Durante todo este tiempo de dominio, dirección y hegemonía chavista “nuestra” oposición ha repetido como un mantra que los chavistas son malos, malucos, diabólicos, infernales y protervos y eso es verdad, pero tales aseveraciones sobre los que tan mal han gobernado al país produciendo una terrible crisis no ha hecho mas buenos a los buenos. Peor aún, los adjetivos conferidos con justa razón a los chavistas no convierten en inevitablemente buenos a los opositores.
Claro, para ser justos entre esta generación de políticos hay una profunda ruptura con la generación que fundo la democracia en 1958 (imagínense Uds. A Betancourt, Caldera, Villalba, Machado) y al mismo tiempo una conexión, un hilo conductor, no con todos y tampoco en todos los sentidos, sino en la forma como fue encarada la manera de hacer política en la década de los 70 con el liderazgo que se construyó como dominante, una vez que la democracia se consolidó.
Y es que después de cuarenta años de democracia, descubrimos que una tarea fundamental de la recuperación y consolidación de la democracia con su advenimiento a partir de 1958 era sin lugar a dudas la construcción de una cultura democrática. Especialmente luego de una historia repleta de caudillismo y dictaduras militares. Esto fue asumida al principio, pero luego se descuidó y desde entonces es una tarea pendiente de la dirigencia democrática posterior a la generación fundadora de la democracia y especialmente de esta que pugna por dirigir al país en una etapa democrática.
Es una tarea que debe ser encarada. Las consecuencias de ese vacío es la causa de la entronización de una especie de cultura autoritaria en el venezolano que impidió ver lo que se venía con el advenimiento de Hugo Chávez al poder. De eso, algunos, no todos, nos dimos cuenta, un poco, tarde que el comandante y su “revolución” no era mejor de lo que lo había.
A Chávez y al régimen iniciado en 1998 no le fue difícil desmantelar el modelo implantado a partir del 58, primero tomaron el gobierno, patrimonializando todo el sistema de contra poderes y la arquitectura del Estado, en especial el poder judicial y colonizaron toda la administración pública, finalmente desacreditaron a toda la oposición y, lograron, que el pueblo mientras Chávez vivió hablara con la única voz de Chávez. Todavía hoy, los secuaces vivos del comandante pretenden que él hable desde el inframundo.
La cuestión es que refundaron el país y, ahora, podemos concluir que Venezuela es otra: Una peor, es verdad, pero que evidencia que la dictadura Chavista ayer y hoy madurista no es un paréntesis; y con lo que alguien llamó “crueldad virtuosa” destruyeron el país y para eso se valió de la mentira travestida de ideas nobles.
Lo cierto es que, la naturaleza refundadora del país, no permite pensar en recuperar la forma anterior de democracia liberal. Todo intento de iniciar procesos de democratización que no hagan una adecuada lectura de los procesos de transformación que el chavismo ha introducido han terminado en el fracaso y en errores. Lo urgente es encontrar nuevas formas de hacer política y una nueva concepción de la política que supere la vieja forma de concebirla de manera instrumental donde la gente sea asumida como naturaleza muerta, factible de ser calculada, medida, contabilizada y calculada, es decir, como simple masa de maniobra.
Así la ha concebido el chavismo y también los factores mas importantes de la oposición.
El país tiene hoy cuestiones nacionales y sociales que habían sido superadas en el período democrático, que hoy han reaparecido agravadas por la dictadura chavista.
La oposición tiene la tarea de responder ante la situación estructural provocada por “la revolución Chavista” que ha derivado en una profunda crisis general de sociedad.
Lamentablemente, hasta ahora lejos de emprender una adecuada lectura de dicha crisis, la oposición organizada en las estructuras partidarias, nuevas y viejas, solo ha hecho esfuerzos, ya lo dije al principio de esta nota, por presentarse como contrario a los peores haciendo énfasis en “la maldad” de los gobernantes chavistas, como si la denuncia de la maldad de ese terrible adversario los hiciera inevitablemente buenos, cuestión que ha quedado demostrado como lo contrario en los últimos días con actuaciones cuyos adjetivos no vale la pena volver a discutir.
En todo caso, más temprano que tarde, el país tiene que encarar la ardua tarea de reconstruirse. Ya lo hizo una vez, contó con una generación política, que dígase lo que se diga, era realmente inteligente, diría que brillante e hizo una lectura adecuada y exacta del país y logró superar los dolores producidos por diez años de dictadura militar.
El problema es que la actual generación que encare la reconstrucción del país esté a la altura y en lugar de producir desasosiego con su errática y desnortada forma de hacer política sea capaz de generar esperanzas ciertas para el cambio para superar estos dolores que no son diferentes a los vividos en los diez años del General Marcos Pérez Jiménez.
@enderarenas