Hugo Delgado: Crítica y autocrítica en democracia

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En estos tiempos de diáspora, llama la atención el poco o escaso sentido de pertenencia que interesantemente caracteriza a las generaciones responsables de asumir las riendas de la sociedad. Es un cuestionamiento que responde al simple interés de los jóvenes de emigrar para buscar mejoras en su calidad de vida y su futuro. Lo interesante en este fenómeno que se mueve por todo el continente Latinoamericano, es que responde a una falta de fe en su país y sus instituciones democráticas.

Incluso en los estratos jóvenes y profesionales con óptimos niveles de vida se está dando el fenómeno. Pero cuáles son los motivos que los lleva a tomar esta decisión. Sin duda, los vertiginosos cambios de la sociedad de la segunda mitad del siglo XX y los inicios del XXI, están integrando con mayor celeridad a las naciones, especialmente en asuntos económicos, globales, ambientales, académicos, tecnológicos, culturales, comunicacionales, de turismo, etc, están cambiando el sentido de la frontera física, los valores nacionalistas, los asuntos de interés personales, las relaciones de trabajo, los vínculos interraciales.

Ese cambio de concepción de los asuntos vitales para el hombre, abre el paréntesis del cuestionamiento hacia el capitalismo y la democracia. Ahora los analistas insisten en poner en duda los modelos democráticos y al propio capitalismo. Los califican de fracasados, obviando el carácter perfectible que tienen ambos en el tiempo y el espacio. De sus entrañas nacen sus respuestas, incluso, la propuesta de Carlos Marx emerge de esa necesidad de humanizar el incipiente capitalismo británico.

Ya en los 80, en su obra la Tercera Ola, Alvin Toffler, planteaba que “desafiando la lógica de la oferta y la demandas, millones de personas están exigiendo, no simplemente empleos, sino trabajos que sean creadores, psicológicamente satisfactorios o socialmente responsables. Las contradicciones económicas se multiplican”. Pero también es importante comprender el rol de esos jóvenes llamados a tomar las riendas de la sociedad, y ese rol y espacio deben ganárselos con esfuerzo y persistencia.

Nada fácil es construir el futuro y crear las bases que relacionen a los integrantes de la sociedad y sus instituciones. Descalificar el capitalismo o la democracia sin entender su historia es un error que están cometiendo varios analistas, simplemente porque creen en una verdad estática y lineal, por ejemplo los comunistas que añoran el siglo XX o los liberales tradicionalistas que obvian la intervención del Estado en asuntos claves, y no en un sistema abierto que amerita de respuestas de múltiples fuentes.

El filósofo empirista y economista inglés, John Stuart Mill hablaba en el siglo XIX de la importancia de la calidad de vida y el de dar al hombre un sentimiento de dignidad, basado en la utilidad. También enfatizó en la tolerancia de la libertad de opinión y expresión porque desempeña una función vital en la sociedad y la política, porque toda sociedad debe valorar la crítica y la autocrítica, necesita de minorías e inconformes que vean el mundo diferente, den ideas nuevas y verdades nueva, son las reservas intelectuales de la comunidad de hoy y quizá los pioneros de mañana.

Al revisar la propuesta de Mill y relacionarla con los factores que predominaron en la crisis de finales de 2019, pueden relacionarse varios aspectos con el análisis de ese momento hecho por Humberto López, actual vicepresidente en funciones para América Latina y el Caribe del Banco Mundial, señala en su artículo “Latinoamérica necesita soluciones y las necesita ya”, (El País 12 de febrero de 2020) que “Son desafíos que todos conocemos bien: América Latina necesita acelerar su ritmo de crecimiento económico, reducir las inequidades y mejorar la gobernabilidad. No en vano Latinoamérica es la región que menos ha crecido en los últimos 10 años y la que exhibe mayores niveles de desigualdad”.

Las protestas inducidas por la izquierda agrupada en el Foro de Sao Pablo, se fundamentan en factores que el capitalismo debe resolver en materia de inclusión y equidad, y mostrar su capacidad de responder a los tiempos. Asuntos como: la desigualdad, exclusión, la institucionalidad y el ambiente, son retos que ya son temas tratados por las grandes corporaciones, los países desarrollados y muchos del tercer mundo. El documento de Davos 2020, realizado recientemente, ya muestra propuestas dirigidas a integrar las empresas con los asuntos sociales y ambientales y sobre todo con la búsqueda de calidad de vida de los hombres.

La izquierda latinoamericana es buena criticando y mala gobernando. Los legados de Ignacio Lula da Silva (por cierto apoyado inicialmente por el criticado Fondo Monetaria Internacional con US $30 mil millones) y Dilma Rousseft que mandaron en Brasil entre 2003 y 2016; Rafael Correa entre 2007 y 2017; Néstor y Cristina Kirchner entre 2003 y 2015; Michael Bachelet lo hizo en dos oportunidades 2006-2010 y 2014 y 2018; y el ex alcalde de Bogotá y ex aspirante a la presidencia, Gustavo Petro, demuestran que su larga permanencia en el poder solo cimentó regímenes autoritarios, injustos, corruptos y dadivosos.

Sus protestas impulsadas en Chile, Argentina, Ecuador, Perú y Colombia, forman parte de esa estrategia más dirigida a explotar los resentimientos y las necesidades de grandes núcleos sociales, y no demuestran capacidad para proponer canales civilizados de solución a los grandes asuntos, que superen las barreras psicológicas, la inclusión y la distribución justa de los beneficios sociales (salud, educación, alimentación). En las crisis brillan por su ausencia el interés por los diálogos constructivos y con temarios definidos, su objetivo político es destruir al oponente por la vía violenta Del otro lado, los mandatarios afectados muestran su débil reacción, deambulan entre ser un demócrata respetuoso de la ley y los derechos humanos o combatir la ilegalidad y las acciones explosivas, aplicando la fuerza.

La herencia española en América Latina se caracteriza por el centralismo, la burocracia, el poder enorme del ejecutivo y débiles legisladores y economías, decía el premio Nobel de Economía, Douglass North, proponente de la Nueva Economía Institucional. Esos resabios históricos pueden reducirse si se analiza “el marco cultural, regulatorio y político que incide en los mercados y que explica en parte sus eficiencias o ineficiencias y en definitiva los desempeños marco y microeconómicos de los países” /El Clarín 16 de junio de 1998).

La violencia genera violencia y pocas respuestas acertadas. América Latina mantiene el legado histórico referenciado por North, ahora es reforzado con ese pensamiento comunista de imponer las ideas a la fuerza. Sin embargo, en un modelo democrático con sólidas instituciones formales e informales garantes de los derechos y deberes ciudadanos, la fuerza de las ideas, de la tradición cultural y del consenso para la aceptación, tal como lo recomienda North, los cambios necesarios pueden lograrse sinceramente, entendiendo que ese camino es complejo.

Instrumentar ideas ajenas a la realidad, impuestas por un sector de la sociedad (como los acuerdos de paz en Colombia en el cual solo se escuchó mayormente a quienes creían ciegamente o por conveniencia, o el de El Salvador) sin considerar el grado de aceptación de la otra parte, difícilmente resolverán los retos de las naciones. A esto se unen los medios de comunicaciones más preocupado por los raitings y los grandes titulares, con comunicadores sociales estrellas, superficiales, amarillistas y sin vocación investigativa y constructiva. Así como, el uso de las redes sociales proyectando noticias falsas y temas superficiales, agudiza la carencia de crítica y autocrítica social, tal como lo plantea Mill.

@hdelgado10