Mucha razón tiene la escritora venezolana Thays Peñalver, cuando asegura que la desgracia que representan los impulsores de la llamada revolución del Socialismo del siglo XXI “no es que está por venir, es que ya es una patética realidad en toda Venezuela».
No se trata de estar pendientes de que se produzcan apagones en el futuro, ¡no! nada de eso. Esos apagones vienen sucediéndose en todo el país desde hace años. En Táchira, que cuenta con estaciones hidroeléctricas como La Vueltosa, San Agatón, Santo Domingo y La Peña, además de una estación termoeléctrica en La Fría, permanece sometida a esa tortura en forma de oscurana y lo que argumentan para justificar semejante calamidad, los voceros del régimen, como es el caso del “protector” de ese estado andino, Freddy Bernal, es que “los tachirenses ya están acostumbrados a vivir sin energía eléctrica”.
Tampoco hay agua potable. Eso es parte del dia a día, la gente tiene que estar haciendo guardia a que llegue el chorrito para correr a hacer no se cuántas cosas en unos minutos. En muchos sectores del país las familias se arremolinan en torno a un camión cisterna y hasta trifulcas se arman por ver quien llena primero su pipote. Ante esta tragedia que ocurre desde hace años, la respuesta del excéntrico gobernador del estado Carabobo es que “eso del agua se resolverá cuando se quiten las sanciones”. O sea que, ¿el colapso de los sistemas que deberían estar bombeando el agua es por culpa de las sanciones? Eso es absolutamente falso. ¿Acaso sancionaron al Tuy I o al Turimiquire? Puros cuentos de esos estafadores que muy bien saben que las sanciones son contra los narcos, terroristas y criminales de lesa humanidad. Además, Chávez y Maduro revirtieron todo el proceso de descentralización que se verificó en lo que antes se conocía como el INOS y volvieron a entronizar en el manejo de las empresas del agua creadas en el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, a funcionarios incapaces que sólo se dedicaron a hacer negociados a costa de la sed de los venezolanos.
En los hospitales no hay insumos médicos, en las escuelas no hay ni luz eléctrica, pero Maduro se ufana de sus misiles y declara muy orgulloso que “fuimos testigos de ejercicios militares en la isla de La Orchila, con la prueba de sistemas misilísticos de máxima precisión para la defensa de las aguas y las costas”, así lo expresó durante un encuentro con su cúpula militar. Se entiende que para Maduro lo urgente es instalar esa base misilística, no reparar los sistemas de transmisión de la poca energía que se produce en un país que cuenta con una capacidad instalada que supera los 35 mil megavatios.
Vuelven “las antenas, los ganchos de ropa, los alambres y todo el mundo en señal abierta. Nos estamos viendo chévere”, así lo proclama Maduro, con lo cual se confirma que ciertamente estamos en la década del más gigantesco retroceso en Venezuela.
En paralelo, el vitalicio ministro de la cúpula militar, Padrino López, se pavonea asegurando que “las fuerzas militares de la revolución cuidarán las refinerías de presuntos ataques terroristas”. Los terroristas son en sí mismo esos enchufados que importan del medio oriente, los amigotes de la FARC o del ELN. Además, también se sabe que fue en la era de Chávez-Maduro en la que arrasaron con el parque de refinación con que contaba nuestro país.
Mientras tanto, por varias noches consecutivas, ciudadanos caraqueños realizan fuertes cacerolazos en varias zonas de la ciudad capital en contra de los recientes bajones de luz y demás fallas de los servicios básicos. No serán misiles, son ollas y sartenes, pero de que atormentan, atormentan a semejantes bandas delincuenciales.