Hugo Delgado: La necesaria autoreflexión

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Con el tiempo comprendí que  la vida tapa tó, que nada borra el recuerdo de lo que uno caminó.

(Fragmento de la Canción, Caminando, del cantautor panameño Rubén Blades)

“Nuestra debilidad  es nuestro enemigo, estamos en el lado perdido porque  nuestros valores y principios son  inexistentes en ellos” (Samuel Jackson, en la película  Inconcebible). El fragmento se extrae en el momento cuando el actor refiere a la confrontación de los intereses de su nación  -Estados Unidos- con el terrorismo. Es una premisa que permite determinar la importancia de estos factores, cimentados en las sociedades verdaderamente democráticas, pero que en este momento son utilizados por grupos extremistas para debilitarlas.

Esa amenaza comienza a tomar cuerpo en la opinión pública continental,  lo grave del asunto es que la prepotencia y arrogancia de los jerarcas chavistas con la que proyectan sus  victorias, los hace parecer invencibles, sin que aparezca en el horizonte democrático contrapeso alguno. Internamente, la diezmada sociedad venezolana parece entregada a su funesto destino.  Se presagia para 2020 el éxodo de más de ocho millones de sus habitantes, una diáspora  justificada por la persecución política, la búsqueda de un mejor futuro, la crisis humanitaria o simplemente porque “no me calo más esto”, pero en todo caso, favorece al régimen y afecta a sus adversarios.

Las razones son diversas y como dicen los viejos, “cada quien decide su destino”.  En medio de la turbulencia emerge la pregunta obligada: ¿Y Venezuela? ¿Qué pasará con la patria? La mentira de las razones argumentadas por quienes deciden irse parece ser la gran victoriosa, si contabilizan a quienes  alegan ser “perseguidos políticos” para pedir asilo político en Estados Unidos, engrosando expedientes con falsa información y hechos.

El Chavismo es una fase aberrante  de la historia de Venezuela. Obcecado por  el poder, Hugo Chávez, y ahora Nicolás Maduro, se dieron el tupé de entregar la patria a intereses foráneos sin límite alguno. En su obra Manuel Piar, caudillo de dos colores (p 117), Francisco Herrera Luque  escribió  “Esta gente solo quieren mandar ellos y nadie más“, evocando un diálogo del generalísimo Francisco de Miranda. Como presagiando lo que la lección histórica trata de decir, el psiquiatra  y novelista, trae a colación un episodio histórico que se repite una y otra vez en una sociedad y sus grupos de poder, cargada de odio, resentimiento, violencia  y  psicopatías crónicas.

Esas experiencias  serían positivas en la medida  que permitan  corregir sus desvíos  y  serían negativas si persisten en las decisiones futuras, especialmente si no se eliminan los vestigios autocráticos, de violencia y resentimiento que acompañan a Venezuela desde la colonia hasta hoy. Si  la toma de decisión pública  no se concibe para solucionar los grandes asuntos y no como algo de interés personal, tal  como se justificó en la caída de la Primera República en 1812, se repetirán los errores pasados. “Es que esa vaina de independizarnos no fue más que una locura. Se nos olvidó que nuestra riqueza se apoyaba sobre el trabajo esclavo y nuestros privilegios en la discriminación jurídica. Sueltas las bridas se nos desbocó el caballo”, (comentario del Marqués de Casa León. Herrera, Idem. P 123). La historia nacional recalca el hecho del interés pleno de los mantuanos (blancos descendientes de españoles) de gestar la independencia para no repartir más su riqueza con la corona.

Por  eso insiste, el historiador,  Ramón Escobar Salom (Cinco siglos de Historia Irreverente), que ese choque de castas e intereses que diezmaron al ejército libertador que llegó hasta el Alto Perú, echó al traste  un proyecto gestado en Venezuela,  basado en la  lucha  de sus clases sociales (mantuanos caraqueños y el resto  de la Venezuela mestiza), y provocó una ruptura en la institucionalidad que trajo como consecuencia  la  incapacidad de construir otras; sin embargo, se dio otro interesante fenómeno, la aparición de jóvenes campesinos transformados  en grandes jefes de la guerra emancipadora, quienes posteriormente también se dividieron por los choques de castas e intereses personales.

Ese fenómeno también se  repite. En los últimos 20 años, los distintos componentes de su sociedad  han sido cómplices por acción u omisión de los desmanes de Hugo Chávez y sus cómplices, entre ellos los anteriores partidos mayoritarios, Acción Democrática y Copei, que detentaron el poder y los recursos públicos, los empresarios, universidades, poderes y la sociedad civil en general.

Ese proceso aberrante de inocultables episodios  muestra una estructura enferma, reflejada por  ejemplo en actos delictivos  como los descritos por el criminólogo Elio Gómez Grillo (El país delincuente y sus alrededores, en Cinco Siglos de Historia Irreverente) desde la época de la colonia hasta la democracia, destacando siempre los índices de criminalidad y la profundización de la corrupción pública, reflejo  de” la alienación ética y la desmoralización  general”.

Cambiar de gobierno chavista no es suficiente, el reto es desmontar  su cultura de poder y construir instituciones y leyes verdaderamente democráticas, partiendo de una discusión abierta desde todas las aristas de la sociedad, para superar la autocracia y el modelo rentista petrolero que sirvió para modernizar a Venezuela,  pero también  trajo consigo las  enfermedades  que hoy afectan a Venezuela.

Ese modelo en crisis,  creó puntos de vulnerabilidad en la sociedad venezolana, desnudó sus debilidades arrastradas históricamente, potenciadas por una riqueza petrolera caracterizada por la  dádiva, el consumo desenfrenado y sobre por el autoritarismo y el utilitarismo de empresarios y políticos, estos últimos capaces de controlar la vida nacional violando las normas o construyendo otras para favorecer sus ambiciones, asesinar, mentir y destruir. Es el fantasma  violento y anárquico que agobia a Venezuela, ahora con peligrosos ingredientes catalizadores de sus males: el comunismo y el narcoterrorismo.

Los ahora amos de Miraflores  muestran en los pocos canales de televisión abiertos una  realidad que solo viven en sus sueños revolucionarios.  Un mundo de hallacas y perniles, de amor y felicidad, de grandes y risibles gestas libertadoras,  obras y planes quijotescos, de inútiles y costosos armamentos enfilados contra enemigos invisibles y acciones interventoras que inundan de violencia y sangre a la sociedad, sin inmutarse un ápice.   

Nunca  me imaginé  -comentó Piar a Miranda- que el general Ribas llegase al extremo de acaudillar  una revuelta contra su gente y sus intereses. Ribas es, y siempre será, un gran oportunista, un demagogo –respondió caviloso el Generalísimo-.  Al verse preterido por el gobierno, no ha vacilado en incitar  a los pardos contra los blancos. Es una peligrosa herramienta de poder que puede dar pingues beneficios a quien la esgrima. Con decir ¡Abajo los blancos¡ verás salir ejércitos bajo las piedras ( Herrera,  Idem. P 120).

Hugo Delgado
Periodista venezolano
@hdelgado10