Hace unos días me involucré en una diatriba sana en las redes sociales. Leí el texto con detenimiento, sin saltarme las frases precisas y enteras sobre el análisis. Lo había redactado un historiador amigo, con sus argumentos certeros y una capacidad innegable para conocer las estructuras del tiempo. Me dolió no tener sílabas para contradecirlo. Escribió sin reservas, tan dolido como yo por los juicios sueltos y coherentes: el pueblo en Venezuela no protesta por su libertad.
Quería decirle que estaba equivocado, que se saltó la realidad de la lucha y que solo lanzaba petardos, desgastaba los sueños y le seguía las intenciones al mal. Pero no se había privado de cierta valentía para estas afirmaciones. Era como una sentencia crucial, casi desaforada, acuciosa y carente de esta ficción fabricada en la que vive el país. Tan severa, mordaz e incuestionable. Sus postulados no fueron mandobles sin ton ni son.
Examinó si en Venezuela pudiese generarse un estallido social. Su conclusión fue una negación rotunda, enfática, sin cegarse por las emociones y esclarecido por su experiencia profesional. La razón de su tesis demoledora se sustentó en la carencia de un principio verdadero, pues el objetivo actual de la gente es solo sobrevivir, por lo cual se vive en un limbo político.
Mi amigo Juan Carlos Morales está en lo cierto. El régimen ha hecho bien la tarea para neutralizarnos. Gastamos los esfuerzos por cuidar nuestras diminutas parcelas y le damos la espalda a los percances que viven los demás, aunque nos afecten de igual manera y nos complique nuestra propia calidad de vida.
Ciertamente no existe sociedad en nuestro país. No sé si nos falta valentía o nos han ensamblado el chip del perfecto autómata; para ser la momia bien vendada y sin chispas para la iniciativa. Se nos escapó la voluntad cuando nos crearon el país del caos. Allanaron en nuestros malos sentimientos para hacerlos colectivos. Nos dieron cátedra de cómo dejar de pensar.
Es cierto que se protesta por los malos servicios, por falta de combustible y hasta por no otorgar el pernil prometido. No sucede lo mismo por ideales meritorios, selectivos y que representan la raíz de los males. El pueblo no es enérgico, intolerante e imprudente contra la dictadura como tal.
No se encara con determinación para buscar la libertad de una nación anegada de males. Cualquier territorio debiese conflictuarse por una decisión que no está al corriente de la norma. Pero nos perturbamos si no han dado el bono famélico o ya no se consigue algún producto en el mercado.
Miraflores abusa de sus venias, se fantasea leyes y quebranta el statu quo, mientras nos tomamos eso a la ligera y solo vaciamos nuestra cólera con algunas frases tontas en Twitter.
Esa ha sido la lectura. No se defiende con celo y con un amor patrio lo robado: esa democracia secuestrada y transformada en un infeliz sistema de ampliar la pobreza. Quizá se intentó en el pasado. En los primeros años en los que fuimos los conejillos de Indias de sus laboratorios del mal. Murieron muchos, mientras ellos eslabonaban el modelo perfecto para apagarnos y continuar en el poder.
No es de extrañar la emigración rebosante de necesidad. Tirar la toalla se convirtió en una solución interna. No hay forma de entusiasmar al barrio, al sector desprovisto de todo y al hambre compartida. La solución fue tener a un familiar en otro país, para mantener vivos a quienes decidieron quedarse.
No sé si por eso no han sucedido los hechos esperados. Nos conformamos solo en pedir que nos den las migajas, hablando mal de quien tenemos al lado y asegurando el fracaso de cualquier intento. El problema no es haber perdido el combate, sino en no haberlo iniciado realmente, cuando las condiciones antidemocráticas sobrepasaron el abuso. Una actitud remilgada, agónica, dejada a lo que sucede y sin atisbos de envergadura, no libera a los esclavos.
Pero no todo está perdido. La historia está rebosante de finales de ciclos. Todavía puede despertar el león dormido de su pesadilla. El apoyo internacional, las disposiciones institucionales y hasta un renacer de los ideales pueden aglutinarse para devolverle a Venezuela su facha feliz. Sigo creyendo en los días decisivos, pues los sucesos más extraordinarios se generan en momentos inesperados y más, cuando la dictadura se inventa escaramuzas para no caer.