Hugo Delgado: Odisea en Centroamérica

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“Dos veces estuve a punto de morir ahogado, vi morir niños en los caudalosos ríos, vi cadáveres a las orillas de las trochas, vi personas picadas por culebras venenosas, vi tigrillos que acechaban a los caminantes”, es parte de la narración de un intrépido maracaibero, Juan González, que se atrevió a cruzar la peligrosa selva del Tapón del Darién panameño.

La travesía del grupo de cinco maracaiberos, comenzó en la ruta Maracaibo-Maicao-Necoclí en el Urabá antioqueño de Colombia, una paradisíaca playa bañada por las aguas del mar Caribe, en donde más de 100 mil venezolanos se concentraron antes de la drástica medida del gobierno de Estados Unidos de América (EUA) de impedir su ingreso por la frontera con México.

En Necoclí los grupos de traficantes  (guerrilla y bandas delictivas) ofrecen varios paquetes, explicó González, particularmente pagué uno de US $350 que incluía alojamiento, comida y traslado hasta Acandí, una pequeña población costera ubicada en el Chocó  colombiano en los límites con el Tapón del Darién y Panamá, una inhóspita selva de 575 mil hectáreas de densa vegetación, caudalosos ríos, diversidad de fauna incluyendo las mortíferas serpientes venenosas, tigrillos y caimanes que acechan a los inmigrantes.

Es una aventura nada fácil de contar, dice el ahora refugiado que ya inició su petición de asilo en EUA.  “Estuve a punto de morir ahogado en dos oportunidades, en la primera un remolino generado por una cascada me golpeo contra las rocas e intentó llevarme al fondo, me salvaron los compañeros que me lanzaron unas varas, me agarré como pude y me salvé. En la segunda, tuve que nadar unos 100 metros, agarrado de una endeble cuerda la cual cedió cuando un haitiano que no sabía nadar se agarró de mi morral y nos estábamos hundiendo los dos, los compañeros que estaban en la orilla nos auxiliaron y logre llegar a la orilla y ayudar a la otra persona.

Lo anterior ocurrió en el primer día de caminata hacia la frontera con Panamá, luego de partir de Acandí. Al llegar al piedemonte de las montañas que dividen ambas fronteras, hay dos vías, una cuyo cobro por ingresar es de US$ 60, se le paga a uno de los grupos que operan en la zona y por la que se tarda entre 6 y 9 días, es muy peligrosa y el cruce de montañas es complicado, además ocurren robos, asesinatos, violaciones y secuestros de mujeres bonitas.

La otra alternativa era mi paquete, se lo pagamos a la guerrilla que operan en la zona. Mientras describe la forma como se visten y operan, explica que ellos anotan a las personas en una lista y las identifican con un brazalete de cierto color, Luego de armar grupos de 200 personas y definir los guías que nos conducirán, se inicia la marcha, que en nuestro caso duró 2 días y medio.

Hay una tercera opción de $600 dólares que comprende el traslado de niños, equipaje, minusválidos, personas de la tercera edad o con cualquier limitación. En mi caso, mi paquete incluía traslados en canoas en cruces de ríos o carrozas tiradas por caballo. Ese primer día, la marcha comenzó a las 6 de la mañana y llegamos a un campamento a las 2 de la tarde. El relieve fue generalmente plano.

El segundo día, salimos 500 personas del campamento, la jornada fue más difícil, comenzó a las 6 de la mañana, las lluvias de la zona habían complicado los caminos utilizados para trepar las montañas rumbo a Panamá. En dos de sus tramos casi pierdo la vida ahogado, “Dios me dio una segunda oportunidad”, dice González. Al bajar las escarpadas serranías se llega a Panamá.

En la tarde acampamos nuevamente, nos lavamos en un río casi seco porque el barro nos tapaba desde la cabeza hasta los pies. Descansamos y en la mañana del día siguiente, ya en lado de Panamá, nos dirigimos a Bajo Chiquito.  Para llegar a esa localidad hay que pagar $20 a los indígenas (andan armados) de la zona para que te den un cupo. En cada unidad trasladan 20 personas. Previamente elaboran un listado y por orden de llegada los embarcan. En el sitio hay aproximadamente entre 20 y 30 embarcaciones.

Al llegar a Bajo Chiquito que está en la ribera del río Tuquesa, nos presentamos a la fuerza pública de Panamá. Nos registramos y nos revisan. De ahí salimos a las 5 de la mañana en una unidad por la que pagamos $25 por el servicio y nos conduce hasta el campamento de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), instancia que nos asignó un código, personal voluntario nos atiende, dan atención médica, medicamentos, ropas limpias, nos anotan en una lista para tomar un bus –al día siguiente- que nos conduce hasta Ciudad de Panamá.

