“Cuándo me amé de verdad, dejé de desear que mi vida fuera diferente y comencé a ver todo lo que acontece y que contribuye a mi crecimiento. Hoy eso se llama …MADUREZ.” Charles Chaplin.
El régimen continúa con sus nuevos espectáculos queriendo aparecer como los adalides de la lucha contra la corrupción en Venezuela y aspirando ser un ejemplo revolucionario para el mundo, así los tengan que vestir con bragas anaranjadas confeccionadas a las medidas de los supuestos responsables, incluyendo la de Tareck Al Aissami aunque no aparezca en los escenarios diseñados para tales fines. Tareck, obviamente maneja mucha información lo cual no conviene a los adversarios dentro de su misma tolda, así que el ajuste de cuentas entre el bandidaje va a llevar su tiempo de “negociación”.
Las revoluciones por esencia no son democráticas. La caricatura de la que supuestamente tenemos, mucho menos. El Estado de Derecho reinante, calificado casi siempre de burgués y al servicio de cualquier otra cosa, tiende a ser reemplazado por el derecho del Estado a decidir sobre el conjunto de relaciones sociales y el comportamiento de los individuos en función de un interés colectivo que se abrogan las camarillas que se adueñan del poder, hoy manifiestamente expresada como lo que son, asociación de la delincuencia organizada.
La revolución se convierte, por imposición, en un fetiche que debe ser venerado como un ídolo, para disfrazar el despreciable culto a la personalidad de quienes se creen con derecho a destruirlo todo para construir una nueva sociedad utópica y un hombre nuevo, cuyos valores se centran en la veneración excesiva y supersticiosa de una persona o de una cosa llamada el socialismo del siglo XXI. Este no es más que el intento demencial de aplicar a nuestra sociedad del presente las categorías usadas por el Marxismo del siglo XIX que no propuso otra cosa que la eliminación de la propiedad privada, la dictadura del proletariado, y la utilización del Estado como un instrumento de transición hacia una sociedad comunista comparable por los fetichistas del “socioabismo”, con el paraíso terrenal.
Decía Walter Montenegro que “mientras la vejez física acusa síntomas indudables -canas, temblores y arrugas- la vejez política es cosa que no advierten quienes la padecen.” El mundo ha experimentado cambios y transformaciones increíbles que nos obligan a aprender, desaprender y reaprender nuevamente. Si en algo existe coincidencia es en el diagnóstico y evaluación de una sociedad enferma como la nuestra, cuyos síntomas esenciales son la pérdida de valores, la quiebra de las instituciones y el pragmatismo y perversión en el uso del poder, por mencionar tres de los elementos más graves. La gente viene exigiendo un cambio, que sin precisar su carácter ideológico, le ayude a superar su estado de pobreza material y espiritual.
Las acciones revolucionarias requieren no un líder carismático, porque el carisma, como dice Peter Drucker, es en realidad la perdición de los líderes ya que los convence de su infalibilidad y los vuelve inflexibles. Lo que se necesita es un liderazgo transformador que convierta a sus seguidores en líderes y a los líderes los convierta en agentes de cambio que logren romper con el ciclo de amargura-ilusión-desilusión.
Para poder avanzar en la construcción de una sociedad moderna, tenemos que hacerlo como lo manifestó Chaplin en ese poema cargado de valores:” cuándo me amé de verdad comencé a percibir como es ofensivo tratar de forzar alguna situación, o persona, solo para realizar aquello que deseo, aún sabiendo que no es el momento o la persona (tal vez yo mismo) no está preparada. Hoy se que el nombre de eso es. . . RESPETO.”
Neuro J. Villalobos Rincón
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