Recuerdo aquel juego ingenuo que algunos periódicos hicieron suyo. Era de localizar a un individuo con vestimenta a rayas, espejuelos grandes y un sombrerillo de tela. La trama era medio perversa para la capacidad visual. Todo consistía en hallar al personaje en una maraña aterradora de elementos. Lo circundaba un sinnúmero de acompañantes. Se podía estar minutos interminables para poder localizar al pequeño ser entre una vasta cantidad de cosas. Muchos podrían darse por vencidos.
Ese juego se hacía fatigoso y a la vez entretenido. El reto diario. Cómo alcanzar a verlo. Astuto nerd camuflado. Se sabía ocultar con una sapiencia de demente. El más elocuente sudaba a mares o gastaba su visión en el esfuerzo. Bendito batiburrillo de cosas. Hasta una matemática de ficción se inventaron, con algoritmos prodigiosos, para entablar el camino de la búsqueda.
Era una interesante creación del dibujante británico Martin Handford. Este juego endemoniado lo tituló: ¿Dónde está Wally? En nuestro país lo conocimos como Waldo. Libros ilustrados para jugar con nuestra terquedad. Un muñequito con su jersey rayado y su gorrito lanudo. Cómo nos hacía despistar.
Recuerdo que lo publicaban en un periódico de circulación nacional y lo ubicaban en la página central de un suplemento. Nada qué hacer con esa jugarreta dominical. Hermoso pero irreverente para nuestra insistencia. Un pasatiempo artístico que se hacía notar. Hasta le hacían publicidad por televisión, en comerciales llamativos.
En los últimos tiempos, el régimen ha utilizado artimañas similares para entretenernos. Desaparece a sus personajes públicos y los esconden en una fragosidad de incertidumbres. Nadie sabe dónde están. Lanzan en las redes sociales una andanada de complejidades para conocer el paradero de alguno. Juegan con el morbo nacional. Nos han enseñado hasta que deseemos inconscientemente su fallecimiento irremediable. Odio ese desorden emocional en nosotros. Esa siembra de malas sensaciones que en nada nos beneficia.
Recientemente ocurrió con Diosdado Cabello. Se enfermó de Covid-19 y su estado era de malos augurios. Fuentes informales decían que su situación era de pronóstico reservado. Que se encontraba intubado, casi agónico, ovillado por un padecimiento concluyente y que esperaba por los últimos compases de la muerte. Que el Hospital Militar era su guarida silenciosa; su escondite de su mal terminal.
Ese cuento se ha escuchado por tantos años, que ya no es sorpresa saber de él a los pocos días, rebosante de salud y esbozando su sonrisa mordaz. Apareció por fin en Twitter. Que le habían dado el alta médica. Atisbó una frase de agradecimiento y la aderezó con una consigna política.
Semanas atrás se escuchó una conversación de un supuesto Diosdado, con voz gangosa y frases no comunes en él. Las secuelas del virus, se dijo. Hasta se discrepó de una foto en la que aparecía con los brazos extendidos. Que era un retrato viejo, trastocado por un diseñador y enviado como prueba de vida de que no había abandonado este mundo. Realmente poco le tomé en serio a la situación.
Son tantos los temas de consideración en Venezuela. Me preocupa reconocer cómo han desfigurado las cifras de fallecidos por coronavirus y la gran cantidad de médicos arriesgando todo, por cumplir con su juramento hipocrático. Que una mujer deba parir en plena vía pública, por no conseguir medio de transporte para llegar a tiempo a un centro asistencial. Que nuestro país lidere por sexto año consecutivo, el ranking de miseria económica mundial. O que el sueldo mínimo equivalga a 1,5 dólares y se siga haciendo mofa política por los medios de comunicación del Estado.
No estoy dispuesto a seguir con este juego impasible y perverso. Se hace casi de memoria. La muerte no es nuestro festejo. Solo la salida de los perversos por los términos que sea. Saben cómo llamar nuestra atención y hoy debemos estar centrados en nuestras metas verdaderas.
Siempre abogaré porque seamos sólidos en nuestras convicciones. Mi mayor ambición es que las nuevas generaciones retomen las sonrisas antiguas y podamos torcerle el rumbo a las angustias. Venezuela es una nación primorosa, apretujada ahora por un sistema miserable. Ya no necesitamos mensajes distractores, sino andar firmes para buscar nuestros propios resultados. Nos ha costado convencer al planeta. Por eso no dudo de esta oportunidad infalible para conseguir el país libre que tanto anhelamos.
@joseluis5571