Es normal que las democracias pongan mucha ilusión en los cambios de administración para apostar salidas a las crisis. Pero hay crisis que no dependen de eso. Normalmente, las crisis del siglo XXI poco tienen que ver con la pericia o astucia de sus gobernantes. Los factores globales, que están ausentes de los imperios jurídicos de las naciones, definen las crisis, por lo que la acción de los administradores, por seductora que parezca, tiene poco que aportar.
Esto es importante de recordar para el caso ecuatoriano. Este país, uno de los más biodiversos del mundo y, hasta hace poco, uno de los más gobernables y pacíficos de América Latina, depende en cerca de un 50% del PIB en las ventas del petróleo. La existencia de otras formas productivas, representadas políticamente por las oligarquías de Guayaquil, han permitido que la caída de los precios del petróleo no haya arrastrado de manera inmediata a la economía del país. Es, pues, una mesa de dos patas, una de las cuales, la del sector público, ya no apoya. La segunda pata tampoco es ajena a los ingresos públicos, y a sus propias formas de especulación. Pero la deuda pública es enorme. Durante el 2015 no hubo cifras oficiales confiables sobre la deuda contraída por el correísmo. En el 2017 el gobierno de Moreno muestra las que parecían las cifras definitivas de la deuda, a partir de un nuevo cálculo del Banco Central, centro mismo de la opacidad. El nuevo cálculo ascendía a más del 40% del PIB, monto que no era permitido por la norma constitucional. En otras palabras, la opacidad permitió que la asamblea contrajera una deuda mayor de la que podía pagarse o, en otras palabras, más allá de la línea roja que el mismo país se había puesto. Pero luego el FMI indicó que aun había maquillaje en las cifras y volvió a condicionar el pago de la misma en el 2017, y luego durante el inicio de la pandemia, a que se quitaran las nuevas opacidades encontradas en los números del Banco Central. Moreno insistió que las nuevas opacidades eran el producto de peritos inexpertos puestos durante el correísmo, pero lo cierto es que la deuda sí era mayor.
El Estado no podía pagar la increíble deuda pública interna del país. Se amenazaron los cargos de nombramiento (para solo dejar funcionarios de contrato, incluyendo médicos, profesores y maestros), se recortaron salarios, y se deterioró el gigantesco aparato de servicios e infraestructuras que había legado el correísmo, y que le había dado tanta popularidad. Entonces, luego de limpiar los números, el gobierno de Moreno accedió al nuevo crédito del FMI, el cual hizo algo muy importante en términos geopolíticos: trasladó la mayoría de la deuda, controlada por China, al FMI, controlado mayormente por occidente.
Pero ¿Por qué todo el gasto público correista, irrigado por altos precios del petróleo, deuda y compras de petróleo a futuro por los chinos, no permitió que la economía sobreviviese? ¿Por qué en el momento de auge de los precios, Correa amenazó con sacar petróleo del Yasuní, la porción de tierra quizás más diversa del planeta, pudiendo haberla destruido? ¿Por qué no se diversificó lo que este gobierno llamó la matriz productiva, como para poder tener respuestas a esa aun impagable deuda?
Porque, como sucede en muchos países, el deseo de obtener fama, legitimidad y votos, además de enriquecer ilegalmente a sus socios comerciales y políticos, lleva a los gobernantes a gastar lo que no tienen en nombre de los que no tienen. Les convierten en operadores de la vaca estatal para sus intereses personales, que son muy ambiciosos, asediados por otros ambiciosos enemigos.
El esfuerzo principal de Correa por cambiar la matriz productiva es representado por 8 hidroeléctricas de las cuales 5 son de gran tamaño. Las empresas debían convertir a Ecuador en un país eléctrico (carros eléctricos, cocinas eléctricas, fábricas impulsadas por electricidad limpia, etc.), con toda su disposición de combustibles fósiles para la exportación, con bajos precios de la factura eléctrica (se esperaba una reducción de, al menos, 5 centavos de dólar por KW a nivel consumidor), y con disponibilidad de mucha electricidad limpia y barata para exportar a sus vecinos, como Colombia y Perú. Sería una suerte de HydroQuebec suramericano, para consustanciar el desarrollo regional. Hoy, en 2021, deberíamos estar ya viviendo el brillante futuro eléctrico de la nación. Pero el papel de los combustibles fósiles es el mismo, las facturas eléctricas han llegado a aumentar y alrededor de las hidroeléctricas pesan terribles misterios, que se explicarán de inmediato.
