Cuando los tres paladines de la revolución critican, reportan y recomiendan al mundo como manejar la pandemia del Coronovirus chino, producen el milagro del olvido. Años atrás, la gestión chavista era pésima en materia de salud. Para nadie es un secreto que el sistema está colapsado. Un par de meses atrás un funcionario público domiciliado en Maracaibo tuvo la necesidad de realizarse una prueba de sangre en uno de los centros hospitalarios más importantes de la ciudad, y “le pidieron alcohol, algodón y la jeringa”, porque no tenían nada. Otro caso fue el de una madre necesitada de una operación, “tuvo que llevar todos los insumos, incluyendo el kit de quirófano, dijo su esposo. Ese es el miedo que obliga a los venezolanos a cuidarse. Saben la verdad.
Entonces cómo se explica que “de la noche a la mañana” el sistema de salud funcionara eficientemente para enfrentar la pandemia china ¿Un milagro? ¿Eficiencia? ¿Apoyo chino? La verdad no se sabe en un país controlado por un ilegítimo gobierno mentiroso que maneja a su antojo las cifras y la vida de los venezolanos sin que pase nada. Escuchar las decenas de emisoras radiales y televisoras controladas y financiadas por el chavismo es trasladarse a otra realidad. Todo parece estar bajo control, el fracasado programa político (no de salud pública) Barrio Adentro, convertido en un cascaron vacío antes de la muerte del comandante eterno, ahora resucita como la panacea y el modelo eficiente.
La crítica es inaceptable. El que lo haga públicamente es perseguido e incluso pueden detenerlo los cuerpos de seguridad, como ocurrió con el reconocido profesor de la Facultad de Medicina y director de la División de Postgrado de la Universidad del Zulia, Freddy Pachano, cuando advirtió sobre la existencia de un caso sospecho en Maracaibo. O de la bioanalista de un centro hospitalario de Trujillo que se atrevió a decir que el número de enfermos no era el que decía el gobierno, luego de la muerte de un paciente en esa entidad.
Los tres paladines de la salud en Venezuela hablan todos los días del plan de aislamiento, sanciones a quienes no hagan caso, critican a otros por la situación en sus países, pero no refieren a los problemas internos que están generando sus medidas y que pueden desencadenar reacciones inesperadas porque el hambre no espera y su política de entregar la deficiente clap es otro fracaso más. A esta situación se une la incapacidad logística de movilizar los productos agropecuarios a los centros de consumo (las cosechas y la producción lechera se está perdiendo por falta de combustibles para su transporte), la falta de ingresos de los trabajadores informales y los pequeños negocios para comprar alimentos y medicinas se agudiza, la incapacidad de las empresas para pagar a sus empleados, la ola inflacionaria que ha duplicado los precios a diario, el desabastecimiento y corrupción en el mercado interno de gasolina y la caída de los ingresos petroleros producto de la crisis internacional.
Ante la dantesca situación no queda de otra que aplicar la fuerza. El asunto no es mantener encerrada y desmovilizada a la población, lo verdaderamente importante es cómo hacerlo. Una política de distanciamiento y confinamiento implica garantizar los elementos vitales para que la población se mantenga en sus hogares y pueda comprar alimentos y medicinas. Pero las lecciones de los últimos años en Venezuela muestran su incapacidad total para revertir esta situación, ya lo decía un emigrante que regresó de Colombia: “por lo menos aquí tengo mi familia, no pago servicios y me dan una caja de comida”, creyendo en la mentira oficial.
Latinoamérica con una población aproximada de 650 millones de habitantes y una economía informal de 50%, tiene que diseñar políticas de inserción social que permitan a las grandes masas desprotegidas, recibir servicios básicos como salud, educación y alimentación, bajo condiciones críticas como las que vive el continente producto del Coronavirus chino. El populismo, la corrupción y el oportunismo de una gran parte del sector privado, siguen afectando a estas naciones, aún en medio de la crisis, y Venezuela no es la excepción.
La solidaridad y la capacidad gerencial se miden en los momentos difíciles y en Venezuela eso no parece suceder. En los episodios críticos vividos en los últimos 20 años, han aflorado de su interior experiencias que dejan en entredicho muchos de los mitos creados sobre su humanismo, influenciado en gran medida por una cultura petrolera, que también generó el facilismo, el consumismo desmedido, la falta de identidad nacional plena, potenció la corrupción, afloró sus resentimientos históricos y frustraciones, y alimentó el militarismo en detrimento de la democracia.
La experiencia vivida en los últimos veinte años conduce a la pregunta obligada, cómo la sociedad venezolana delegó al chavismo el ejercicio pleno del poder, arrastrándola a una situación crítica en la que los más bajos instintos del narcisismo del líder, el egoísmo y el resentimiento humano tomaron sus espacios hasta llevarla a la entrega de su soberanía, a practicar la mentira inescrupulosa como forma generalizada de relación, a la violación de sus derechos humanos (incluyendo el asesinato y la tortura), a la penetración del narcoterrorismo para convertirla en un Estado delictivo, y a su propia devastación social, política y económica.
Esa facultad individual de los venezolanos de entregar el poder de decisión pública a Hugo Chávez, tal como lo planteó el historiador Ian Kershaw en el caso de Hitler, tendrá profundas repercusiones en sus vidas y en su destrucción social. La arrogancia sembrada por la concepción de riqueza impregnada por la cultura petrolera (con su falsa premisa “somos un país rico”), hace estragos en la mentalidad de quienes huyen y los que se quedan en Venezuela; porque indiferentemente de ser buenos profesionales o trabajadores, los coloca en una esfera existencial incapaz de asumir el compromiso de construir al nuevo país post rentista y emprender, desde abajo, el modelo que genera riqueza y bienestar partiendo del esfuerzo y la creatividad individual y colectiva.
@hdelgado10