Hugo Delgado: De la violencia a la anarquía en Latinoamérica

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En Latinoamérica difícilmente se acoplará, de manera civilizada, el pensamiento democrático y el comunista. La izquierda lo único que ha hecho es utilizar las herramientas de la democracia, la violencia y la anaquía para echar las bases de su carretera hacia su objetivo final: Utilizar la lucha social, por la vía violenta, para conquistar el poder e imponer su modelo ideológico.

Para quienes insisten en “los preceptos nobles y sociales” del Foro de Sao Paulo, solo observen las experiencias de sus fundadores y pupilos que han gobernado distintos países en Latinoamérica ¿Por dónde comenzaron a construir sus caminos? Por la violencia. A través de ella generaron la anarquía necesaria para catapultar liderazgos, candidaturas y a presidentes, uno de estos ejemplos más recientes, es Gustavo Petro, ahora auto proclamado como el ungido sobre temas ambientales, humanistas (a pesar de que sus andanzas guerrilleras llenaron de sangre sus manos), culturales, indigenistas, etc, pide poderes especiales, tal como los pidieron Hugo Chávez y ahora Nicolás Maduro, para imponer su ideología.

La izquierda se montó en una carroza con ruedas impulsadas por la violencia y la anarquía para construir su mundo, y en una región desconfiada, desigual y vengativa, los discursos encantadores han hecho efecto en las mentes debilitadas por la falta de razonamiento objetivo y acciones emocionales, que les impiden deslindar la mentira de la verdad, esta última necesaria para fortalecer la institucionalidad democrática y tomar las mejores decisiones.

Con su visión arcaica pretenden venderse como “progresistas”, usando como instrumento de conquista de poder, la lucha de clases, obviando cualquier alternativa para las respuestas sociales. Esto hace que su pensamiento sea obtuso, más cuando existen experiencias fracasadas como las ocurridas en la Unión Soviética, Europa Oriental, Cuba, Corea del Norte y China, que han migrado hacia modelos confusos, incapaces de aceptar su fracaso, con sus sociedades que ya asumieron tácitamente la democracia y el capitalismo como praxis cotidiana.

De la destrucción del metro de Santiago de Chile, emergió el inepto presidente Gabriel Boric. De la quema de buses y estaciones de Transmilenio en Bogotá-Colombia, salió el inepto y corrupto ex alcalde de la capital colombiana, Gustavo Petro. Ahora lo intentaron en Perú, pero la institucionalidad respondió con agresividad ante la amenaza. Poco importó para sus sociedades que esas obras fueron financiadas con el sudor de sus frentes, a través de sus impuestos, y que nadie pagara por los daños. Irónicamente, esos pueblos cegados por el resentimiento los eligieron con la esperanza de un “cambio” que no llegará.

Ese fenómeno también ocurre en una Ecuador, que ahora está volviendo su vista atrás, para apoyar al corrupto y autócrata, Rafael Correa; en Brasil con la elección del fundador del Foro de Sao Paulo y artífice de la red de corrupción más grande conocida en el continente: Lava Jato-Odebrecht, Ignacio Lula da Silva; o con la mafia de los Kirchner en Argentina que enterró al país en una eterna crisis. 

El presagió del sociólogo, Miguel Ángel Campos, “de la desmemoria y del olvido estamos hechos los venezolanos”, puede extrapolarse al contexto de Latinoamérica. Poco importa si estos personajes, con prontuarios, asumen la venganza para destruir todo aquello que “yo” visceralmente creo sean las causas de mis desgracias y frustraciones, y me alío con ellos. En esta parte del mundo “el mal sí paga”. La memoria y las experiencias pasadas no tienen cupo en este tipo de mentalidades porque el resentimiento y el deseo violento para destruir son más fuertes.

Pero desgraciadamente esa es una constante humana. Durante la Revolución Francesa (1789) la criminal guillotina arrancó más de 30 mil cabezas, entre ellas la del rey Luis XVI; sin embargo, la historia demostró que prevalecieron no sus ejecuciones, sino sus legados no violentos basados en la filosofía, la sociedad, economía y la política, como los derechos del hombre y ciudadanos, la educación pública y gratuita y la separación de poderes.

