“¿Qué ha de hacer en lo adelante el mundo bajo el cielo? Pues, suponiendo que siguiera existiendo materialmente ¿sería una existencia digna de ese nombre y del diccionario histórico? No digo que el mundo quedará reducido a los artificios y al desorden bufón de las repúblicas de América del Sur…”. Esto lo escribió Charles Baudelaire (1821-1867) a mediados del siglo XIX, desde la distancia. Y aún hoy en pleno siglo XXI América Latina o Hispanoamérica mantiene ese “desorden bufón”. La idea del progreso histórico podrá ser científico y tecnológico aunque políticamente la sociología de la desigualdad nunca ha ido a la par de la primera. De hecho, es la pobreza, el caldo de cultivo principal en la Historia.
La Independencia como Edad de Oro terminó siendo un mito fundacional libertario encubridor de las viejas y nuevas esclavitudes. El pobre en la Colonia lo siguió siendo en la República. Y ya sabemos que la pobreza es la más grande capa de invisibilidad para quienes la padecen. La clase mantuana fue sustituida por la elite de los libertadores y el reacomodo de las nuevas oligarquías conservadoras y liberales. En ese escenario de furia tropical tuvimos nuestras marchas fúnebres de dictadores, revoluciones, golpes de estado y guerras civiles.
Y cuando pasó la tormenta, en algunos países se pensó en un ideal positivista civilizador. Argentina y Venezuela fueron dos ejemplos de sosiego. La violencia fue aplacada y una idea optimista se instaló a expensas de una riqueza súbita e inesperada. El peronismo hizo trizas esos sueños en el Sur mientras que el chavismo venezolano pulverizó el oasis caribeño. La Historia si algo enseña es que no enseña nada. O si algo enseña es que los errores se repiten.
El caso venezolano, que es el que nos atañe, es particularmente doloroso porque ha implicado una regresión histórica insospechada. Creíamos que en la genética del venezolano el código libertario y democrático habían superado las rémoras del autoritarismo asociado a la Monarquía, Caudillos, Dictadores y Militares. Y lo que hemos presenciado en estos últimos veinte años es un descenso a los infiernos y la deconstrucción de una sociedad que mantuvo un pacto social imperfecto aunque con logros palpables. Entre ellos destaca la formación de una clase media profesional hoy en vías de extinción.
Quizás fuimos muy optimistas porque la riqueza petrolera nos hizo sentir en sintonía con el providencialismo patriótico derivado de las hazañas militares de los Libertadores. Nos ufanamos de una gracia no trabajada ni sufrida. Había una fiesta nacional permanente para todos. Y una Historia sobrevalorada y manipulada hecha a la medida de nuestras ilusiones. El ritual electoral terminó banalizado y sirvió como Caballo de Troya a la actual hegemonía.
Bribones sin temor a rendir cuentas a la Justicia porqué ellos mismos son la Justicia. La retórica bolivariana falsamente popular como instrumento ideológico del poder para controlar todo el poder. Hoy un joven que juega a ser soldado (curso de formación pre-militar) en la maltrecha escuela no entiende el divorcio de la grandeza heroica de los Padres Libertadores y las ruinas del presente. Lo civil: menospreciado. Y todo lo que ello representa como modernidad y sus mínimos códigos de convivencia social y progreso.
El pasado real, el histórico: es ignorado. “Para los hombres que durante un siglo se sucedieron en la dirección intelectual y política de Venezuela, jamás el pasado tuvo significación alguna”, sentenció Laureano Vallenilla Lanz. Esto nos ha llevado a preferir la disgregación y el caos. Muchas constituciones son resultado de muchas improvisaciones.
Y hoy en pleno siglo XXI vivimos en una Venezuela maltrecha y herida una y mil veces. Ningún escándalo de corrupción política o atentado contra sus ciudadanos de parte de sus intrigantes perturba el complot. Una gran Matrix del horror viven los venezolanos con la diferencia de que es real. Alonso Moleiro llama a esto fenómeno: la venta de humo. “Hace mucho tiempo no veíamos en Venezuela tanta escasez de virtud, tanta vocación para mentir, tanto sigilo, tanta hipocresía, tanto vicio convertido en procedimiento, tanto talento para esconder miserias, para no asumir responsabilidades, para no reparar en los daños hechos a terceros, en las vidas cegadas, en las personas arruinadas”.
DR. ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN
DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LUZ
@Lombardiboscan