Dámaso Jiménez: La pandemia también mata democracias

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No solo fue el covid19. Durante el 2020 otra pandemia parece haberse expandido por el mundo entero con un olor fétido y nauseabundo generando malestar, incertidumbre y una vacía sensación de desconfianza a todo lo que una vez fue certero, contundente, estable e institucional.

Estamos hablando de la muerte de la democracia, un hecho advertido por importantes centinelas del análisis político. La crónica de una muerte anunciada de cercenamiento de libertades, que sustituye abiertamente el estado de derecho por una autocracia, elimina el bienestar y felicidad de los ciudadanos y destruye los sueños del individuo y las familias.

Los que pudimos tener la oportunidad de aprender desde las escuelas como es un Estado por dentro desde la Formación Social Moral y Cívica, pudimos comprender desde el ADN, que la democracia es y será siempre el modo político y económico más exitoso en el mundo para crear una sociedad de bienestar y felicidad para sus habitantes

Desde hace 30 años existía el mito de que las democracias solo colapsaban por el ruido de los golpes militares desde dentro.

Pero en algunas oportunidades se trataba de golpes inducidas por fuerzas extranjeras. Sucedió muchas veces en Latinoamérica. Fidel Castro fue descubierto como un agente en el bogotazo, luego de la muerte de Eliecer Gaitán en Colombia, Ya como tirano instalado lo intentó en varias oportunidades irrumpiendo en las fracasadas políticas del socialismo en el Chile de Salvador Allende y luego en las armadas invasiones extintas en nuestro propio país con el porteñazo, el carupanazo y en el desembarco de machurucuto.

Hizo retirada para estudiar el comportamiento del venezolano hasta irrumpir nuevamente, cual caballo de troya,  en el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez con el caracazo, y más tarde con los 2 golpes del teniente coronel Hugo Chávez y la inoculación del comunismo dentro de la FAN venezolana.

De fracaso en fracaso militar descubrieron luego que el colapso de las democracias son el resultado de un proceso gradual, silencioso, que parte del desmantelamiento de las propias instituciones, destruyendo el alma de la sociedad, gracias a la devoción populista, la exagerada propaganda y un sistema corrupto que puede convertir a cualquier especulador de oficio en un semidios que usará todos los medios a su alcance para imponer su voluntad por encima de la Constitución, las leyes y las normas, que pueda subvertir los controles del Estado, destruir la economía liberal y asesinar todo vestigio de democracia para sustituirla por una narrativa opresora de odio.

En 23 años de la destrucción de la democracia en Venezuela tanto Chávez como Maduro utilizaron el control del TSJ por encima de la Constitución y la Asamblea Nacional.

La intervención política de instituciones como el Parlamento o el Congreso permite a los tiranos no solo el control sobre sus opositores y todo individuo o partido que los adverse, sino que tienen carta blanca para sembrar el terror y el miedo, desaparecer voces incómodas, realizar encarcelamientos sin juicio, y destruir la confianza de los ciudadanos e sus instituciones.

Más de 5 millones de venezolanos huyeron del país  en un éxodo histórico, no solo por el hambre, la miseria, la violencia, la destrucción de la economía, el desempleo y la hiperinflación, sino porque comenzó a percibir la democracia como un sistema ineficaz que no resolvía los problemas, ni lograba sacar a los tiranos ni a los corruptos. El voto perdió sentido y cada vez que ejercían ese derecho, los venezolanos caíamos en un limbo. La gente salía a votar y perdía ante un órgano electoral manipulado por la dictadura.

Como describiera el filósofo norteamericano Noam Chosky, el resultado es una mezcla de enfado, miedo y escapismo, donde los ciudadanos dejan de confiar hasta de los mismos hechos. Señala que lo que algunos llaman populismo no es otra cosa que un descrédito absoluto de las instituciones, donde grandes tótems de la democracia como la justicia, la información veraz, la iglesia, cayeron en el lado amargo de la desinstitucionalización, de la pérdida de veracidad, y de la duda, su reputación fue hecha añicos desde las redes.

El Estado forajido y pretoriano siempre preferirá convertirse en el enemigo que bajar la guardia y ceder en una negociación política. Su objetivo es mantener la sensación de que el individuo y la familia están a la deriva para que se desesperen y no puedan reorganizarse. La sensación de que nada ni nadie puede protegerlos, perdieron el Estado y los derechos.  

Pero ya no es solo Venezuela, ni China, ni Rusia, ni Cuba, ni Irán, ni Bielorusia, la mira está puesta desde hace unos años en México, Argentina, España y los EEUU, el mayor bastión de la democracia.

La desinformación o la imposibilidad de estar debidamente informados, se ha convertido en el nuevo totalitarismo global. Los medios y el periodismo han pasado de ser vitrinas de la información veraz para la discusión y el análisis, para terminar convertidos en mera fuentes de la desinformación y la parcialización a ultranza que fungen como brazos de propaganda del nuevo orden. Perdieron el interés por la verdad, ahora los mueve la narrativa impuesta por un poder absoluto

Además los nuevos gobiernos tienen a disposición grandes ejércitos de trolles y bots dedicados a la manipulación y bombardeo constante en las redes sociales, comprometidas en la tarea de difundir fakes, ocultar verdades e imponerse en esa narrativa.

Quienes pongan al descubierto la existencia de este sistema automatizado de redes contra las democracias, terminan siendo atacados en su reputación, vetados, censurados, criminalizados, condenados a años de cárcel como Zhang Zan, la periodista china que se atrevió a informar con documentación y datos la propagación del coronavirus, o muerto como ocurre en Cuba, Irán y Venezuela.

El académico Philliphe Howard, director del Oxford Internet Institute y autor de nueve libros, refiere en su última publicación “Lies Machine”, que lo que gobierna al mundo es una empresa global de bots, teóricos de la conspiración, políticos estafadores, y gobiernos autoritarios que difunden desinformación a nombre de las ideologías, los intereses y el poder.

Es una fórmula que no es nueva, solo que viene expandiéndose abruptamente por un mundo cada vez más desprotegido ante el auge de la pandemia totalitaria.

@damasojimenez