En noviembre de 2020, luego de una complicada contienda electoral, el candidato demócrata, Joe Biden, resultó ganador en las elecciones presidenciales contra el entonces mandatario republicano, Donald Trump. En ese entonces el victorioso pupilo de 77 años del establishment fue apoyado por figuras como los magnates multimillonarios Bill Gates del gigante tecnológico Microsoft y Jezz Bezon de Amazon, figuras del partido del mismo mandatario como George W Bush y su hermano Jeb, el senador Mitt Romney, actitudes poco vistas que evidenciaban una serie de contradicciones históricas dentro de las estructuras del sistema político, económico y social de la sociedad Norteamericana.
Superficialmente, los analistas endosaban las causas de la derrota de Trump a la forma como manejó la crisis del virus chino Covid 19, los constantes enfrentamientos con los grandes conglomerados de la comunicación social y de la tecnología (Twitter, Goggle, Facebook, CNN, NYT), los polémicos comentarios relacionados con temas raciales, inmigración, derechos civiles y sus aliados internacionales, sus pugnas con las instituciones del sistema garantes de la justicia. Estos asuntos proyectaron una personalidad política que para muchos era polémica e inestable, mientras que para otros era un mandatario que se atrevió a tocar temas – muchas veces de manera poco ortodoxa- necesitados de discusión y cambios.
En la campaña electoral se entendía que Biden representaba el ala tradicional demócrata y de la sociedad norteamericana, a pesar de sus cuestionables capacidades para liderar el manejo de escenarios de múltiples asuntos estratégicos internos y externos. Se le vio como el hombre del equilibrio y de respeto a la institucionalidad. Sin embargo, la agresiva campaña de Trump lo afectó y amenazó sus posibilidades de ganar. Quiso el destino que en 2020, su chance para llegar a la Casa Blanca aumentara con las revueltas raciales internas y la crisis generada por el Covid 19 y sus consecuencias económicas, sociales y políticas. La forma como el entonces mandatario manejó la situación pasó su factura.
Se creó la matriz que al final se impuso: el enemigo era Donald Trump, había que votar en contra de él. Ese sentimiento progresivamente se aglutinó en torno a la figura de Biden, entre rabias y rechazos viscerales. Su descalificación la esgrimieron desde catedráticos, periodistas, líderes sociales y políticos, y personajes importantes de la sociedad norteamericana, y asombrosamente la contienda trascendió las fronteras y se convirtió en asunto internacional. Así se evidenció, por ejemplo, en Venezuela, en donde las discusiones tomaron matices personales.
A dos años de gestión de Biden, varios de los asuntos de Estado se han complicado o no han tenido la respuesta que se esperaba. Las razones son múltiples ¿Era realmente Donald Trump el problema o era él la expresión de una crisis más profunda de la sociedad de Estados Unidos de América (EUA)? Las polémicas sobre su gestión no podían evaluarse superficialmente partiendo de su escasa experiencia política o su acertada o no vida empresarial. Su ascenso al poder y su caída son producto de algo que en la democracia norteamericana no está funcionando bien. Más que descalificarlo superficialmente o por moda, deben observarse los fenómenos que están ocurriendo en el interior de su sociedad e incluso en el mundo, ahora que deben analizarse realmente los efectos de la globalización, la guerra de ruso-ucraniana, la amenaza geopolítica china, los problemas ambientales, las amenazas tecnológicas, el terrorismo, la irrupción de los grupos minoritarios y la revisión del modelo federal y centrista que lo sostiene, -por ejemplo- en asuntos como el electoral, construido hace un par de siglos.
La confrontación Trump-Biden desnudó grandes debilidades del sistema norteamericano que deben revisarse para que respondan a las demandas de la sociedad del siglo XXI. Justo es reconocer que la presencia de Trump como presidente y candidato activó a la sociedad de Estados Unidos. Aproximadamente 150 millones de electores votaron. Salieron a la calle a mostrar su apoyo a sus candidatos, demostraron que lo emocional prevalece sobre lo racional, expresados en actos de violencia, irritabilidad, incomprensión, ofensa e irrespeto contra quienes opinaran diferente, en esto último incurrieron desde gente común hasta prestigiosos catedráticos de universidades nacionales y mundiales. Una experiencia que obliga a los investigadores a ir más allá de sus libros, laboratorios y aulas de clases, y adentrarse en lo que los ciudadanos de todos los estratos piensan, quieren o aspiran.
Trump no era el problema, tampoco lo es Biden, son los sistemas y las estructuras que sostienen el modelo democrático de EUA los que necesitan revisiones profundas. Socialmente las expectativas de la sociedad no están reflejadas ni en el liderazgo y ni en los partidos. La educación debe ser examinada y adaptada a las realidades tecnológicas, globales, laborales, etc, que caracterizan al siglo XXI. El incremento de los asesinatos masivos –tan frecuentes en estos tiempos-, no pueden verse sobre la pertinencia de la venta o no de armas, o con la óptica legalista o de los intereses de industria bélica, el asunto debe ser observado integralmente buscando las razones individuales y contextuales que llevan a un joven solitario, excluido, frustrado, etc., a tomar la decisión.
La economía necesitada de ensamblar un modelo de progreso y de desarrollo de áreas claves como la tecnología y la biotecnología, desequilibrada, anárquica, divorciada del “fenómeno verde”, especulativa y con poco compromiso social, demanda de una evaluación profunda que la proteja de vaivenes como el conflicto que sacude a Europa o de los mercados volátiles. El cabildeo de las grandes corporaciones en Washington, inclina cualquier decisión del gobierno y el congreso, ha generado vicios que deben ser corregidos. Y en el caso de las redes y los negocios generados por los gigantes tecnológicos ya deben ensamblarse los mecanismos de regulación porque, sin negar los beneficios generados a la humanidad, también debe reconocerse que han creado graves consecuencias y deformaciones sociales.
El problema migratorio, tan polémico en la gestión Trump, y agudizado en la actual presidencia no va a solucionarse con medidas coercitivas o restricciones legales. La frontera mexicana históricamente siempre ha tenido este inconveniente, por tanto, es un asunto que no va a detenerse. Además, EUA es responsable en gran parte del auge de inmigrantes, primero por el apoyo que hizo a sistemas democráticos en Latinoamérica que funcionaron temporal y efectivamente porque se montaron sobre modelos de fuerza, corruptos, excluyentes que solo profundizaron los problemas de desigualdad, pero el tiempo se encargó de desnudar sus debilidades institucionales y de políticas fiscales, y crearon expectativas frágiles en la población, especialmente en los jóvenes que son la gran masa que busca entrar como sea a Norteamérica. En segundo lugar, y tal como lo planteó Joseph Nye (1990), EUA es el país con mayor aceptación para vivir, dos factores que dificultan la solución de este complejo asunto.
@hdelgado10