Hugo Delgado: La daga de la mediocridad

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“A menudo se oye a ciudadanos de países democráticos alabar a un hombre político por su astucia, su arte en embaucar a la opinión pública y en engañar a sus rivales. En cierto modo es como si los clientes de un banco plebiscitaran al director por sus talentos como ratero. La democracia no puede vivir sin la verdad, el totalitarismo no puede vivir sin la mentira”, escribió  Jean-François Revel, en su libro  El   conocimiento inútil (1989).

Sobre la política actual, el 19-11-2018, decía el español, José Cebrián que era necesario combatir la amenaza tecnológica generada por la postverdad que circula como un rayo por las redes. Igual advertía sobre la necesidad  de sanar el descalabro de la democracia. Para lograrlo proponía construir un sistema que garantizara la igualdad de derechos, sin discriminación de sexo, etnia, religión o ideología; elecciones periódicas con votaciones libres y secretas; separación de los tres poderes y rendición de cuentas. Para ello es perentoria la formación de la opinión pública y garantizar el ejercicio permanente de la libertad individual. Esta máquina debe afianzar las instituciones y resistir la erosión del tiempo y los embates de las nuevas amenazas ideológicas.

Por otra parte, Richard Sannet (El País 18-08-2018) de la Universidad de Harvard (UH), del  MIT  y de la Escuela de Economía de London escribió la característica que reflejan los partidos liberales y de izquierda de superponer sus intereses a los de las personas. Mientras que  Yuval Harari (6-01-2019) refería a la amenaza  del autoritarismo, los demagogos  y de la tecnología a la libertad humana.

Mientras que el profesor de la UH, Steven Levitsky (BBC de Londres 8-04-2021), explica en su libro “Cómo mueren las democracias”, que el continente latinoamericano es ahora más democrático que antes, pero que existen amenazas  reflejadas en las debilidades del Estado y sus políticas fiscales que afectan su financiamiento, el autoritarismo,  la negación de la legitimidad del contrincante electoral,  la promoción de la violencia, la eliminación del derecho y la ruptura de las reglas institucionales. 

En el caso de la situación política  de Colombia, previa a las elecciones presidenciales de mayo de 2022, refleja los factores que afectan a su democracia,  partiendo de la doble visión, individual y contextual.  El discurso como tal no muestra una evolución histórica que supere sus problemas estructurales. Los sesgos siguen explotando el resentimiento, la venganza, la mentira, la mezquindad, la desigualdad en todas sus dimensiones. Discursos o mensajes en redes  muestran que nadie se atreve a dar ese paso.

Con pequeñas pinceladas los políticos tratan de colorear el negro mundo que poseen las mayorías, y los avances que muestra la Colombia del siglo XXI son resultados de combinaciones –muchas inexplicables- de su talento, creatividad y sueños, influenciados por el humanismo, los avances tecno-científicos del mundo, las potencialidades físicas del país  o por  innumerables episodios que han dejado huellas difíciles de borrar, porque han empujado a la sociedad  hacia la búsqueda del bien común, gestando en su interior respuestas incomprendidas por su dirigencia política, empresarial, cultural, educativa o sus medios de comunicación.

En Colombia, los denominados demócratas o institucionalistas se han encargado de replicar los males históricos que arrastra la sociedad desde la colonia: La desigualdad que afecta a las mayorías, el monopolio institucional y de los recursos económicos, el control de  los poderes públicos y el uso de la fuerza. De la mano de estas élites van los grupos de izquierda, incapaces de construir propuestas distintas, su obsesión es el poder a toda costa, perpetuarse en él, controlar los hilos de las estructuras formales e informales para imponer su arcaica ideología, dilapidar los recursos y establecer redes dadivosas que le garanticen el voto electoral, “jugando con el estómago de los pobres”. Son hijos del sistema.

Ambos sectores se han encargado de reducir a la mediocridad y el descrédito al ejercicio de la función política. Pero son varios medios de comunicación social y sus profesionales, los corresponsables de profundizar los males. Tarifados, mentirosos, explotadores de necesidades y de emociones, estos personeros de las teclas, medios audiovisuales y las redes, se han encargado de socavar el imperio de la verdad y aliados con los oligarcas tradicionales y corruptos han facilitado el entierro de  la daga del resentimiento y la desigualdad, en el alma de los colombianos.

En un diálogo con un comunicador social de tendencia izquierdista, después de acusar a los dirigentes del sector adverso, dijo que sus conclusiones responden a verdades y que las acusaciones contra el candidato de su preferencia son producto de manipulaciones e informaciones falsas. En resumen: “Mi verdad es válida la tuya no”. Un reflejo de la cultura del irrespeto a la confrontación de ideas y del percibir al adversario como un objetivo a destruir.

Observando las distintas visiones expuestas sobre la democracia y sus amenazas, se deduce que la propuesta de la presente campaña presidencial de Colombia está caracterizada por una despilfarradora y superficial propaganda política; un maquillador discurso divorciado de los problemas de fondo, incapaz de utilizar el diálogo como fuente de búsqueda de la verdad, garante de la justicia que supere la eterna violencia, exclusión  e injusticias social, económica y cultural. Una tarea que por lo visto quedará para otra ocasión, mientras que hay otro sector que sueña con el país 4.0, como reza un lema de una universidad bogotana.

@hdelgado10