Hará cosa de una semana, sostuve un corto y efímero «intercambio» con un personaje, a través de un grupo de WhatSapp. Resultó, literalmente, ‘corta’ y ‘efímera’. No hubo para más, pues, supongo que mi ‘interlocutor’ se cansó, o lo más probable se aburrió de mí.
Mientras yo intentaba argumentar mi posición frente a un artículo reenviado titulado ‘Los avances de la revolución en Venezuela’, acudiendo a cifras y análisis de la OMS, LA ONU, LA ORGANIZACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS, del otro lado (quién sabe desde qué lugar o si era un robot) me respondía con un stickers, un emoticon.
En la primera ocasión, quizás la más comunicativa, fue con una shistorm (tormenta de mierda): «lacayo del imperio, colonizado, tarifado por la derecha sionista internacional «.Entonces, pensé: ¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué me enfrasco con un ‘interlocutor’ del cual ni siquiera sé su nombre?.
Como entenderán, opté por no continuar. Sin embargo, lo sucedido (que no era la primera vez) me llevó a reflexionar. En parte, lo que aquí les comparto. ‘Hasta la victoria siempre’ -así era el seudónimo del interlocutor- no se corresponde solamente con la actitud, y el carácter de un individuo y su forma muy particular de ver y afrontar una ‘realidad’. Y fíjese la cantidad de vocablos entrecomillados que utilizo. Porque, en definitiva, se trata de eso: no tener certeza de dónde está, ni de dónde proviene el mensajero ni el mensaje.
Incluso, de si existe el mensaje y el mensajero. Rota esta relación, no puede haber comunicación; y, sin comunicación, lo único posible es el ruido, la constante interferencia, y la imposibilidad de crear comunidad.
Fue así que me encontré con Byung-Chul Han. Ahí estaba mejor expuesto lo que me atareaba, con respecto a las formas como se está desarrollando el ‘acto comunicacional’ en esta era digital.
Una ‘no masa’ amparada en el anonimato, ejercitando los ‘yoes’ a niveles hilarantes; promoviendo el escándalo como espectáculo, y manera de mostrar su indignación contra el poder, el Estado, los padres, el imperialismo, la sociedad, el gobierno, el pasado y el futuro, el calentamiento global. Contra todo. Tal vez, contra sí mismo, y su propia existencia.
El individualismo en la expresión más ego que hayamos visto, exponenciado por la posibilidad del anonimato, oculto y sin responsabilidad. Formando parte (es un decir, pues, no crean cuerpo) de una ‘no masa’ carente de alma.
¡Y vaya que al decir esto, me escucho, veo, y siento viejo! A todas estas ¿cómo dudar y dejar de reconocer los grandes aportes de las nuevas tecnologías? No requiere discusión.
Lo otro, es asumir que trae aparejadas grandes distorsiones (algunas muy peligrosas en manos de las nuevas dictaduras) con respecto a los mismos aspectos a los cuales aportó beneficios y avances. Y, más allá, la ruptura de aquellos espacios donde se ritualizaba la construcción de comunidad: la familia, la escuela, el cine, el estadium, la iglesia.
Hoy, aunque se pueda ver a las personas en esos lugares, en realidad, están ausentes. ‘Hasta la victoria siempre’ es, según lo que presumo (con base a mis viejos instintos) un ‘revolucionario’, ‘antimperialista’, que, a lo mejor, sin saber, termina fortaleciendo al mayor imperio que existe hoy: el de las corporaciones que dominan el mundo digital de las comunicaciones. Las que monitorean, dirigen y controlan (como ningún imperio antes) nuestras vidas.–