En diciembre de 2019, unos familiares asilados en Estados Unidos, como tantos justificados por esa mágica figura jurídica que les permite a chavistas, opositores o ni ni, vivir en el imperio, enviaron dinero para que compraran cerveza y disfrutaran de las fiestas navideñas. Dos meses después en esa casa maracaibera estaban vendiendo un artefacto eléctrico para comprar comida porque no tenían nada para comer ¿Ironías del destino o simple realidad de una cultura que se niega a morir?
Lo cierto es que Venezuela a partir de noviembre de 2019 mostró un rostro cambiante que produjo confusión en la opinión pública nacional e internacional. Caracas, Miranda, Carabobo, Yaracuy, entre otras emergen como regiones que viven una realidad distinta, por ejemplo, a las zonas fronterizas como el Zulia, Táchira y Apure. Los fines de semana los caraqueños van a las playas del litoral, la electricidad falla poco, hay distribución fluida de gasolina, aparecieron los bodegones con productos importados de todo tipo, desde finas bebidas hasta chocolates y comestibles traídos de Europa, Estados Unidos y Colombia.
¿Qué ocurrió e hizo posible este aparente milagro económico y social? ¿Cómo es posible que un país improductivo, con hiperinflación, con críticos niveles de inseguridad personal y jurídica, sancionado económicamente, desempleo y emigración masiva, logre mostrar un cambio drástico en su mentalidad y consumo? Así como la familia maracaibera disfrutó sus cervezas en diciembre, muchos venezolanos sienten el impacto de las remesas enviadas por familiares y amigos, incluso ya la arrogancia de quienes pagan en dólares comienza a sentirse y afectan los índices de precios de los productos y servicios, “total la familia en Estados Unidos paga eso”.
O es una respuesta de una sociedad que vivió con intensidad la bonanza petrolera en los últimos 20 años, aupado por un gobierno autoritario, dadivoso, ineficiente y corrupto, que distribuyó improductivamente los petrodólares que se diluyeron en proyectos que nunca se materializaron, o en los bolsillos de muchos venezolanos que aprovechando los cupos preferenciales viajaron, disfrutaron y se dedicaron a especular; o de los empresarios enchufados y políticos del régimen que llenaron sus cuentas en paraísos fiscales, Estados Unidos, España, Suiza o Hong Kong.
Finalizada la lujuria de la bonanza petrolera, Venezuela mostró nuevamente su cara real. La cultura rentista entró en fase crítica, negándose a morir, y los extraordinarios ingresos que superaron el billón de dólares no solucionaron los problemas estructurales del país y mucho menos crearon las condiciones para integrarlo a la dinámica económica global.
Visualizando el desastre que se avecinaba, muchos venezolanos comenzaron a emigrar, la primera ola sacó su dinero e invirtió en otros países; la segunda, la integraron investigadores y profesionales vinculados, principalmente, a la industria petrolera: la tercera, la componían grandes grupos de la clase media, universitarios y personas que ya sentían los efectos de la crisis; la cuarta, son personas de todo tipo que huyen del régimen. La Organización de las Naciones Unidas y su oficina para los refugiados, Acnur, y otras ONG, calculan que la diáspora venezolana oscila entre 4.5 y 5 millones de emigrantes.
Lógicamente gran parte de esa masa dejó hijos, padres o abuelos, y desde el país destino comenzaron a enviar remesas evadiendo todas las artimañas financieras impuestas por el régimen. Cifras extraoficiales indican que los montos anuales oscilan entre 2 mil y 6 mil millones de dólares. La verdad es difícil estimarla por la multiplicidad de opciones bancarias que existen. Otras vertientes de divisas son la corrupción, el narcotráfico y el lavado de dinero, que distorsionan totalmente el mercado.
Una respuesta conformista o un mecanismo de supervivencia con un costo alto. La expresión social demuestra los efectos devastadores en el núcleo familiar. El éxodo está modificando valores, comportamientos, visiones del futuro y la concepción de trabajo y productividad. También demuestra el carácter consumista de Venezuela expresado en las redes sociales de sus emigrantes que divulgan fotografías de mesas llenas de comida, carros, teléfonos recién adquiridos, fiestas o vacaciones, en una especie de actitud sadomasoquista y de complejos porque se sabe de antemano las fuertes limitaciones que tienen sus amigos o familiares en el país.
El cambio de conducta y comportamiento social se expresa también dentro y fuera de Venezuela. Las acciones delictivas ahora son cada vez más espeluznantes. Los medios así lo divulgan e incluso han generado matrices de opinión adversas hacia la diáspora venezolana, llegando a extremos de xenofobia en países como Colombia, Chile, Perú, Ecuador, Panamá, Estados Unidos, Argentina, a varios de los cuales a sus emigrantes se les recibieron con los brazos abiertos en la época de bonanza.
Las transformaciones ya se están dando de forma violenta o silente. Mientras, la dirigencia política, social y empresarial, aún no percibe el agotamiento del modelo rentista petrolero y la necesidad de pensar en otro país adaptado a la sociedad de la información y el conocimiento como fuentes de verdadera riqueza, con instituciones acordes con los retos sociales y ciudadanos amparados y cumplidores de la ley. Quienes retornen al país, también traerán nuevas exigencias aprendidas. “Hay veces son necesarias las pequeñas revoluciones”, decía Barry Seal en la película American Made, al referirse a la convulsionada situación de Latinoamérica en los 80. Era una forma de reflexionar sobre la importancia de estos “sacudones” para generar cambios.
Un periodista extranjero interesado en confirmar la burbuja que vive Venezuela, preguntaba si era cierto que el abastecimiento de productos en los supermercados, el servicio de electricidad y de agua, y el suministro de gasolina, se habían estabilizado. La respuesta fue afirmativa, pero se aclaró que eso ocurre en un escenario económico, social y político negativo, que oculta la realidad de un país que fluctúa entre quienes reciben dólares y quienes sobreviven en medio de la crisis alimenticia y de salud. Sin duda el ingreso de remesas ya hace efectos en la mentalidad y la economía.
La mentira se ha convertido en la política oficial del régimen y luego de 20 años ha logrado permear, como praxis, a la sociedad. Es una realidad que los restaurantes, playas abarrotadas, sitios nocturnos y muchos “market” con sus precios exagerados, muestran una realidad tergiversada. Que los viernes y sábados, principalmente, parezcan ferias de consumo de alcohol y comidas rápidas en muchos sectores de las grandes ciudades, solo sirven para ocultar una crisis moral y material. Mientras, y es lo que oculta el chavismo luego de 20 años de control del poder, la otra faceta del país muestra niños y ancianos desnutridos, pacientes muriendo de decidía en los hospitales públicos, gente comiendo en los basureros y dependiendo de la migaja (bolsa del Clap) oficial para sobrevivir. Dos caras de una sola moneda dentro de una extraña burbuja llamada Venezuela.
@hdelgado10