El biógrafo y novelista austríaco, Stefan Sweig, en su obra Fouché el genio tenebroso (1956), escribió que muchos de los sacrificios que hacen “los líderes” no son por valentía, sino por cobardía. Y la humanidad está llena de estos ejemplos, que son producto de la incapacidad de los políticos de afrontar los retos que ellos mismos crearon, todo para satisfacer al pueblo.En el caso de Latinoamérica, sus sociedades están cargadas de un espectro emocional nada positivo. Esa limitación impide que se abran las posibilidades de superar esas barreras mentales para ascender hacia estadios de desarrollo superiores.

Es así como actuó la sociedad venezolana cuando escogió a Hugo Chávez en 1999, para que tomara la batuta de la venganza, destruyera la institucionalidad democrática y su estructura social, acaparando todos los poderes y entregando la soberanía nacional a los peores intereses foráneos (narcoterrorismo y regímenes dictatoriales).

Igual hizo Colombia, suficiente fueron los hechos de violencia de 2020 para catapultar a un Gustavo Petro, cuya gestión en la alcaldía de Bogotá fue inepta y corrupta, que ahora inicia su camino hacia la destrucción de los logros de la democracia colombiana en materia de salud, educación, energía, seguridad, previsión social, infraestructura y justicia.

El liderazgo izquierdista es incapaz de proponer ideas constructivas, partiendo de la multiplicidad de aportes de   una sociedad heterogénea, con intereses e ideologías diferentes, que necesita soñar, aprovechando los avances de la tecnología, la cultura, la biotecnología, la educación, la globalización, de la lucha universal contra la pobreza, etc.

En esa propuesta de justicia social, que venden como el sueño posible, los izquierdista han demostrado su gran capacidad para arruinar a sus países. Son buenos gastando, regalando, pero son malos para producir, generar riqueza e instrumentar políticas fiscales que permitan sustentar realmente los programas sociales que deberían ir más allá de la compra de votos vía dádivas.

Por ejemplo, el intento de modificar la salud en Colombia busca atrapar las fuentes económicas y sociales que le permitan a Petro, hacer proselitismo político con miras a controlar el poder a largo plazo, creando una robusta burocracia, como lo hizo el chavismo en Venezuela, o los Kirchner en Argentina, y las redes de corrupción para favorecer a su nomenclatura, con “puestos” o contratos que dejen buenas comisiones.

Asaltar las fuentes de riqueza, en el caso de Colombia, implica ir tras los fondos generados por el sector privado, dado que su Estado es débil y tiene pocas fuentes de ingresos (el petróleo sólo representa el 10% aproximadamente de los ingresos corrientes del Gobierno nacional según la Agencia Nacional de Hidrocarburos). Esta intención implica una lucha abierta entre las instituciones (ya varias filtradas por la izquierda) y los propósitos autócratas que persigue el inepto ex alcalde.

El auge de la izquierda en los primeros años del siglo XXI estuvo de la mano de la bonanza de las materias primas, que favorecieron a las raquíticas y monoproductoras economías de Latinoamérica. Fue muy fácil regalar los dineros del “boom”, pero pasada la prosperidad se vieron “las costuras de la pelota”: Deudas externas, déficit fiscal, protestas por incumplimiento de beneficios sociales, quiebra de empresas públicas, etc.

Las fallas en la defensa de la institucionalidad de sus democracias obedecen al error de haberlas construido sobre estructuras corruptas, coercitivas e injustas, que impactaron temporalmente, pero a largo plazo fueron incapaces de proyectar los logros alcanzados, como sucedió en Chile, Venezuela y Colombia. Pocas lograron consolidar sus instituciones y reducir las desigualdades, como ocurrió con el caso Costa Rica. El reto ahora es encontrar propuestas ideológicas prácticas que contrarresten el ímpetu de quienes se ocultan tras relativismos y la posverdad que están causando daños de incalculables efectos.

@hdelgado10