Antonio de la Cruz: Trump, Maduro y María Corina: ¿quién se adaptará mejor?

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“El hombre y la vanidad mueven el mundo” Michel Foucault 

Donald Trump siempre ha sido un político transaccional. No actúa por ideología, sino por intereses. Y ahora, en su regreso al centro del poder, Venezuela parece haber pasado de ser una causa democrática a una pieza más en su tablero de influencia global.

Durante su primer mandato, Trump aplicó una estrategia de máxima presión sobre Nicolás Maduro, con sanciones y aislamiento diplomático. Se apostó todo al interinato de Juan Guaidó con la esperanza de un quiebre interno en el chavismo, pero Maduro resistió. Ahora, con una nueva administración en la Casa Blanca y un enfoque pragmático, la pregunta es inevitable: ¿seguirá Trump presionando por un cambio en Venezuela o preferirá llegar a un acuerdo con Maduro?

La nueva prioridad de Trump: poder y negocios

A diferencia de su primer período, el presidente regresa con una visión en la que Estados Unidos ya no pretende ser el «policía del mundo». Su prioridad es asegurar estabilidad geopolítica -seguridad a través de la fuerza- y ventajas económicas -prosperidad, “made in USA”-, no imponer cambios de régimen.

En este nuevo panorama, Venezuela no es vista como una amenaza inminente a la seguridad, sino como una oportunidad estratégica. Estados Unidos ha alcanzado niveles récord de producción de petróleo y gas, consolidándose como el primer productor mundial. Ya no depende de Venezuela para su suministro energético, lo que reduce la urgencia de presionar a Maduro. En lugar de intentar sacarlo del poder, Trump podría buscar una relación funcional con él para asegurar otros intereses clave.

Esta lógica explica el acercamiento entre Washington y Caracas en los últimos meses. Desde la flexibilización de sanciones hasta la liberación de prisioneros estadounidenses, los gestos entre el usurpador y el presidente republicano sugieren que hay espacio para una relación distinta. Si bien la administración Biden tomó la iniciativa en este acercamiento, el equipo de Trump podría continuar con un enfoque aún más transaccional: lo importante no es con quién se negocia, sino qué se obtiene a cambio.

Maduro: el sobreviviente

Maduro ha demostrado tener un sentido de adaptación. Mientras mantiene su retórica antiimperialista, ha dado pasos que le permiten ganar tiempo y legitimidad ante Washington. La entrega de prisioneros estadounidenses y la reducción de envíos de petróleo a Cuba en enero pasado no son gestos menores. Son señales de que está dispuesto a ceder en ciertas áreas si eso le garantiza estabilidad y permanencia en el poder.

Hasta ahora, esta estrategia le ha funcionado. A pesar del rechazo masivo en las urnas el 28 de julio de 2024, donde más de 70% de los venezolanos votó por Edmundo González Urrutia, Maduro se atrincheró en Miraflores usando prácticas de terrorismo de Estado. Controla las fuerzas de seguridad y la economía informal que le permite seguir usurpando el poder.

Si Trump ve en él a una persona que puede garantizar estabilidad y evitar una crisis migratoria mayor hacia Estados Unidos, es probable que prefiera negociar en lugar de insistir en su salida.

El desafío de María Corina Machado

Las fuerzas democráticas enfrentan un dilema complejo. Ganaron con una amplia mayoría las elecciones de julio, pero aún no han convertido ese respaldo en poder real. González Urrutia y María Corina Machado han trabajado en consolidar el reconocimiento internacional del presidente electo, pero la coalición que sostiene al régimen sigue intacta.

En la Conferencia de Seguridad de Múnich, González Urrutia afirmó que 70-80% de las Fuerzas Armadas está con él. Sin embargo, el apoyo en silencio no es suficiente. En política, lo que importa no es solo la simpatía, sino la acción. Si los altos mandos militares no perciben que los costos de seguir con Maduro son mayores que los de permitir una transición, no habrá quiebre en el régimen.

Trump tampoco apuesta por opciones débiles. Si González Urrutia no logra proyectarse como una alternativa real de poder, podría quedar relegado a un papel simbólico. Después de todo, la estabilidad en Venezuela es más importante para Washington que la democracia y si Maduro puede garantizarla sin generar grandes disturbios populares, el mantenimiento del estatus quo podría ser la opción más conveniente para el presidente 47.

El tiempo corre

Cada movimiento en este tablero tiene consecuencias. Si González Urrutia y Machado no redefinen su estrategia y generan presión real sobre el régimen, corren el riesgo de quedar fuera de la ecuación. Por su parte, Maduro seguirá adaptándose, buscando asegurar que su permanencia sea vista como la opción menos riesgosa para todos los actores involucrados.

El desafío para el presidente electo y la líder de la oposición es demostrar que pueden gobernar, no solo ganar elecciones. Necesitan consolidar apoyos dentro del país, activar mecanismos de presión efectivos y convencer a los actores internacionales de que el cambio en Venezuela es viable y necesario.

Si no lo hacen pronto, la pregunta ya no será si Trump abandonó la lucha por la democracia en Venezuela, sino si alguna vez la consideró una prioridad en esta nueva etapa.

@antdelacruz_ / Director Ejecutivo de Inter América Trends