“Señor. . . Ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles. . . “ Mahatma Gandhi
Releyendo viejos temas y escritos del pasado, y comparándolos con el comportamiento observado en el presente en el ejercicio de la política, se da uno cuenta que a pesar de los avances científicos, tecnológicos, del arte y la creatividad cultural toda, la dirigencia política, no toda, sigue el mismo comportamiento mostrado en otros períodos de la humanidad.
Esta conducta política es propicia cuando existe un clima de mediocridad en el que nadie piensa porque todos se lucran y nadie sueña porque todos tragan. Estamos en presencia de lo que José Ingenieros denominó hace ya más de un siglo, la política de los piaras, donde ella se degrada, convirtiéndose en una profesión de habilidosos, ya que los mediocres necesitan de quienes en lugar de competencias muestren un prontuario delictivo. Aventureros y mercenarios de la política donde lo que predomina es una especie de aclimatación al ridículo y a la desvergüenza en vez de ser vergonzante y pudorosa. La inmoralidad campea y los antivalores conforman credenciales de mérito para demostrar habilidad e incondicionalidad.
Es necesario reaccionar y tener una visión trascendente de nuestras propias capacidades. Para ello debemos asumir un espíritu de unidad y de sacrificio que nos permita disipar ese enorme clima de mediocridad e inmoralidad que hoy cubre al país. Venezuela merece un destino mejor y no tanta soberbia engreída con actitudes de “sabelotodo”.
La democracia, ya lo he escrito antes, tiene necesariamente unos contenidos de valores irrenunciables como lo son el respeto a la existencia digna de cada individuo y el respeto a ser de acuerdo a sus valores y principios éticos y morales. Es necesario llenarla de nuevo de esos contenidos y reorientar, las veces que sean necesarias, sus propósitos. No sólo escribirlos, sino, aspirar y asumir el poder para ponerlos en práctica, con verdadera vocación de servicio. Hay que tomar en cuenta que la democracia moderna debe sustentarse sobre una base única, el sistema jurídico que la rige, y sobre ella numerosas realidades plurales.
Utilizar la democracia para acabar con ella es el colmo de la aberración autocrática y del sentido cuartelario de la vida. La sociedad civil entiende que toda la política decente no puede reducirse al antimilitarismo, pero, como dice Savater “sin antimilitarismo no creo que haya política decente’.
La democracia está bien definida y sus principios bien sustentados en la Carta Democrática Interamericana aprobada por la OEA el 11 de septiembre del año 2001, documento más cercano a nosotros y con rango constitucional. Han sido los gobernantes los culpables de que sus resultados no hayan sido los más favorables para sus respectivos pueblos y han sido éstos los que no han sabido defender sus derechos para vivir la vida en libertad; por ignorancia la gran mayoría; por incompetencia, vocación autocrática, intereses egoístas o por desidia, otros tantos.
Hace algún tiempo está en boga el discurso de que la democracia no ha resuelto los problemas más acuciantes de la sociedad, que está inanimada, que hay que repensarla. A mi modo de ver, no es la democracia la que ha fallado como forma de gobierno y como sistema; somos nosotros, los pretendidos demócratas los que no hemos sabido aplicarla, defenderla y mantenerla. Más que el discurso interesado por vocación autocrática en contra de la democracia, lo que hace falta es un proceso de educación y de formación ciudadana que convierta al pueblo, la masa, en ciudadanos conscientes de sus derechos y deberes y a los dirigentes políticos en verdaderos líderes. Hay que educar para la democracia para que las naciones puedan afrontar con éxito las nuevas y complejas realidades.
Neuro J Villalobos Rincón