Habló con firmeza, “el caso de Tareck El Aissami, es una disputa entre los chavistas, no era un problema de dinero, es un asunto de poder, y el que traicionará a Nicolás Maduro es alguien de su confianza, todos quieren robar y eso se ha visto en 23 años de mandato. Luego de la caída, en seis meses Venezuela se recuperará”, decía un empresario zuliano renuente a emigrar.
¿Qué se extrae de esta coloquial conversación? Lo primero es que en el común de los venezolanos, esa “supuesta lucha contra la corrupción”, no es más que un teatro y que en el fondo un grupo robó y otro lo quitó para hacer lo mismo. El cabecilla (Tareck El Aissami), artífice del saqueo, no aparece. Lo que se evidencia es que en Venezuela, la nomenclatura no roba uno o dos millones de dólares, que en cualquier parte del mundo es mucho dinero, aquí saquean cientos y miles de millones de dólares, tal como lo demuestran los distintos escándalos mundiales.
Mientras, el pueblo domado, muere en las puertas de los hospitales y de hambre en cualquier parte de de Venezuela, la nomenclatura disfruta de las mieles del poder y lo ostenta, lo lamentable del asunto, es que todos lo saben y no hacen nada. Parece que “un espíritu zombi se apoderó del país” y los desmanes de la corrupción y la violación de los derechos humanos son normales.
Ya es difícil diferenciar a la “supuesta oposición alacránica” y el régimen. Parece que en los últimos meses, se aceleraron los intereses particulares porque gracias al incremento de la producción petrolera, por parte de Chevron, las ambiciones sacudieron “sus bajos instintos” y ahora, en este pueblo bochinchero, los distintos grupos están interesados en mantener la tradición petrolera de la Venezuela dadivosa, irresponsable y corrupta que dio origen a sus males.
Por eso la versión que indica que las sanciones instrumentadas por Estados Unidos de América (EUA) son las causantes de los males de Venezuela no resiste la mínima discusión, porque la ineptitud y la corrupción son evidentemente las causas de los problemas. La desinversión en todas las áreas de la actividad económica, unida a las expropiaciones y el derroche de recursos en ese afán por expandir una ideología comunista fracasada, no rindieron fruto alguno al país.
Lo enfermizo de este régimen que el analista, Antonio de la Cruz, define como una corporación mafiosa, es que su poder destructivo parece no tener límites, porque a pesar de tener todos sus resultados en contra parecen imbatibles. Su legado lo demuestra, y sobre esa reflexión el exrector de la Universidad del Zulia de Venezuela, Neuro Villalobos en reciente artículo ( 19-05-2023) dice que el país durante más de dos décadas ha estado sometido al “efecto Dunning-Kruger”. “Este fenómeno psicológico descrito por estos científicos de la Universidad de Cornell, expresa que las personas con escaso conocimiento tienden sistemáticamente a pensar que saben mucho más de lo que realmente saben y a considerarse más inteligentes que otras personas más preparadas y capacitadas”.
Villalobos al buscar explicaciones sobre la ineptitud y mediocridad del régimen, señala que este efecto se basa en dos principios: “1.- Los individuos incompetentes tienden a sobrestimar sus propias habilidades. 2.- Los individuos incompetentes son incapaces de reconocer las verdaderas habilidades y conocimientos en los demás… El estudio concluye que no solo llegan a conclusiones erróneas y toman decisiones desafortunadas sino que su incompetencia les impide darse cuenta de ello. Por tanto, como dice H. L. Mencken, nos hemos caracterizado por ser una sociedad que busca para cada problema complejo una solución sencilla. . . . Y equivocada”.
Con este fundamento expuesto por Mencken se explica la segunda deducción de la apreciación inicial del empresario zuliano. A falta de capacidad para encontrar salidas viables que permitan superar los problemas que afectan a Venezuela, algunos sectores responden con soluciones tradicionales que repiten sus orígenes. Eso se percibe en la institucionalidad de la sociedad, empresarios, organizaciones políticas, universidades, militares, etc.
