Formo parte del grupo de venezolanos estúpidos que en su tiempo adversamos al otrora líder político Carlos Andrés Pérez, pero en mi caso yo estaba en la primera fila de la idiotez por no apreciar el estratégico plan de gobierno de su segundo mandato, que sin duda, nos hubiese catapultado a los mejores sitiales económicos y sociales de la región.
Incluso, hasta la posibilidad de haber sido el primer país latinoamericano en ingresar a la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico OCDE, conformada por un grupo interesante de países cuyo propósito es la promoción de políticas económicas y sociales para mejorar el bienestar de la población. Allí los gobiernos comparten experiencias y soluciones a los problemas económicos, sociales y medioambientales que padecen, en términos de identificar las causas que los explican, se analizan las situaciones, se predicen tendencias y se establecen estándares de operación internacionales.
En la vida no tiene sentido el preocuparse por “lo que hubiera sido si tal cosa….” Porque lo que fue, fue, y no se puede cambiar. Pero vale pecar en ese sentido, al imaginarnos si Venezuela hubiese experimentado los cambios estructurales y la forma de asumir la economía en función del plan estratégico del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. El haber disminuido el tamaño del estado en función de los medios de producción, el fortalecimiento de la inversión privada con una propiedad blindada y una reconfiguración de la economía hacia una de libre mercado. Todo un esquema del cual la mayoría de los venezolanos nos pareció una locura, sobre todo los que formamos parte de la ciencia económica, que adversamos a ultranza los postulados de la llamada “Escuela de Chicago”, y si, verdaderamente estudiamos las propuestas de Milton Friedman, fundador de la teoría monetarista, pero con la intención de criticarlas, no entendimos en ese momento, que las fuerzas del libre mercado son las que deben regir la economía a los efectos de un crecimiento sostenido con una inflación estable, que las intervenciones del estado, y sobre todo, las de carácter socialista, desvirtúan la naturaleza y razón de ser del hecho económico que indudablemente conducen a la pobreza integral.
Voy a seguir pecando, al imaginarme si la inmensa riqueza que recibió el país en los primeros quince años del presente siglo, se hubiese conseguido con un aparato productivo y una estructura estatal evolucionada, de acuerdo con el mencionado plan de gobierno de CAP, con una democracia solida y un nivel de conciencia colectivo sustentado en paradigmas de trabajo y emprendimientos como base de la riqueza y la evolución social. En lugar de ello, la riqueza la recibió, un Estado supra rector de la vida nacional, con un gobierno impregnado de un anti liderazgo de magnitudes asombrosas.
Lo que se conoce como nivel de conciencia, es una cualidad del ser humano que le permite valorar las cosas en su justa dimensión, y asignarle valor a lo que es valioso, y no valorar positivamente lo que no tiene valor. En este orden de ideas, la mayoría de los venezolanos, incluyéndome, no supimos valorar la democracia que tuvimos, esa democracia de la llamada cuarta República que en su último Gobierno bajo la responsabilidad del Dr. Rafael Caldera entrego al gobierno entrante en 1.999, una industria petrolera robusta, con ramificaciones internacionales para garantizar la comercialización de sus productos, con una producción diaria de petróleo de tres millones y medio de barriles, unas reservas internacionales por el orden de los dieciséis mil millones de dólares, a pesar que en esos años del gobierno de Caldera se manejaron precios del barril de petrolero muy bajos de hasta nueve dólares, y una deuda externa que se ubico al cierre de 1.998 en algo más de veinte y ocho mil millones de dólares. Lo demás sigue siendo historia, después de dos décadas, la industria petrolera venezolana es irrisoria, con una producción disminuyendo sistemáticamente hasta llegar al medio millón de barriles diarios, unas reservas internacionales alrededor de los diez mil millones de dólares y una deuda externa de que supera los ciento ochenta mil millones de dólares. Todo ello en el marco de haber recibido el país una inmensa e insospechada riqueza por concepto de la coyuntura del negocio petrolero a principios de siglo.
Lo antes expuesto nos debería llevar a la reflexión en función de los acontecimientos políticos que están a la vuelta de la esquina, nadie puede dudar en acudir a votar por el abanderado en el proceso primario, sea electoral o por consenso, tenemos que estar claros que a lo mejor muchos de los candidatos no sean de nuestro agrado, por cualquier razón, porque creamos sean más de los mismo, porque no representan los cambios que se requieren o sencillamente porque alguno nos resulte “malasangroso”. Pues bien, les digo con toda responsabilidad, que estamos equivocados nuevamente, que un próximo gobierno representado por cualquiera de los actuales precandidatos, mínimo garantizan el inicio del cambio, recordemos que las elecciones del 2024 o 2023 no son las ultimas, que posiblemente, en cinco y no en seis años, se realizaran nuevas elecciones y habrán otros actores que representen lo que realmente requiere el país, no solo para emerger, sino para trascender.
Alberto Barboza
Coach Gerencial en liderazgo, planificación y productividad
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