El poder no siempre se ejerce con gritos. A veces, el silencio es la orden que todos entienden.
En la entrevista televisiva para el programa 60 Minutes de CBS News, el presidente Donald Trump respondió dos preguntas que condensan el nuevo orden hemisférico.
—¿Están contados los días de Nicolás Maduro?
—Sí, creo que sí.
—¿Habrá ataques terrestres en Venezuela?
—No digo que sí ni que no. No hablo con un reportero de esas cosas.
Lo que parecía un intercambio rutinario fue, en realidad, una declaración estratégica codificada. En apenas segundos, Trump fijó tres posiciones: la inevitabilidad del desenlace, la reserva sobre el método y la autoridad de quien definitivamente tiene el control.
Su lenguaje no describe una política; la ejecuta. Es el equivalente diplomático de un portaaviones que navega lentamente frente a las costas de un adversario: visible, imponente y silencioso.
La arquitectura del poder narrativo
Cada confrontación geopolítica tiene una estructura oculta que define quién desea qué, quién lo impide y cómo se resuelve el conflicto.
En este caso, los actores son claros:
• El presidente Trump, decidido a restaurar la seguridad hemisférica y desmantelar una red criminal que opera desde el Estado venezolano.
• El líder del Cártel de los Soles, sostenido por alianzas ilícitas y por la ilusión de invulnerabilidad.
• Los pueblos —estadounidense y venezolano— que esperan la restauración de un orden legítimo.
Entre ellos media un objeto intangible: la recuperación del control moral y político del continente.
Trump no promete una invasión ni un tratado. Pronuncia una sentencia.
En la gramática del poder, quien define el desenlace antes de actuar ya ha conquistado el significado de la batalla.
La lógica secuencial del liderazgo
El razonamiento detrás de sus palabras no es improvisado. En las relaciones de fuerza, las decisiones se mueven en cadenas de acción y reacción. El líder que prevé el último movimiento domina los intermedios.
Al afirmar que el fin del régimen de Maduro es inevitable sin revelar los medios que lo harán posible, Trump logra que el jefe del cártel y sus acompañantes se mantengan en un permanente estado de incertidumbre, ansiedad y desconfianza. Están en un laberinto y no encuentran la salida.
No saben si el siguiente paso será un ataque, una negociación o una implosión interna; deben actuar como si todas las opciones fueran posibles.
De ese modo, Washington no necesita atacar para avanzar, obliga al cártel a reconfigurar su conducta bajo presión constante. El efecto práctico es un equilibrio de disuasión dinámica: la amenaza es creíble precisamente porque no es explícita. El poder del silencio supera al de la advertencia.
La escena y el personaje
Trump entiende que la política internacional es también teatro. Cada líder interpreta un papel frente a múltiples públicos. En esta escena, él asume el rol del ejecutor sobrio: no predica, no promete, insinúa. La periodista de 60 minutes representa al espectador que busca el libreto completo; el presidente se lo niega con cortesía y autoridad. En ese gesto reside el mensaje: el control de la palabra es control del escenario.
Maduro, por el contrario, aparece como el antagonista ausente. Su figura no se defiende, ni replica. Queda congelado en la frase del otro: “Sus días están contados”.
No hay diálogo posible porque el guion está escrito. El líder de la organización terrorista global sobrevive solo en el eco de su condena.
La transformación invisible
Toda confrontación estratégica produce una metamorfosis. Antes de la entrevista, Maduro era un narcoterrorista atrincherado. Después de ella, es un hombre con fecha de expiración política.
Ese cambio no depende de un misil ni de una orden ejecutiva, sino del poder simbólico de la palabra presidencial. El líder estadounidense transforma la percepción del conflicto: ya no se trata de si caerá el régimen, sino de cuándo. Y en política internacional, la percepción es el primer paso hacia la realidad.
El sentido profundo del silencio
La negativa a hablar de ataques militares no fue una evasión. Fue una táctica. En la estrategia moderna, la ambigüedad es un arma: obliga al adversario a gastar recursos anticipando movimientos que quizás nunca ocurran.
Trump lo sabe. Su silencio crea una zona de tensión donde la mera posibilidad de ataque genera una acción preventiva. Cada palabra omitida tiene peso de acero; cada pausa contiene una advertencia.
El mensaje para el hemisferio es claro: Estados Unidos ya no anuncia sus operaciones; las encubre bajo el principio de inevitabilidad.
El discurso público se convierte en una herramienta de manipulación racional, no de información.
El desenlace moral
En la superficie, nada ha ocurrido. No hay tropas en tierra ni cambios de gobierno.
Pero en el plano más profundo, el tablero se ha movido. La narcotiranía venezolana enfrenta un nuevo tipo de asedio: no militar, sino narrativo y psicológico.
El enemigo deja de ser una amenaza abstracta y se convierte en un personaje condenado por la palabra del otro. Cuando la autoridad define el fin, el mundo comienza a ajustarse a esa definición.
Epílogo: la autoridad como acto de lenguaje
En un siglo saturado de declaraciones vacías, el poder real pertenece a quien dice menos y significa más.
Trump no confirmó un ataque ni anunció una política. Pero reconfiguró el mapa del conflicto. Su frase breve —“I would say yeah”— alteró la relación de fuerzas sin disparar un tiro.
Esa es la nueva forma de dominación estratégica: hacer del lenguaje un instrumento de coerción, del silencio un método de control y de la palabra presidencial un acto performativo de guerra fría en tiempo real.
@antdelacruz_
Director ejecutivo de Inter American Trends





































