“Arrópate hasta donde la cobija te alcance” ha dicho más de uno de los que hoy lee y comparte este texto sobre un capítulo más de la verdad venezolana, cuando hasta hace un par de décadas “éramos felices y no lo sabíamos”.
Esa frase muy criollita tenía que ver cuando el venezolano profesional, pequeño comerciante o del común de a pie, excedía sus cuentas de final de mes para darse “un gusto” aunque después pagara con creces el “me quiero dar un gusto” gastando más de lo que ganaba en su actividad laboral.
Sin embargo, eso hoy difícilmente puede hacerlo cualquier mortal en tiempos de la actual Revolución Bonita, salvo los “revolucionarios” de primera línea y favorecidos del gobierno bolivariano, pero no los “rodilla en tierra” que igual que su vecino del barrio o del sector popular también se come un cable, porque la crisis igual lo golpea en el estómago, cansado de esperar la caja Clap que nunca llega y/o que cuando la recibe viene mas falla que la vez anterior de la mentira populista de una “Independencia Alimentaria” que nunca ha existido.
No es novedoso que los venezolanos sabemos que lo que “hay que ver no necesita anteojos” en relación con el pésimo desempeño de la política económica del gobierno que trastocó el presupuesto familiar y el bolsillo de las mayorías. Por esto y mucho más, la verdad es que aquella promesa de acabar con la pobreza que la Revolución de la V República garantizó no es palabra muerta, sino más bien una promesa cumplida al revés. Hoy la pobreza se ha multiplicado y los pobres son más pobres porque “ser rico es malo”. La realidad hoy es que se necesitan 32 salarios mínimos para medio alimentarnos. Eso no es nada falso sino que debe corresponderse, -diría un ilustre analista oficialista-, a la mala política económica de los gobiernos de la IV República y, después, a los ataques de la derecha empresarial apátrida o del imperialismo capitalista.
Si, esa manía de achacarle la responsabilidad propia a otros no es casual, pero la diferencia es que en más de 20 años del “proceso” hemos retrocedido en todos los órdenes del quehacer nacional.
Dudo mucho que haya similitud en los meses de noviembre-diciembre de la IV República y, un poquito entrado este experimento político posesionado en 1999, cuando los venezolanos gastábamos aguinaldos y utilidades en darnos el gusto de vestir a nuestros hijos, arreglar nuestra vivienda, viajar o comprar un vehículo con lo que nos ha tocado vivir. Lo cierto es que eso quedó en el recuerdo de miles y millones de venezolanos, obligados a “echar números” a la hora de adquirir un bien o servicio.
Cuántas amas de casa en época decembrina o en el resto del año no han tenido que convertirse en expertas matemáticas y economistas para estirar un “bolívar fuerte”, que murió al nacer y que ha provocado, entre otras cosas, que un proceso económico populista y demagogo golpee más a los pobres. Hallacas, pan de jamón, estrenos o juguetes en muchísimos hogares no llegaron en 2020.
Que decir del “arrópate hasta donde la cobija te alcance” de padres, madres, tíos o padrinos que pagaban la factura mensual en el colegio privado y que hoy no lo pueden hacer o los de menos posibilidades que deben ir a un colegio público sin un bocado de desayuno al salir de sus casas, donde la situación es de precariedad extrema muy a pesar de la propaganda oficial mostrando cuñas bien elaboradas de niños comiendo súper bien y recibiendo una “enseñanza de las mejores” que muchos cegados las han creído. Acaso las ONG no lo han venido advirtiendo desde hace años acerca de las desventajas de los escolares en su talla, peso y calidad en su aprendizaje y, en general, que existe una preocupante desnutriciòn infantil y en adultos.
Pocos son hoy los privilegiados que pueden escaparse un fin de semana o durante un asueto con la familia a darse un gusto de un viajecito corto a Los Andes, Guayana o a las paradisíacas playas de la costa de Falcón, Carabobo o Aragua. Mucho, mucho billete hay que disponer y mejor en moneda extranjera para darse ese gusto, porque el muy devaluado “bolívar fuerte” no cabría en las maletas de los viajeros, vehículos o zona de carga de un avión.
Que decir de darse un gusto gastronómico y salir a comer fuera de la casa o llevar a la familia a un espectáculo artístico a disfrutar una noche diferente. Eso no ha sido culpa de la llamada “guerra económica” ni del bloqueo de los gringos, sino de una política económica estatista y absurda que a la vuelta de dos décadas está recogiendo, -con todos llevando palos-, la siembra de un modelo populista a su máxima expresión que significó la expropiaciòn de industrias y empresas que satisfacían en buena parte la demanda de productos accesibles al bolsillo del venezolano. Hoy anaqueles y estanterías de productos accesibles y de calidad “Hecho en Venezuela” desaparecieron. Otros dirán que los periodistas no decimos la verdad, porque existen despensas full de productos y alimentos a la vista de todos. Eso es verdad, muy cierto, pero sus precios y posibilidad de compra son cuesta arriba para el devaluado bolsillo de millones. Lo contrario seguramente sería la verdadera “independencia alimentaria” aquí y en cualquier país del mundo, pero no las falsas y mentirosas piezas publicitarias que desde Miraflores nos metieron hasta en la sopa.
Y qué decir de la cobija que arropa a los pensionados de este país que ya perdió elasticidad. A los “viejos” de hoy que ayudaron a construir a Venezuela parece que “camaradas” y “camarados”, cuál fariseos golpeándose el pecho y haciendo actos de constrición, han preferido tirar a la basura su sensibilidad revolucionaria para matar de hambre a este segmento de la población al condenarlo a la muerte por hambre e inanición al cancelárseles cada mes, el equivalente a un misero “dólar gringo” del mismísimo imperio o menos que esta migaja que este último pago alcanzó 80 centavos de dólar como cancelación de la pensión.
José Aranguibel Carrasco