Las alternativas políticas se manejan en el escenario de la cohabitación planteada en 2022 por el secretario de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro. Cuando el funcionario expuso esa tesis, unos sectores lo vieron como la abdicación de la propuesta de “sacar del poder” a la mafia chavista, pero otros, utilizando herramientas tradicionales de hacer política,vendieron sus valores y principios, manteniendo el daño causado al país.
Ningún pueblo es democrático, la opción democrática es solamente eso: una opción, escribió Fernando Mieres (El poder de las tradiciones 22-05-2023), por eso la cohabitación con el chavismo implica otorgar impunidad de los corruptos y genocidas y compartir el poder, aún en contra de sus preceptos. Producto de las negociaciones, la oposición entró en conflictos internos, se observa que el G-3 (Acción Democrática, Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo) no titubeó (con la venia de EUA) cuando liquidó la representatividad interina de Juan Guaidó, dando paso a la devolución de los recursos y el oro que estaba en resguardo de EUA y Gran Bretaña, y -a su vez- fortalece así, la propaganda oficial que proyecta una víctoria que puede garantizarle la reelección a Nicolás Maduro, en 2024.
En un país tradicionalmente petrolero, acostumbrado a la dádiva oficial, el régimen con dinero en los bolsillos (Chevron le está generando ingresos) va a comenzar a dar migajas a una población hambrienta que solo espera la información de cuándo se pagan los míseros bonos, pensiones y sueldos, que han convertido a Venezuela en uno de los países con mayor miseria del continente.
Y es que la tísica recuperación aplaudida por el régimen, analistas, empresarios, alacranes políticos e incluso organismos internacionales, no duró mucho. Claro que no podía sostenerse mucho tiempo, porque un país no puede crecer sin producir nada, sin tener grandes inversiones y con una imagen de mala paga: No cumple los compromisos externos de Petróleos de Venezuela calculados en 50 mil millones de dólares y tampoco los del Estado que ascienden a 175 mil millones de dólares .
Cuentan algunas fuentes periodísticas que en la localidad de La Concepción en el estado occidental del Zulia, la iglesia Santa Mónica, las fincas y los comercios pagan extorsión a la guerrilla colombiana del Ejército de Liberación Nacional. Igual denuncian los ganaderos del Táchira, Apure y Barinas; las autoridades del régimen lo saben y -obviamente- no hacen nada. Es un problema, entre tantos, que amerita de una respuesta difícil de resolver por el grado de complicidad existente entre Nicolás Maduro y los grupos insurgentes, en materia de minería ilegal, narcotráfico y extorsión.
El anterior caso, se da en medio de un dramático escenario que demanda respuestas nada fáciles, más con gente que no pierde la esperanza de volver al pasado y una perezosa dirigencia que no ve el país postpetrolero y las implicaciones que un cambio ( en caso de una derrota electoral del régimen), demanda para rescatar el Estado de derecho, la institucionalidad que garantice el equilibrio de los poderes, la deteriorada infraestructura de los servicios públicos, la salud pública y la educación.
La paralización de Venezuela y el control del poder del chavismo durante 24 años no es fortuito, es una respuesta de un modelo tradicional institucionalizado que justificó su elección y su autoritarismo. Preocupante quietud en un país cuya riqueza social no fue producto del trabajo y la creatividad de su gente. Eso facilitó el manejo total de todos los tentáculos que la controlaban y la explotación de sus problemas sociales subyacentes.
Mieres concluye: “La clausura del pasado, llamada de modo clínico amnesia, destruye al presente y conduce a la locura, sea esta individual o colectiva. Así nos explicamos por qué los movimientos que han pretendido hacer de nuevo a la historia, destruyendo a los fundamentos del pasado, han llevado a grandes catástrofes”. Acaso esta reflexión no explica lo ocurrido en Venezuela y permite deducir que las soluciones mágicas no existen y el camino por transitar es largo y tortuoso, es la última respuesta a la apreciación del anecdótico empresario del inicio del artículo. No son seis meses.
@hdelgado10