Antonio de la Cruz: La globalización y el autoritarismo ante la guerra de Putin y el virus chino

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Ilustración: Fitzionario. ElNacional.com

Cuando el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, dice en Varsovia, el pasado sábado, que la batalla «entre democracia y autocracia (…) no se ganará en unos días o meses”, que debemos armarnos para un largo combate, plantea revisar el proceso de la globalización de las últimas tres décadas. Un proceso que ha integrado las economías nacionales y provocado un incremento en el volumen y complejidad de los intercambios de bienes y servicios en la economía mundial.

La guerra de Vladimir Putin en Ucrania es el segundo gran golpe a la globalización en una década.

Cambiará los flujos comerciales en el mundo por el enfrentamiento de las democracias liberales de Estados Unidos, los países avanzados de la Unión Europea, Reino Unido, Japón, Australia y Canadá, con las grandes autocracias de Rusia ―gran fuente de energía― y China ―la fábrica del mundo―, claves en las cadenas de valor de bienes del mundo globalizado.

Basta recordar el primer golpe, la crisis sanitaria del covid-19. Los países avanzados de Occidente atravesaron por una escasez de respiradores y equipos de protección personal porque China los suministraba. Al ser productos económicos y con poco valor agregado, las empresas de salud de Occidente prefirieron adquirirlos en países con mano de obra barata.

Hoy esa política está en revisión. Muchos de los fabricantes están trasladando la producción a sus propios países o donde los gobiernos son democráticos. Esto con el fin de garantizar la seguridad sanitaria de Occidente ante cualquier ataque con armas biológicas. Recordemos que sigue sin esclarecerse la supuesta mala práctica en el laboratorio de Wuhan, China, donde se originó el virus del covid-19.

A Occidente le tomó dos años contener el SARS-CoV-2 con un alto costo. Ante la incertidumbre inicial optó por la estrategia del aislamiento sanitario que puso fin a la expansión económica récord de Estados Unidos y el crecimiento a nivel mundial.

El impacto en vidas humanas, social y económico, fue duro. Para mitigar los efectos del cierre de la economía, las grandes democracias redujeron las tasas de interés hasta el límite inferior de cero, ofrecieron una expansión cuantitativa ilimitada y recurrieron a distintos instrumentos de política monetaria —unos que ya existían y otros nuevos— para mantener en funcionamiento los mercados financieros. Por supuesto, la vacuna desarrollada en Occidente ha sido fundamental en la reducción de muertes. Y haberla desarrollado en tiempo récord fue clave, sobre todo con la tecnología de ARN mensajero.

En el caso de la guerra de Putin en Ucrania, las consecuencias económicas serán un aumento de la inflación, un menor crecimiento y algunas perturbaciones en los mercados financieros.

La dependencia de los países de la Unión Europea del petróleo y gas ruso, en especial Alemania, plantea cómo redefinir la globalización. Ante el poder de intimidación de Putin con el gas y el crudo, las democracias deben solicitar a las refinerías y comercializadoras que diversifiquen sus proveedores y a las empresas petroleras la inversión en nuevas fuentes de suministro.

De los 5.500.000 de barriles de petróleo por día que exporta Rusia, 2,5 millones son enviados a Europa. Es necesario sustituir ese volumen en el corto plazo, para cortarle los 400 millones de dólares diarios que permiten a Putin el financiamiento de la guerra, la represión y el gasto militar. 

El mecanismo más expedito para sustituir los barriles rusos es el aumento de la producción de petróleo en Irak y en las monarquías árabes, que a pesar de no ser democracias no confrontan el orden liberal.

De forma casi inmediata, entrarían al mercado petrolero la mitad de los envíos rusos al viejo continente. Y en tres meses, la oferta árabe satisfaría la demanda europea. Lo que evitaría un alza en los precios del petróleo. Hasta ahora los saudíes y emiratíes no se suman a esta iniciativa. Si se mantiene esta decisión, cada país europeo tendrá que negociar directamente con ellos los contratos de crudo, tal como sucedió con las compras en la pandemia del covid-19 que cada uno negociaba con los proveedores chinos. 

En el caso de los 400.000 barriles/día de crudo ruso enviados a las refinerías estadounidenses del Golfo, el suministro debería venir por un aumento de la producción interna de Estados Unidos que en el corto plazo estarían bombeando 800.000 barriles/día con la técnica del fracking. Los otros dos proveedores serían México y Canadá.

En el caso de México, enviaría los barriles que no está colocando en el mercado de la India en este momento, alrededor de 95.000 barriles diarios. Canadá puede aumentar los envíos de crudo en 200.000 barriles diarios para finales de año, según el ministro de Recursos Naturales, Jonathan Wilkinson.

Con respecto a Venezuela, las opciones para colocar más barriles en el mercado son mínimas porque la estatal petrolera venezolana, Pdvsa, no cuenta con la infraestructura para hacerlo ni con los recursos financieros para incrementar la producción petrolera. Su mejor escenario sería con las socias en las empresas mixtas.

Para materializarlo, el régimen de Nicolás Maduro tendría que modificar el Artículo 22 de la Ley Orgánica de Hidrocarburos, que establece que el Estado (a través de Pdvsa o sus filiales) debe mantener una participación mayor del 50% del capital social de las empresas mixtas para el control de sus decisiones. Además, la socia deberá obtener una licencia de la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Tesoro de Estados Unidos, con el visto bueno del Departamento de Estado, para dejar de hacer solo actividades que refuercen la seguridad de las instalaciones en las empresas que son socias.

Por lo tanto, cualquier iniciativa adelantada por la petrolera estadunidense Chevron ante la administración de Joe Biden para demostrar que la producción de petróleo en Venezuela puede aumentarse es poco factible. Tendría que alinearse todo para lograrlo. Si ese fuera el caso, el aumento de la producción de petróleo de Venezuela (Chevron) sería de 200.000 barriles/día en 18 meses, en un estado ideal.

En cuanto a la dependencia de Europa del gas ruso, la solución es más difícil. Todo indica que el mejor escenario para este caso es de uno a dos años. Hay que construir terminales para recibir los buques de gas natural licuado. Además, se debería explotar los yacimientos de lutitas europeos levantando las prohibiciones al fracking. Mientras tanto, aumentar la generación de electricidad con el uso del carbón y con combustible nuclear.

En conclusión, la guerra de Putin en Ucrania y el virus chino ponen de manifiesto el profundo cambio en la dinámica de la seguridad mundial y la globalización de las economías. Para evitarlo, Biden afirmó, en Varsovia: «Por el amor de Dios, este hombre [Putin] no puede quedarse en el poder». Y Zelenski ante el parlamento italiano aseveró: «Solo hay que detener a una persona para que sobrevivan millones. Porque su objetivo final no es Ucrania, sino Europa. Tener el control de la política, de los valores, de la democracia, de los derechos humanos. Ucrania es solo la puerta de entrada del Ejército ruso para entrar en Europa. Pero la barbarie no puede entrar».