En Panamá compramos un chip para el teléfono y coordinar el giro de dinero de nuestros familiares. Luego compramos un pasaje de $40 para dirigirnos hacia el Paso Canoas, en la frontera con Costa Rica. En este país estuvimos dos días, tampoco hubo inconvenientes con sus autoridades de inmigración. Ahí contactamos a unos “coyotes” y por $ 360 por persona (los cinco que habíamos salido de Maracaibo nos manteníamos unidos) nos llevaron a la frontera con Nicaragua. Los ticos son muy organizados y educados, comenta González.

El taxista nos puso en contacto con “los coyotes” en Nicaragua. Ingresamos por Peñas Blancas, luego nos conducen hasta una zona minera donde permanecemos un día, mientras programan el paso hacia Honduras, evitando el control migratorio, en una camioneta en la que “montaban” 12 personas en el cajón. A las 12 de la noche salimos con rumbo a Managua, cruzamos el peaje más complicado, Pájaro Negro, llegamos a la terminal a las 4 AM, y desde ahí salimos a la 9 AM, pagamos $15 por pasaje, para que nos llevaran a la frontera con Honduras, estuvimos ahí a las 10 AM del otro día.

En Honduras un salvo conducto cuesta $150, pero a nosotros no nos molestaron. En este país estuvimos dos días. El recorrido hacia Guatemala no fue complicado, pero al llegar a este país “todos nos querían cobrar más caro, por ejemplo, un pasaje que costaba 200 quetzales querían quitarnos 1000. Aquí permanecimos un día. Después tomamos un bus, tuvimos que evitar el control de inmigración, sin embargo, en dos retenes nos quitaron a cada uno $400.

Al llegar a la frontera con México, los coyotes nos hicieron esperar para cruzar hacia Tapachula, atravesando el río Suchiate. Utilizaron neumáticos de camión con madera para que cruzáramos. Nos cobraron $200 por persona para pasarnos y llevarnos hasta el terminal de Tapachula (Chiapas). Luego nos dirigimos hacia San Pedro de Tapanetepec (Oxaca) en donde nos expidieron un permiso de permanencia por un año. En esa travesía tuvimos que pasar por 11 localidades, en unas nos quitaban dinero. “Los mexicanos son muy corruptos”, dijo González.

En México permanecimos 3 meses y medio. Deambulamos por varias ciudades: Ciudad de México, Ciudad Juárez, Monterrey, Chihuahua, Coahuila, Querétaro y Veracruz. Intentamos ingresar a EUA por Browsville (Texas) con el apoyo de una fundación, pero después de 20 días de espera no pudimos.

La movilización era difícil porque entre la corrupción y las restricciones de los permisos de movilización por el territorio mexicano, nos impedían comprar boletos en avión o autobús. Decidimos –entonces- trasladarnos como “polizontes” en tren. El 31 de diciembre de 2022, la pasé en los rieles del ferrocarril, con frío, pensando en mi esposa y mis hijos, fue muy triste ese momento.

Por fin llegamos a Ciudad Juárez. Durante varios días analizamos la situación en el muro fronterizo y sus puertas. La zona es controlada por los carteles, que exigen por pasar a una persona $3000 dólares. Un día nos instalamos en una de esos pasos, durante un día estuvimos escondidos entre los arbustos, para evitar el patrullaje de inmigración México. Del otro lado, al pasar la autopista, estaba la “Border Patrol”; ese día nos decidimos a pasar hacia El Paso y lo logramos luego de 4 meses de travesía.

En El Paso recibí apoyo de varias fundaciones y logré pasar uno de los “check point” y me dirigí a Denver. Luego de superar ese obstáculo la ley de EUA me permite moverme para cualquier punto de la nación, ahora estoy solicitando mi asilo. Luego de cuatro meses de odisea estoy durmiendo y comiendo tranquilo, pensando en mi familia y lo que voy hacer.

La historia de Juan González (nombre ficticio de esta historia verdadera) materializa lo expresado por un periodista The San Diego Tribune (19 octubre de 2022): La esperanza es más fuerte que el miedo.

Datos del Servicio Nacional de Migración y el Servicio Nacional de Fronteras de Panamá, indican que las estadísticas de enero 2023 muestran que pasaron: haitianos (6.459), ecuatorianos (3.031) y brasileños (562). Igualmente se logró el retorno a Venezuela de más de 6.000 migrantes.

En 2022, el paso por el Tapón del Darién creció 85,6%, la cifra cerró en 284.284, de quienes 150.327 eran de nacionalidad venezolana, le siguieron Ecuador (29.356) y Haití (22.435). Según datos del Gobierno panameño para 2023, ya han transitado en un mes y un poco más, 31.610 migrantes; comparativamente entre enero y mayo de 2022 la cifra había ascendido a 33.819.  Esto incluye asiáticos, de Europa oriental, africanos y latinoamericanos.

El éxodo hacia el sueño americano no para y los Juan González seguirán venciendo el miedo para tener derecho a la esperanza.

@hdelgado10