El 5 de agosto de 1811 el Congreso Constituyente de Venezuela aprueba la Ley sobre la Libertad de Imprenta. La nueva República aspiró alcanzar la opinión libre como bosquejo de una modernidad incipiente, como aurora de un proyecto ciudadano que empezó a transitar un perenne conflicto entre el deber ser y la brutal realidad. Quienes legislaron en ese entonces fueron los miembros del mantuanaje criollo, los mismos de la llamada Patria Boba, los mismos que bucólicamente se lanzaron a clausurar la sociedad colonial a través de un decreto sin apenas sospechar que la guerra los llevaría al exterminio como clase social. Cuando apareció la Gran Colombia en 1819, burlonamente se decía, que era un caso único en la historia, el de una República con un solo ciudadano: Simón Bolívar.
Un periodismo de guerra fue lo primero que tuvimos los venezolanos. Los partidarios del realismo se atrincheraron en la Gaceta de Caracas, mientras que los patriotas izaron sus banderas alrededor de El Correo del Orinoco. Basta repasar ambos periódicos para percatarnos que más que informar fueron medios de propaganda, es decir, que practicaron el ejercicio de la mentira y la deformación de las noticias. Muy pronto la ética periodística se confundió con los intereses de los dueños de las imprentas. Los gobiernos autocráticos como el de Páez, los hermanos Monagas, Guzmán Blanco y la pléyade de dictadorzuelos y títeres del llamado Liberalismo Amarillo en las postrimerías del siglo XIX utilizaron los periódicos para apuntalar sus hegemonías. La diatriba política en los medios impresos se podía tolerar sólo y cuando la crítica apuntara sus dardos hacia temas inocuos.
Hay que llegar hasta el siglo XX y a los primeros escarceos con la democracia como sistema político abierto, tanto en 1945 como en 1958, para que el periodismo pueda hacer valer el derecho de la libertad de expresión y al de la información de una forma más plena. Los medios más variopintos hacían alarde, como cuestión de honor, en la defensa de la verdad y una postura imparcial ante la noticia. El periodismo ético y responsable se convertía en la gran aspiración, además de contribuir en el fomento de los valores democráticos y de ejercer una combativa crítica a las desviaciones de los políticos en el poder. El llamado “cuarto poder” en Venezuela tenía tanta influencia que podía defenestrar a candidatos o alentarlos hasta Miraflores.
Hoy, en ésta oscurana bolivariana, la opinión libre luce amenazada. La acefalia constitucional crea las condiciones de un periodismo mediatizado por un pertinaz hostigamiento, la censura y la auto-censura. La aspiración a un monopolio comunicacional se va haciendo evidente en las pretensiones del alto gobierno. Los medios tradicionales analógicos sufren los estragos de una guerra que persigue su aniquilamiento. Bajo la asesoría de chinos y cubanos todos los venezolanos estamos siendo vigilados digitalmente: nada escapa a su escrutinio desde el control del internet junto a la redes sociales y la Plataforma Patria no es más que el espía perfecto a cambio de unos bonos de hambre para una población desesperada y viviendo en la indigencia.
Dr. Ángel Rafael Lombardi Boscán
Director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia
@lombardiboscan