“Nada de lo que es humano me es extraño” Terencio
El mundo, en su segunda década del siglo XXI, acude conmovido a un hecho histórico que no tiene nada que ver con sus actuales procesos que muestran cambios tectónicos de naturaleza planetaria. No se trata de un nuevo descubrimiento revolucionario en el campo de la ciencia y la tecnología aplicada; tampoco al proceso económico global que da cuenta de economías emergentes del mundo asiático -China, India, Corea del Sur- que disputan exitosamente primacías en todos los campos con las añejas potencias. No se refiere a un consenso universal para contener la grave amenaza a la especie humana que significa el calentamiento global y la destrucción del medio ambiente; nada que ver con un acuerdo de la ONU, con apoyo del mundo desarrollado, para enfrentar la creciente desigualdad en el planeta.
Lo que presenciamos es un ataque a la razón y la dignidad humana. Tanques y tropas rusas invaden a un país libre, Ucrania. Una nueva guerra criminal que significa para la población, muerte, heridos, destrucción, desolación, sufrimiento, temor y terror, ha sido iniciada por las fuerzas armadas de Rusia.
En el año 1956, bajo las orugas de los tanques del ejército rojo, se abatía la esperanza de libertad de una revuelta popular de estudiantes y trabajadores de Hungría. En su capital, Budapest, miles fueron perseguidos y asesinados. La ilusión del otoño húngaro fue silenciada por la fuerza.
Doce años luego, miles de jóvenes y estudiantes iniciaron una nueva jornada de ribetes históricos por la libertad, transcurría el año 1968 en Checoslovaquia. Un proceso de reformas al régimen totalitario, que imponía el Partido Comunista de la extinta Unión Soviética al pueblo Checo, se abría paso en el liderazgo de aquella nación. La inmensa mayoría de ese pueblo se lanzó a las calles a darle apoyo a una rendija de emancipación que apenas se asomaba.
En cuestión de días los mismos tanques Rusos, esta vez con el rotulo justificador del Pacto de Varsovia, invadieron Checoslovaquia. El poder de fuego criminal de aquellos y de las bayonetas de sus soldados, tiño de sangre joven a la capital Checa, y varias de sus principales ciudades, la resistencia fue épica pero incapaz de detener la infame invasión militar. Las luces libertarias de la primavera de Praga fueron oscurecidas por la fuerza.
El modelo del “socialismo” soviético como esclavitud política, violador de los derechos humanos y de intolerancia dogmática fanática, sembraba la semilla de su destrucción, en 1990-1991 escribían aquellos pueblos, el epitafio de aquel colosal fracaso de lo que constituyó un sueño de redención del mundo del trabajo. Para un liderazgo mundial en el campo socialista democrático ya no era posible seguir avalando al régimen de terror de Stalin y sus sucesores.
Partidos e intelectuales de izquierda se deslindaron de semejante anti historia.
El venezolano Teodoro Petkoff, dirigente del Partido Comunista Venezolano para la época, escribe en 1968 su libro: “Checoslovaquia. El socialismo como problema”. Teodoro no se limitó a protestar la invasión militar, fue más lejos, traza una crítica profunda al modelo político totalitario impuesto al pueblo ruso y a las repúblicas que se anexaron para construir la Federación de Republicas Soviéticas.
Su texto fue una ruptura definitiva y valiente con el dogmatismo comunista, abriendo paso al debate de las ideas que buscaba situar el ideal socialista en el desafío de reconciliar la libertad y la justicia, el cambio social y la democracia. Estoy entre los muchos jóvenes socialistas de los años ochenta, que siempre agradeció a este venezolano de excepción, su legado rupturista que nos permitió no sucumbir a dogmas inútiles, al totalitarismo y tener un compromiso auténtico y militante con la democracia, jamás como pose cínica u oportunista.
Ciertamente la URSS es pasado y nostalgia totalitaria. Trágicamente para la humanidad estamos ante un régimen autocrático impuesto a Rusia por Vladimir Putin, que pretende reponer supuestos “derechos históricos” y reclamar a la Unión Europea y la OTAN márgenes mayores de seguridad a su integridad territorial. No estamos ante disputas o reacomodos inter capitalistas, Rusia lo es, y tiene un espacio en el concierto mundial del orden económico dominante, además, su poderío militar y de disuasión nuclear son la garantía de sus fronteras en más de sesenta años.
