Por su naturaleza doctrinaria, el socialismo, como paso previo para el comunismo, ha demostrado su naturaleza emocional, polarizada (Irving Horowitz, 1972) y destructiva frente a la democracia. Al creerse, por convicción e intereses personales, en la última fase de la historia del hombre, se atornillan al poder, creando su nomenclatura, intentando eternizarse en él e inician el proceso de destrucción sistemática de su enemigo y su praxis, porque según la teoría marxista ellos representan el estado supremo de la humanidad. Su visión polarizada hace difícil la convivencia entre ambos y crea las bases de su propia destrucción dado su dogmatismo y rigidez.
El modelo democrático nutrido a lo largo de la historia de occidente, ha construido su teoría y praxis basándose en la crítica permanente y la búsqueda de una verdad, que contextualmente, responde a las necesidades y razones de un momento y un espacio. Es así como las convicciones ideológicas, religiosas o socio-políticas (por ejemplo los reinados) modelaron los comportamientos, las sumisiones, el respeto, la educación y la cultura, en muchos episodios de la humanidad. Por eso está vigente y es el modelo referencial del siglo XXI.
Historiadores consideran que interpretar con las teorías del conocimiento de hoy, hechos pasados, es contradictorio dado que los contextos, las formas de pensar y la praxis son diferentes. El período de los reinados predominante en Europa -por ejemplo-respondió a una forma determinada de concebir el poder y el comportamiento social. Igualmente se puede enjuiciar al período de la esclavitud, cuya práctica y aceptación fue parte de las vidas de numerosas civilizaciones pasadas.
Recoger esas experiencias históricas para justificar las demandas para explotar los sentimientos de grupos desfavorecidos es absurdo. Lo pasado no lo puedes cambiar, lo ideal es mejorar sus condiciones de vida y se les brinden oportunidades educativas, sociales, culturales y económicas para impulsarlos hacia mejores condiciones de vida.
Para la izquierda, contrario a lograr nuevos estadios de desarrollo, la explotación de resentimientos pasados y de las debilidades emocionales de “los pobres”, es parte de su discurso. Con eso llegan al poder, usufructúan los recursos públicos, arropan sus debilidades humanas y las extrapolan a la sociedad en la que actúan, sin mostrar importancia alguna sobre las consecuencias que pueden generar, porque tras el poder solo ocultan sus debilidades patológicas (homosexualismo, desamores, consumo de drogas o alcohol, sadomasoquismo, frustraciones académicas o profesionales, complejos personales).
El poder se convierte en un fin más personal que en instrumento para beneficiar a la sociedad. De esas lecciones sabe la humanidad. La experiencia latinoamericana es rica en experiencias recientes, como las ocurridas con Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, los Kirchners en Argentina, Pedro Castillo en Perú, Daniel Ortega en Nicaragua, los Castro en Cuba, Andrés López Labrador en México, Rafael Correa en Ecuador, Lula da Silva y Dilma Russeff en Brasil y el polémico Gabriel Boric y Salvador Allende en Chile. Más atrás hay personajes como José Stalin en la antigua Unión Soviética, Pol Pot en Camboya o Mao Tse Tung en China.
Siempre ofrecen la creación del hombre nuevo, del gobierno progresista y del país del amor, de la felicidad suprema o de la vida, del mundo ecológico o del gobierno de los pobres. Conceptos etéreos, sin forma, ilusos, irrealizables y risibles, con los que explotan las necesidades humanas, mientras su nomenclatura vive en el lujo, el derroche, la corrupción y replicando los vicios que han generado los males históricos.
Una noticia preocupante para las democracias occidentales es la alto consumo de drogas en Estados Unidos de América (es el mayor). Para el narcotráfico Europa occidental y EUA son los mercados más atractivos. El populismo impulsor del exceso sin límites de las libertades individuales (Karl Deutsch, 1970) y del relativismo en la aplicación de las leyes y la comprensión de los problemas sociales, económicos, políticos y culturales, están generando amenazas que están afectando al sistema.
