Hugo Delgado: El populismo es la democracia de los pobres

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El populismo es la democracia de los pobres, dice Fernando Savater (La Nación 25-02-2023). Esa conclusión emana de las experiencias vividas en Latinoamérica, tanto en gobiernos de izquierda como de derecha. Sin embargo, el pensador español hace énfasis, en un reciente análisis, sobre las gestiones de la engañosa eficiencia de los mandatarios socialistas y la conclusión no es nada halagadora.

Luego de una supuesta pacificación, la estrategia socialista se enfiló hacia la destrucción de las instituciones democráticas (no saben hacer otra cosa porque la concepción marxista de la lucha de clases se lo impone) e instrumentar un modelo subjetivo de relativismo que está causando daños  a los países, provocando como lo señala el editor para América Latina de The Financial Times, Michael Stot:  “La pérdida de oportunidades de la región”.

En esa triste estadística, Venezuela lidera el ranking de fracaso populista y desperdicio de grandes oportunidades. Víctima de su propia cultura rentista petrolera, el país navega en un mar tormentoso, sin dolientes, con hijos incapaces de pensarla en la fase postpetrolera que se avecina y parece no importar porque la rapiña de los petrodólares y la obsesión por el poder son prioridades, mientras su  aparato institucional y, en especial,  su educación que le da sentido a la democracia (Savater 2023), está totalmente destruía y corroída por la debilidad de su ética y sus valores.

Esa descomposición estrepitosa, acentuada en las últimas dos décadas, ha dispersado a 7.5 millones de venezolanos por el mundo. Destrucción de familias y fuga de capital humano, afectan al país, sin que sus gobernantes chavistas, opositores y los organismos internacionales tomen cartas sobre el asunto. De este fenómeno se extraen lecciones interesantes, antes naciones como Panamá o la misma Estados Unidos recibían a los connacionales con cordialidad porque los viajeros eran grandes consumidores, hoy la realidad es otra, está suplantada por el desprecio y la xenofobia.

Decía Marcos Arcay, un periodista venezolano que emigró a Chile, que hace un par de semanas sintió impotencia ante la humillación de la que fue víctima por parte de un chileno. Se les olvidó que hace cinco décadas, Venezuela los recibió con los brazos abiertos, les permitió dar clases en sus universidades y ganar excelentes sueldos, sin desprecio alguno. Así ocurrió con millones de colombianos que huyeron de la violencia y el narcotráfico, de europeos que escaparon de los horrores y el hambre de la postguerra, libaneses y sirios que evadieron sus violencias internas.

Venezuela, escribió Domingo Alberto Rangel,un enconado crítico de los gobiernos de Acción Democrática y Copei, en su obra “Venezuela entres siglos” reconoció – antes de su muerte – que el país era receptor y rara vez su gente se iba a vivir a otro lado. Era una sociedad con gran movilidad y que su sistema formativo la había facilitado; una respuesta concreta que demostró que “es la educación la que le da sentido a la democracia” (Savater 2023).

Pero ese mismo “vivir en democracia” creó las bases de su destrucción, porque el golpista, Hugo Chávez, surgió en ese contexto, favorecido por ese espíritu de diálogo y consenso, del cual se aprovechó para establecer su sistema y entregar el destino del país a un proyecto supranacional destructivo, que le impidió a Venezuela aprovechar las grandes oportunidades que le dio la cultura petrolera, ya herida de muerte por la corrupción y la pérdida de valores y de su identidad nacional.

Este último fenómeno  no debe verse como algo que no se vía venir. Pablo Bassim (+), un diplomático y periodista de origen libanés, advertía desde la década de los 80, sobre el peligro que representaba Cuba para Venezuela, la corrupción en las fuerzas armadas y la  dirigencia política y empresarial, y la pérdida de los valores como país. El tiempo le dio la razón, todo se dio.