El hecho es que las licitaciones para las hidroeléctricas nunca tuvieron lugar pues se asignaron “a dedo” a las concesionarias chinas, asociadas al gobierno de ese país. La banca proto estatal china, además, financiaba las obras, por lo que ponen el crédito y, además, ponen la construcción, mezclando peligrosamente dos intereses en uno.
Las hidroeléctricas, además, que debieron arrancar plenamente en el 2015 según el contrato, no funcionaron plenamente y están lejos de hacerlo. Los reportes a los que ha tenido acceso la ciudadanía, producto de la investigación de la Contraloría, muestra que, sin haber comenzado a operar totalmente, solamente la más grande de ellas, la Coca Codo Sinclair, “ocasionó un perjuicio de US$ 10.088.551, por las ocho unidades y US$ 83.789.614 por su instalación”, según el informe. De producirse un colapso (que se enciendan sin repararse, por ejemplo), las pérdidas alcanzarían a 1000 millones de dólares. El correísmo responde con un discurso conocido: la contraloría actúa como perseguidores políticos del gobierno anterior. En este tenor, el gobierno de Moreno contrató una nueva auditoría a una empresa alemana que cobró más de un millón de dólares para hacer las revisiones. Los resultados no son conocidos aún por nadie, a pesar de que ya han pasado cerca de 3 años de la contratación. La BBC informa que los chinos no se hacen responsables y es difícil demandarlos judicialmente.
Es fácil concluir que se trata de una crisis técnica que derivó en despilfarro y corrupción. Pero la historia muestra que, en los países periféricos, la recepción súbita de ingentes ingresos lleva a la acumulación en pocas manos de las nuevas gallinas de los huevos de oro. Todos corren a construir el discurso legitimador de nuevas formas de concentración de los medios productivos, para monopolizar aún más el poder político que conlleva. La llamada nueva matriz eléctrica no se basó en mareas del Pacífico o eólicas, sino en aquello que el Estado puede controlar, incluso en desmedro de la ecología: Represas, esto es, obras faraónicas de ingeniería, cuyo botón de mando solo lo controla una empresa estatal. Esta misma ambición es la que explica la corrupción, el comprar barato, el acceder a créditos beneficiosos sin licitaciones ni contrapesos legales y en aletargados procesos de opacidad. Opacidad inducida, no espontánea, se entiende. El flujo súbito no-medido de salarios, bonos, comisiones jugosas y demás formas de dulce dinero, al no encontrar contraparte productiva, entra al país como una recompensa por el manejo inescrupuloso de los dineros públicos, e impulsa la inflación, las importaciones y la colocación de riquezas en bancos extranjeros. Como, en Ecuador, la moneda es el dólar americano, no hay devaluación.
Así que las hidroeléctricas no responden a un estado del desarrollo tecnológico, sino a un negocio externo, con jugosas ganancias y dudoso provecho ciudadano, que ha acelerado la deuda pública peligrosamente (el 80% del financiamiento de las ocho hidroeléctricas se debe pagar a los chinos) y la destrucción de la economía.
En las elecciones que vienen, un 35% de ciudadanos agradecidos con Correa votarán por Arauz, pues sus líderes están acusados de corrupción huyendo de la justicia o efectivamente encarcelados. Dado que las fuerzas electorales vecinas (las que representan a las oligarquías financiera, la izquierda ecologista y la izquierda de las pequeñas y medianas empresas), no saben unirse (basta con que se unan solo dos de ellas alrededor del candidato obtuvo el privilegio de la segunda vuelta, para ganar) darán paso a este sector agradecido con la ilusión de progreso y el sabor de la modernidad que vivieron con Correa… y Arauz será probablemente vencedor.
¿Qué propone Arauz? Habiendo sido presidente del mismo Banco Central acusado de opacidad, propone pagar la deuda interna con los importantes fondos de reserva internacional que ha guardado el Estado en Suiza para las futuras contingencias de este pueblo. No hay más propuesta que eso. Nuevamente, se ve, un modelo basado en la ilusión generado por súbitas abundancias, sustituiría el modelo de trabajo, inteligencia y autonomía, el único camino conocido a la interdependencia, la democracia, la riqueza orgánica y el desarrollo. Y mientras más nos alejamos de ese camino, más difícil es recuperarlo.
@danielcastroani