Antonio de la Cruz: El Nuevo Orden Mundial: de la diplomacia a la transacción

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“Los imperios no tienen interés en operar dentro de un sistema internacional. Aspiran a ser el sistema internacional”, Henry Kissinger 

Cuando Donald Trump asumió la presidencia en 2017, su enfoque transaccional de la política exterior marcó un cambio significativo en la manera en que Estados Unidos se relaciona con el mundo. En su primer mandato, Trump rompió con las estructuras tradicionales del multilateralismo y priorizó acuerdos bilaterales que beneficiaran directamente a su país. Ahora, con un segundo mandato en el horizonte, la Casa Blanca ha profundizado esta estrategia, acelerando la transformación de un sistema global basado en normas hacia uno dominado por el interés inmediato y la negociación cruda.

De líder global a negociador en jefe

Durante décadas, Estados Unidos lideró el orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial, promoviendo la democracia, el libre comercio y la cooperación estratégica. Sin embargo, el nuevo enfoque de Trump se distancia de ese modelo, reemplazándolo con una lógica de poder en la que cada país debe demostrar su valor en términos tangibles y transaccionales. La seguridad y la cooperación ya no son garantizadas por alianzas históricas, sino por la capacidad de cada nación para alinearse con los intereses económicos y estratégicos de Washington, “America Primero”.

Este cambio ha generado fricciones con aliados tradicionales, como la OTAN y la Unión Europea. Trump ha exigido un mayor compromiso financiero por parte de los miembros de la alianza militar, elevando el umbral de contribución al 5% del PIB, y ha dejado entrever que Estados Unidos podría reconsiderar su papel en la organización si sus demandas no son atendidas. Asimismo, su política comercial ha intensificado tensiones con México y Canadá, quienes enfrentan la posibilidad de una nueva renegociación del T-MEC bajo términos aún más favorables para Washington.

El auge de la diplomacia transaccional

Bajo esta administración, las relaciones internacionales han adquirido un tono de negociación constante. Los acuerdos multilaterales son percibidos como restricciones innecesarias y, en su lugar, se favorecen arreglos bilaterales en los que Estados Unidos puede ejercer mayor influencia. Este modelo ha quedado evidenciado en la política hacia América Latina, donde los acuerdos de cooperación ahora estarán supeditados a concesiones en materia de seguridad y comercio.

Uno de los ejemplos más claros de esta estrategia es la manera en que la administración Trump ha manejado la deportación de colombianos. Cuando el presidente Gustavo Petro se negó a aceptar el retorno de estos ciudadanos expatriados de Estados Unidos, la Casa Blanca reaccionó con una mezcla de presión diplomática y amenazas comerciales y financieras, logrando su objetivo sin necesidad de una escalada militar. Esta respuesta refleja un patrón en el que las relaciones internacionales ya no se rigen por principios de cooperación a largo plazo, sino por la capacidad de imponer términos a través del poderío en cada negociación.

El impacto en la geopolítica global

El giro de Washington hacia un enfoque transaccional ha tenido repercusiones más allá del hemisferio occidental. Mientras Estados Unidos reduce su compromiso con el multilateralismo, otras potencias podrían aprovechar el vacío de liderazgo para expandir su influencia. China, por ejemplo, intensificaría más su presencia en América Latina y África a través de proyectos de inversión sin las condiciones políticas que tradicionalmente impone Washington. Rusia, por su parte, ha utilizado la incertidumbre global para consolidar su posición en conflictos como el de Ucrania, desafiando directamente la autoridad de Occidente y el liderazgo de Trump.

Este escenario plantea una interrogante fundamental: ¿puede el nuevo modelo de política exterior estadounidense sostenerse sin provocar una crisis global? Si bien Trump ha argumentado que su estrategia pone a «Estados Unidos primero», la erosión del orden basado en normas y alianzas estratégicas podría llevar a un mundo más volátil e impredecible, donde la fuerza y la intimidación se convierten en las principales herramientas de negociación.

El dilema del futuro

A medida que Estados Unidos avanza en esta dirección, el resto del mundo se encuentra en una encrucijada. Aliados históricos como Francia, Alemania y Japón han comenzado a explorar estrategias para reducir su dependencia de Washington, mientras que actores como China y Rusia han adaptado sus tácticas para competir en un entorno donde la diplomacia ha sido reemplazada por el pragmatismo extremo.

El colapso del orden internacional basado en normas no es solo una consecuencia de la administración Trump, sino el reflejo de una transformación geopolítica más amplia, impulsada por el creciente escepticismo hacia la globalización y el auge de políticas nacionalistas en diversas regiones del mundo. La pregunta clave es si esta transición llevará a un sistema global más eficiente o si, por el contrario, desencadenará un periodo de inestabilidad prolongada. Lo único seguro es que el viejo orden está dando paso a una nueva dinámica global, donde el equilibrio de poder será definido por aquellos que logren consolidar su influencia y ejercer mayor presión en un escenario donde la fuerza o poderío ha reemplazado el consenso y las reglas tradicionales.

@antdelacruz_

Director Ejecutivo de Inter América Trends