Millones de venezolanos deambulan por las calles del mundo, unos demostrando sus talentos o capacidades de trabajo, otros superando sus malas experiencias, otros replicando sus conductas delictivas (desde hampones comunes,  hasta ladrones de cuello blanco que ahora son tratados como grandes señores). Un panorama complejo que parece no tener fin, expresado en cientos de familias, con sus niños incluso, que transitan la peligrosa selva del  Darién y la corrupta México, tratando de buscar el “sueño dorado norteamericano”.

No se puede ver superficialmente la llegada de Chávez al poder, o la de Donald Trump a la Casa Blanca,  o la irrupción extremista de los movimientos gay o racistas, o la generalización de las “fakes news” por las redes sociales que están minando las bases de la cultura occidental. Si bien, la democracia abrió su abanico para incluir y dar participación a la mayor cantidad de diversos intereses, también es cierto que el momento de la “reglamentación llegará”, tal como ocurrió con la revolución industrial y el legado que dejó la “revolución francesa” en materia de derechos del hombre, institucionalidad, separación de poderes y educación pública, que influyeron en todo el mundo.

La destrucción de la institucionalidad democrática en Venezuela es un hecho que demanda de una reacción que responda a su replanteamiento como nación. Quienes huyeron salieron por razones fundamentadas, su crisis interna (económica, política y social) y la falta de garantías para vivir en el país, sesgaron la esperanza, los sueños futuros de sus jóvenes, principalmente.

Y tampoco, como está ocurriendo, nadie, incluyendo la élite “mayamera” que se adueño de la crítica, de la idea de oposición y del derecho de vivir en Estados Unidos de América (EUA), tiene que descalificar a quienes, soñando con un mejor futuro, cruzan Centroamérica para alcanzar “el sueño americano”.

Esa élite beneficiada por las bondades del gobierno y la sociedad norteamericana, también es corresponsable de la crisis. Muchos cumplieron funciones públicas y privadas, fueron corruptos y violaron códigos de ética (varios famosos comunicadores sociales – por ejemplo-  fueron “palangristas” y cómplices de muchos hechos); pero – lamentablemente – como Venezuela es un  país de memoria corta, eso se olvidó. Por eso poco importa lo ocurrido con  los indignos venezolanos que murieron en el refugio de Ciudad Juárez (México) y los asesinados en Brownsville (Texas).

Esos fablistanes ahora asumieron el rol de jueces y fiscales, descalifican a los marginados sociales, los consideran impuros, un mal ejemplo, que dañan su digna imagen de “venezolanos puros”, ante la sociedad norteamericana, desconociendo que aquellos que saquearon el país, antes y después de 1999, son los causantes de sus desgracias, porque un corrupto genera más daño que un ladronzuelo, pues castra el futuro de toda la sociedad, tal como ocurrió.

¿Por qué  están  huyendo más venezolanos hacia EUA ? Un informe del NY Times (11-05-2023) indica que “el impacto de la pandemia y la crisis económica sumieron a la región en la miseria, el hambre y la desesperación”. Pero, en el caso particular de Venezuela, desde 2015 la situación empeoró como reflejo de la corrupción y la ineficiencia del régimen chavista. Poco antes hubo una fuga de miles de millones de dólares hacia cuentas particulares de políticos, empresarios y banqueros, que llevaron a la quiebra al  país. No son las sanciones y tampoco el imperialismo, la responsabilidad es de quienes asaltaron al Estado venezolano y lo quebraron.

Dos jóvenes de Maracaibo de escasos 20 años, huyeron hacia EUA, cruzaron el Río Bravo por Piedras Negras (México). Eran “ladrones de carro”. Al llegar se dedicaron a trabajar y enviar dinero a sus familiares,. Todos los días se levantan, atienden a sus pequeños hijos y con sus esposas van a laborar. Atrás dejaron su “mañas”, ahora se dedican a su familia y “a echar palante”. Es cuestión de oportunidades y de soñar con el futuro. Algo que en Venezuela se esfumó. Ese es el verdadero daño espiritual del chavismo y su populismo explotador de las necesidades de las mayorías.  

@hdelgado10