La amenaza es más grave. Estamos ante un régimen que desarrolla una estrategia anexionista. La inhumana invasión militar a la republica de Ucrania que votó abrumadoramente por su independencia en el año 1991, es una nueva expresión guerrerista de tal estrategia, luego de la anexión por la fuerza militar de la península de Crimea en 2014.
El peligro para la paz mundial es lo que este sociópata tenga planeado para agredir militarmente la soberanía de Estonia, Letonia, Lituania y Georgia. Su naturaleza manipuladora, impulsiva y de tendencia a irrespetar la ley internacional, le ha llevado, en el segundo día de la invasión a Ucrania, a amenazar militarmente a Finlandia y Suecia.
La tendencia de Putin a mentir, su insensibilidad emocional y no tener remordimiento por sus actos, quedó patéticamente demostrada, cuando anunció al mundo, el pasado 15 de febrero, que estaba llevando algunas tropas de regreso a Rusia después del simulacro, o al engañar sin inmutarse al Presidente de Francia, Emmanuel Macron, quien afirmó estupefacto que “solo unas horas antes de lanzar los tanques, estábamos debatiendo los detalles sobre cómo aplicar los acuerdos de paz de Minsk “.
El mundo civilizado y democrático observa con máxima preocupación que una de las potencias nucleares adelante una nueva conquista de anexiones imperiales, que se burla del derecho internacional, pisotea la soberanía de países y aplasta el derecho inalienable a la autodeterminación de los pueblos. Desde esa perspectiva es impresentable por anti histórica la defensa de la invasión rusa al pueblo de Ucrania por parte de quienes gobiernan a Venezuela y Nicaragua.
¿Cómo puede justificarse que quienes enarbolan el antimperialismo norteamericano como excusa recurrente de sus fracasos, se solidaricen con una invasión militar anexionista de la Rusia de Putin? ¿Cómo explican los sandinistas y maduristas que su supuesto “socialismo del siglo XXI” es partidario de la guerra, de la muerte, del terror?
Es comprensible, hasta cierto punto, que el dogmatismo comunista convertido en acto de fe, aniquile el espíritu autocritico, y en consecuencia, limite la posibilidad de pensar y reflexionar con libertad de horizontes, pero es casi una broma que al apoyar la invasión y guerra en Ucrania, se olviden de su retórica para denunciar el bloqueo, la injerencia y amenaza de intervención militar de EEUU en Venezuela y Nicaragua. Quizás si hubieren copiado la declaración oficial de Bolivia, no condena ni apoya la invasión y llama al dialogo diplomático, no se descubrirían tan erráticos y atropellando principios del antimperialismo. Obviamente, nunca la autocracia emulará las dignas y firmes declaraciones contra la invasión rusa del Presidente electo de Chile, el izquierdista Gabriel Boric, al que califican de “izquierda cobarde”, tampoco de la cancillería mexicana y la de Argentina.
Debe recordárseles que el antiimperialismo, desde que lo enarboló en la Liga Antiimperialista de los EEUU, Mark Twain, 1898, sitúa la preeminencia política en la cuestión nacional, aquella que garantiza a los pueblos su libertad y progreso en el ejercicio de su derecho a la autodeterminación. Esta es la bandera principal, la autodeterminación como un derecho inalienable de los pueblos.
Los tanques y fusilería rusos que en estas horas humillan al pueblo de Ucrania, intentando anexarlo a la potencia contra su voluntad, laceran la soberanía y el derecho a la autodeterminación. Por ello, es que antimperialistas auténticos no pueden en ninguna caso, avalar la fuerza de la muerte que asaltan a la vida en Ucrania. Los latinoamericanos con el legado de nuestros ejércitos libertadores, nuestra idea de unidad continental, la experiencia en la lucha contra dictaduras y la injerencia extranjera, denunciamos y repudiamos la agresión armada al pueblo de Ucrania.
La civilización humana superará este oprobioso episodio. El derecho a que prevalezca la paz, el rechazo a la guerra y la violencia, se corresponde con la dignidad de la razón y la conciencia, esto es lo que nos hace humanos. Y como tales, luchamos comprometidos para que no triunfe la barbarie, el sufrimiento y la muerte.
Que la humanidad siga caminando al horizonte, tal cual Hegel: “La historia es el progreso de la conciencia de la libertad”.