaza a la democracia. A esto se agrega la energía que pude irradiar un mandatario de 78 años que tiene ante sí grandes retos, en una complejo mundo convulsionado, y una sociedad interna que demanda la reorientación de sus intereses y el camino para alcanzar sus recompensas.
@hdelgado10