La estrategia del comunismo de socavar a la sociedad occidental incluye las drogas como arma para atacar sus debilidades . Ya en la guerra de Vietnam, los narcóticos se habían convertido en un instrumento estratégico, no por casualidad hoy los principales proveedores de cocaína, casualmente, son Bolivia, Colombia, Perú (con el destituido Pedro Castillo en alianza con Sendero Luminoso y el expresidente boliviano Evo Morales), Venezuela y México, recientemente las autoridades norteamericanas acusaron a China de proveer insumos químicos a los carteles mexicanos para elaborar Fentanilo, una droga mortal consumida en gran escala por los norteamericanos.
Las consecuencias del consumo de drogas hace estragos en EUA. El incremento de asesinatos en masa
-por ejemplo- (28 en el primer semestre de 2023 con 148 víctimas), están relacionados con la drogadicción y los estados emocionales patológicos. La permisividad en el uso de los narcóticos se ha expandido en Norteamérica y a nivel mundial, sin medir las consecuencias que genera -principalmente- en los jóvenes, y el futuro de una sociedad que afronta retos que ameritan de una población sana para comprenderlos, buscar la verdad y tomar las decisiones más acertadas.
El otro asunto que abordan con mucha fuerza los comunistas es la destrucción de la institucionalidad y sus valores, que restan orden en las naciones debido al ruptura del orden y la obediencia, como advierte Thomas Hobbes. Decía, el diplomático y periodista, Pablo Bassim (+), que “ellos no creen en los valores y principios de la democracia, porque los combaten y buscan destruirlos para establecer su modelo ideológico”, por eso mienten, asesinan y juegan con la vida de los demás, sin sentido de culpa. Venezuela lo evidencia en sus 23 años de régimen chavista con la destrucción y el caos expresado en la situación actual de sus familias, los poderes públicos, las fuerzas armadas, los amigos, los entes del Estado, la iglesia, etc. El daño moral y espiritual producto de la “diáspora”, la represión y la corrupción es incalculable.
Algo similar ocurre en Colombia, con la llegada a la presidencia en 2022 de Gustavo Petro. Replicando el guion del Foro de Sao Paulo (1990), armado por sus cerebros Ignacio Lula da Silva, y Fidel Castro para mantener vigente el pensamiento comunista, luego de la caída del Muro de Berlín (noviembre de 1989), ha basado su estrategia política en la destrucción progresiva de la institucionalidad y la generación del caos social, político y económico, para controlar el país, una tarea nada fácil en una nación con centenarias instituciones, pero con una carga emocional impregnada de venganza, resentimiento y una violencia alimentada por las confrontaciones históricas, la desigualdad y pobreza.
Esa carga emocional aunada a la explotación política de esas debilidades, le ha permitido al inepto y corrupto exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro, primero crear un escenario de violencia y caos (2019-2020), para luego conquistar la presidencia mediante un proceso irregular; en segundo lugar, iniciar un proceso de debilitamiento de la institucionalidad, paralizando a sus fuerzas de seguridad y militares (su declaración mentirosa en el Congreso de la República, el pasado 20 de julio de 2023, señalando como un logro la reducción de soldados muertos en combate, cuando lo que ocurrió es que paralizó las operaciones miliares en las zonas narcoguerrilleras), torpedeando a los poderes legislativo y judicial, generalizando las prácticas de corrupción para favorecer a sus aliados y aupar un modelo clientelar y dadivoso que compre conciencias y afiance una fuerza electoral que lo mantenga en el poder.
Colombia enfrenta una dura prueba para su institucionalidad, dice el profesor de la Universidad del Zulia, Rafael Portillo. El país cuenta a su favor con la experiencia de lo ocurrido en Venezuela y su diáspora, lo cual puede activar la actividad política de sus ciudadanos (Deutsch) y eso aumenta sus posibilidades para contrarrestar a Petro. Igualmente, a diferencia del vecino país, el poder radica en los grupos privados tradicionales que son los que generan empleo y los impuestos y las instituciones son más independientes y fuertes, pero arrastra un resentimiento histórico que lo hace más violento en sus soluciones, como decía un analista neogranadino, “aquí matan”.
@hdelgado10