Emiro Albornoz: «Y eso lo sabe cualquiera:

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La miseria y el hambre se pavonean. «cuando el pan se pone amargo, o ha llorado el panadero o el que come está llorando».                      

Traigo estos versos del gran poeta popular de Venezuela, Andrés Eloy Blanco, de su «Palabreo de Sara Catá»  porque lo sucedido durante la recién pasada semana con la escalada indetenible de la hiperinflacion, clama ante los ojos de Dios. El fantasma del hambre se ha entronizado más y más por los cuatro costados del país.     

A más de tres cuartas partes de la población,  unos 21 millones de venezolanos, se les ha puesto el pan amargo, pasan el hambre hereje, no tienen con qué comprar ni para un desayuno, mucho menos  una medicina ni para comprar una muda de ropa, unos zapatos, ni siquiera para estrenar en estas navidades como lo hacíamos los venezolanos en tiempos no muy lejano cuando éramos felices y no quisimos entender y acudimos engolosinados al llamamiento de un golpista degenerado y desequilibrado que inicio el proyecto de destrucción que a lo largo de 23 años ha acabado con uno de los países que habían avanzado no sólo en el continente sino en el mundo.                       

El hambre se pavonea, se tongolea, pelando los dientes, por los cuatro rincones de la patria Venezolana.       

No se trata de ganas de joder y echarle vainas al régimen.  No. Lo dicen claramente los estudios que realiza la Organización de las Naciones  Unidas sobre el hambre en el mundo en los cuales, vaya trágica paradoja, un país rico en petróleo,  ubicado en la parte más septentrional de la América del Sur, cuyo  nombre es Venezuela,  compite en pobreza y hambre con Haití y las naciones más pobres del tercer mundo.        

Pero es que aquí hay un meticuloso estudio que realiza la prestigiosa Universidad Privada «Andres Bello» como es la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida ( Encovi) según la cual el 94,5% de la población  se encuentra en algún nivel de pobreza. El más notorio es la pobreza extrema, en el que se encuentra 76,6% de la población de Venezuela.

No hace falta ser un experto en la materia económica para conocer estas realidades. Cómo  puede hacer un padre de familia que gana un salario minimo de 130 bolivares mensuales,  que es el establecido por el régimen desde el mes de marzo del presente año, para satisfacer las demandas de alimentación,  salud, vestidos. Como hace un pensionado para comprar un antihipertensivo como el Olmesartan, que hasta el pasado jueves costaba 168 bolivares, o sea 38 más que el monto de la triste pensión que recibe mensualmente.  Revisando la letra de una vieja gaita de lis años sesenta: «Miseria» cuya autoria es de Andrés Vargas e interpretada por un conjunto que tenía un nombre muy peculiar: Los Rudos. Eran tiempos cuando las gaitas protesta  eran una moda y costumbre de los conjuntos gaiteros zulianos, y los gobiernos democráticos no las prohibían.                    

Veamos uno de sus versos: «La ciudad se tambalea entre el caos y la ruina,  la miseria en cada esquina con los niños juguetea».                       

Esa es la realidad de la Venezuela revolucionaria.  El país se tambalea,  casi toda Venezuela muere de hambre, y la miseria en cada esquina con los niños y con todo el pueblo juguetea. Y Maduro,  cayéndonos a mentiras asegurando que estamos recuperandonos y creciendo. Solo tiene razón en que está creciendo,  pero la miseria y el hambre.    

Lo peor de todo esto es que estamos adormecidos y la gente no sale a protestar por esta tragedia. El régimen pareciera habernos inyectado una buena dosis de «Tranquilex». 

   Emiro Antonio Albornoz/ Periodista.

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